Resumen De La Divina Comedia de Dante
El Purgatorio
Canto I:
El inicio de esta segunda parte de la Divina Comedia nos introduce a Dante invocando a las Musas; pidiéndole a Caliope a que le ayude a resurgir su poema del reino muerto del infierno. Nos presentan a un Dante aliviado de encontrarse fuera del infierno y de ver el cielo, ‘el suave tono del zafiro oriental’, por fin una vez más. Mirando hacia atrás al polo norte, Dante ve una constelación que le dice la hora del día, pero antes de poder calcularla en el minuto exacto, un anciano lo distrae. El anciano es parecido a un sabio con un rostro enmarcado por la luz de esas cuatro estrellas significativas. Este se acerca a Dante y le pregunta quién es para poder escapar del infierno. Sigue con un diluvio de preguntas: ¿quién fue tu guía? ¿Se han roto las leyes del infierno? ¿O se les han cambiado los poderes? Virgilio, que a diferencia de Dante no se distrae con las preguntas del hombre, obliga a Dante a ‘rodillas y cejas para mostrar reverencia’. Luego Virgilio revisa su discurso, contestando todas las preguntas antes mencionadas. Virgilio muestra su impresionante conocimiento identificando al anciano como Cato y dando a la luz su muerte en Utica por libertad política. Virgilio se extiende a Cato comentándole que su verdadero amor, Marcia, ora en el mismo círculo que él en el infierno y lanza la amenaza al anciano de que les permita pasar por la concesión de devolverle a ella sus condolencias. Sin embargo, Cato ya no siente amor por esta dado a que se encuentra en el infierno y no tiene autoridad sobre su ascenso. Aquí está el factor decisivo. Cato le dice a Virgil que si ha sido enviado por la Virgen María, no hay necesidad de adulación. Él puede pasar por ella. Cato luego le ordena a Virgilio a que continúe, pero que primero le compre a Dante un nuevo guardarropa. Necesita obtener un nuevo cinturón hecho de prisa y lavarse la cara para poder limpiarlo todo para el purgatorio. Ante esto, entonces podrían comenzar a escalar el Monte Purgatorio. Tras estas indicaciones, el anciano desaparece y nuestros protagonistas pasan a retirarse hacia las orillas nuevamente, para apresurarse por los cinturones. Dante se percata que están caminando en una orilla que nunca ha sentido el paso de un hombre vivo. entonces podría comenzar a escalar el Monte Purgatorio. Tras estas indicaciones, el anciano desaparece y nuestros protagonistas pasan a retirarse hacia las orillas nuevamente, para apresurarse por los cinturones. Dante se percata que están caminando en una orilla que nunca ha sentido el paso de un hombre vivo. entonces podría comenzar a escalar el Monte Purgatorio. Tras estas indicaciones, el anciano desaparece y nuestros protagonistas pasan a retirarse hacia las orillas nuevamente, para apresurarse por los cinturones. Dante se percata que están caminando en una orilla que nunca ha sentido el paso de un hombre vivo.
CANTO II:
A lo lejos de un paisaje que comienza a amanecer, Dante espía algo en el agua. La figura refleja un brillo, (comparación con Marte y Ave voladora), a medida que se acerca. Ante el asombro de Dante y el conocimiento de su guía acerca de lo que están viendo, Virgilio le ordena a Dante que se arrodille y junte sus manos en oración ante la presencia de un ángel de Dios. Virgilio elogia con adoración: ‘Mira, nuestro ángel bonito es simplemente demasiado bueno para los medios mortales. Solo usará sus alas como velas y remos. ¡Y mira cómo apuntan al cielo, y siempre se mantienen blanco lechoso, porque son inmortales!’ al ángel mientras este se acerca con un bote repleto de almas. Todas, se encuentran cantando un salmo: ‘In exitu Israel de Aegypto’, vienen del Salmo 114. Tras la llegada a la orilla, el ángel procede a marcharse con su barco dejando las almas junto a Virgilio y Dante, quienes proceden a preguntarle respecto en cómo escalar la montaña. Virgilio responde que de igual manera, ellos arribaron desde el infierno y que no tienen intuición alguna. Las almas que andan perplejas ante la fachada de Dante, quien aún se encuentra en carne y hueso, proceden a mostrar su aprecio al poeta; una en específico abrazando al mismo. Más adelante, nos introducen a esta sombra como Casella, quién había muerto mucho antes del viaje de Dante a través del infierno y quien se mantuvo en Ostia, el puerto de Roma, en la desembocadura del río Tíber, para cruzar a donde se encontraba actualmente. Suceso a esto, el alma, que se reconoce como compositor y cantante italiano de los tiempos de Dante, comienza a brindar una melodía que hipnotiza a todo aquel encontrado en las orillas del anti purgatorio. Momentos después, volvemos a ver la presencia del viejo Cato, quien interrumpe el acorde de Casella e impone la continuación de la purga ante la falda de la montaña; con estos continúan nuestro héroes, Dante y Virgilio.
