Rashomon, El Escritor Neorrealista Japonés

Ryūnosuke Akutagawa fue un escritor japonés, perteneciente a la generación neorrealista que surgió a finales de la Primera Guerra Mundial. Sus obras, en su mayoría cuentos cortos, reflejan su interés por la vida del Japón feudal. La locura de su madre le condicionó psicológicamente para toda la vida; siendo un niño enfermizo y nervioso que leía libros incesantemente en las bibliotecas públicas. Considerado como el ‘padre de los cuentos japoneses’, el Premio Akutagawa, uno de los más prestigiosos de Japón, fue nombrado en su honor. Akutagawa cometió suicidio a la edad de 35 años por sobredosis de barbital. En 1915, Akutagawa publicó Rashōmon y el Bosquecillo en 1919 bajo la influencia y estilos neorrealistas japonés, corriente cuál fue populariza por Ryūnosuke y su generación. Después de leer los cuentos de Rashomon y el Bosquecillo, decidí elegir “Identifique uno o más símbolos, ragos característicos e imágenes en la obra de Akutagawa. ¿Qué recursos se evidencian?”, está pregunta de estimulación será respondida con los siguientes argumentos.

Rashomon constituyó la principal puerta de acceso a Kioto a lo largo de la era Heian; ubicada en uno de los extremos de la calle Sujaku, a partir del siglo XII el lugar empezó a experimentar un progresivo deterioro, hasta convertirse en uno de los testimonios de la decadencia misma de Heian. Toda clase de criminales y mendigos fueron poco a poco poblando sus instalaciones, al tiempo que se la destinaba como sitio para arrojar los cadáveres de desconocidos que iban infestando la ciudad. El escenario del cuento, de esta forma, no sólo está constituido por una dimensión material, que tendría que ver con todas las transformaciones culturales y sociales que, a finales de la era Heian, habían convertido a Kioto en una ciudad en picada, sino que también soporta una interpretación simbólica que viene de la mano de su naturaleza: el ser un lugar olvidado por los vivos, pero no por ello muerto, así como estar poblado de muertos, sin establecerse del todo como una realidad al margen de la vida. El argumento de la historia es, en apariencia, sencillo: el sirviente de un samurai, ante la difícil situación económica de su amo, ha sido despedido de su cargo, y después de pasar toda la tarde recorriendo Kyoto en busca de un nuevo empleo, se encuentra guareciéndose debajo de los pórticos de Rashomon. Mientras ve cómo el agua va invadiendo todo piensa en su nueva condición: “Para escapar a esta maldita suerte, no puedo esperar a elegir un medio, ni bueno ni malo, pues si empezara a pensar, sin duda me moriría de hambre en medio del camino o en alguna zanja, luego me traerían aquí, a esta torre, dejándome tirado como a un perro”. Y es que, ciertamente, la situación por la que atraviesa el personaje lo ha llevado a enfrentarse a un dilema ético: “¿Debe dejarse morir de hambre como el hombre honrado que ha sido hasta ahora u optar por convertirse en un ladrón y sobrevivir a costa de sus víctimas?”. La decisión no resulta fácil dada la personalidad moral del protagonista; inclinarse por uno u otro camino le llevaría mucho tiempo, quizá más del que podría sobrevivir sin comer de nuevo. Pero he aquí que, ensimismado en sus pensamientos, el gen-nin (como se denominaba a los sirvientes de samurai) empieza a adentrarse por las escaleras de Rashomon descubriendo una cosa que se mueve. Si hay una moral que funciona a guisa de fundamento irrenunciable, entonces tal vez tengamos que morir sin más ni más cuando la realidad no nos deje otra alternativa; en cambio, si la moral es relativa, y su sentido se define a partir de mis necesidades e intereses, habremos de reconocer que en cualquier momento puede revertirse contra nosotros y, las más de las veces, tener como consecuencia, nuestra deshumanización. De allí, a mi parecer, la ironía de ese final –que hace pensar en el desenlace de un cuento de Baudelaire- en donde quien declara el principio de su conducta, es su primera víctima.

Pero igual, o aún más irónico que el final de Rashomon, resulta el argumento de En un Bosquecillo, cuento en el que la voz del narrador ha desaparecido totalmente para sustituirse por un conjunto de voces que van construyendo el retrato de lo acontecido. Se trata del asesinato de un hombre –también en la era de Heian, llamado Kanazawa-Takehiro- que viajaba en compañía de su esposa por el campo. Lo irónico del texto es que Akutagawa, después de presentarnos los relatos del leñador que encontró el cadáver, del monje que vio a la pareja en el campo, del soplón que declara que el hecho debe atribuírsele al ladrón Tajómaru, y de la suegra de Takehiro, después de esto, digo, nos presenta los relatos de los posibles culpables, en donde ninguno de ellos intenta mostrarse como inocente, sino, todo lo contrario, manifestarse públicamente como el asesino.

Es así que el cuento da la sensación de parecerse a un tribunal en el que los lectores oficiamos como jueces y, por ende, de nosotros depende la labor de desenmascarar al asesino. En primer lugar, se presenta Tajómaru, el famoso ladrón que ha sido culpado por el soplón como responsable del crimen. Sus primeras palabras son contundentes: “Yo fui quien mató a ese hombre”; y así parece probarlo cada hecho de su narración. El hombre nos cuenta que, mientras vagaba por el campo, había descubierto a la pareja e, impresionado por la bella esposa de Takehiro, había decidido raptarla. A este punto del cuento, la decisión sobre quién fue el verdadero asesino de Takehiro ya es bastante difícil; sin embargo –y ello dando una nueva muestra de la ironía de Akutagawa-, el tercer relato que nos llega es el del espíritu mismo de Takehiro, que nos habla a través de una sacerdotisa. Su relato difiere de los precedentes porque, según nos dice, percibió desde el principio cierta complicidad de su esposa frente a las trampas y violencia de Tajómaru: la mujer, atrapada entre las palabras y valentía de su raptor, abiertamente le había pedido a este que asesinara a su esposo: “Mátalo, mátalo”, decía, pero el ladrón, que a esa altura sentía viva repugnancia por la conducta de la mujer, le dio una patada fortísima y le preguntó a Takehiro si deseaba que la matará; este accedió, pero como la mujer saliera huyendo, ambos, mujer y ladrón se perdieron del alcance de Takehiro, quien, solo y decepcionado, decidió suicidarse.

Sea como fuere, y esto es lo impresionante de Akutagawa, así como en Rashomon debemos optar por legitimar o no las acciones del protagonista y, con ello, nuestra propia conducta en tanto que humanos, El bosquecillo, el decidir algo sobre el relato, necesariamente escapa de los límites de su historia, para extenderse a nuestra propia configuración como sujetos morales. En este sentido, los cuentos de Ryunosuké Akutagawa pueden considerarse como enlaces morales entre la ficción y la realidad y, sobre todo, discursos problematizadores del comportamiento moral de las personas.

22 October 2021
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