CANTO XXX:
Dante continúa entonces su viaje a través del Purgatorio, visitando consecutivamente las gradas de este reino, hasta arribar la cima del Monte Purgatorio, mejor conocida como el Paraíso Terrenal o el Jardín del Edén. En los lares de este sitio, Dante ve descender a su amada Beatriz a través de una nube de flores, vestida con un velo blanco, una capa verde, un vestido rojo fuego y coronada por ramas de olivo. A primera vista, Dante tiembla, sintiendo dentro de sí mismo una sensación familiar, ‘el gran poder del viejo amor’. Tras el transcurso de la escena, vemos las intenciones de Dante a dirigirse a Virgilio, quien repentinamente parte de la historia luego de tan larga travesía. En este momento de tanta manifestación emocional para nuestro autor y personaje, Beatriz se expresa por primera vez en el poema, haciendo la única mención directa en la obra al personaje de Dante. Le ruega que no llore porque tendrá que mantener sus lágrimas listas para otra herida de otra espada. A su vez, reprende a Dante por sollozar en el Paraíso Terrenal, donde se supone que los hombres deben ser felices. Avergonzado, Dante inclina la cabeza y ve su reflejo en el arroyo. Aquí, Beatriz es comparada con una madre que regaña a su hijo. De repente, los ángeles que rodean a Beatriz intervienen, pidiéndole que tenga piedad del pobre Dante. Ante esto, Beatriz los reprende y les explica que cuando Dante era joven, todas las esferas y gracias divinas lo favorecían tanto que pudo haber tenido éxito con su gran talento poético. Esto, dado a que ella solía guiarlo por el camino correcto en virtud de su amor por mí. Sin embargo, tras su muerte, él la abandonó siguiendo a otra persona y recorriendo un camino torcido donde. Nos expresa sus intentos fallidos en acercársele en sus sueños y como finalmente, Dante se aparta del verdadero camino teniéndolo que exponer, con la ayuda de Virgilio, a todos los horrores del infierno como única esperanza para salvar su alma. Aquí en el Purgatorio, se encuentra destinado a beber del Leeo y purgar su alma para librarse de todo aquel que pecado que pueda sucumbirlo.
CANTO XXXI:
Habiendo contado esta historia, Beatriz regresa a Dante, quien continua avergonzado; le ordena que hable y que afirme sus acusaciones. Completamente aturdido por sus palabras, Dante no puede hablar. Al verlo en silencio, ella lo alienta a hablar, pero los esfuerzos de este no lo logran. Finalmente, toda su emoción contenida brota. De esta manera, la voz de Dante se derrama de él, pero no es lo suficientemente fuerte como para abrirse camino hacia Beatrice, mezclada con lágrimas. Beatriz continúa preguntándole a Dante acerca de qué problemas encontró con su madre después de su muerte que le hicieron dejar de avanzar por el verdadero camino. Dante logra susurrar amargamente que ‘las meras apariencias me hicieron a un lado con su falsa belleza, tan pronto como perdí tu semblante’. Beatriz dice que si Dante no lo hubiera confesado, todavía habría sido culpable, porque Dios conoce todas sus faltas; de aquí la justicia se haría de su lado. Continua argumentando respecto a la vergüenza que Dante debe sentir para evitar volver a pecar cuando llegue la tentación. Mostrando arrogancia, Beatriz dice que nada debería haber sido tan hermoso para él como ella, incluso después de su muerte. Mientras este la escucha, cargado de culpa, se compara con un ave en ciernes, a quien sus padres deben golpear un par de veces antes de que se entere. Es como un niño, hosco y silencioso, pero sabiendo la verdad de las palabras de su acusador. Tras el velo, Dante nos narra la inmensa hermosura que él sabía que la gobernaba; la apariencia abrumadora de esta lo abruman y procede a desmayarse. Cuando despierta, se encuentra retenido por Matilde, quien lo hunde en el Leteo hasta su cuello, y luego lo lleva a su góndola para llevarlo a Beatrice. Cerca de la orilla, Matilde lo sumerge nuevamente en el agua, esta vez tan profundamente haciéndolo beber de sus aguas. Esta lo baña y lo lleva a las criadas de Beatriz, quienes hacen lo propio dirigiéndolo de vuelta a Beatriz. Habiendo perdido la memoria por aguas del Leteo y ante la orden de esta a mirar los brillantes ojos de Beatriz, Dante permanece hipnotizado, rezándole a las Musas nuevamente, suplicándoles la capacidad de mantenerse cuerdo cuando se enfrente a la belleza de Beatriz.
CANTO XXXII:
Momentos después vemos la revelación de Beatriz, generando un desmayo en Dante, quien al recuperar la vista, se percata de que toda la procesión ha girado para estar orientada hacia el este. Dante, dirigido por Matilde y Stacio, cae detrás del carruaje, que lo lleva ante un enorme árbol despojado de hojas y flores. Todos los que están alrededor de Dante murmuran ‘Adán’ cuando se acercan al árbol, identificándolo como el Árbol del Conocimiento del cual Eva robó la fruta prohibida. Mientras Dante observa esta vista milagrosa, los otros comienzan a cantar un himno que Dante no puede entender. En su lugar, se siente a sí mismo teniendo sueño y sucumbe. Tras despertar se arrima a donde se encuentra Beatriz y, desde aquí, tiene visiones acerca de águilas, zorros, gigantes y prostitutas.
CANTO XXXIII:
Absolutamente horrorizados, las doncellas de Beatrice lloran y comienzan a cantar un salmo. Entretanto, Beatriz y Dante comienza a dialogar. Tras discusiones sobre el razonamiento del hombre y el de Dios, Dante distingue el mediodía y observa como las siete doncellas de Beatriz dejan de caminar ante las orillas de un río, para toparse con las riveras del Leteo y Eunoe. Entonces, Beatriz le ordena a Matilde que guíe a Dante al Eunoe para restaurar su memoria de buenas acciones. Tras un baño en el Eunoe, vemos la última imagen de las figuras de Dante, Beatriz, Matilde y Stacio aproximándose a las estrellas del cielo.
EL PARAÍSO
CANTO I:
La tercera parte del canto nos presenta a Dante deleitándose de paisajes increíbles en el camino hacia el cielo junto a Beatriz; vistas nunca antes vistas por los ojos de ningún mortal. En una primera instancia, se encuentran Dante y Beatriz mirando el Sol, acción no científicamente posible en el espacio terrenal pero si en las estancias del Paraíso de Dante. Mientras este vuela hacia arriba y se cuestiona como un alma tan pesada tiene tal capacidad, escucha la música de las esferas que lo rodean, que parecen no tener origen. Beatriz, frustrada ante las cuestiones de Dante, le explica que todo en el universo se organiza en un cierto orden, tal y como Dios lo decreta. Todo posee el deseo de estar cerca de Dios; deseo que afecta a todo, menos a aquellas almas que se distraen con los placeres terrenales.[rayo] Este llamado de atracción de Dios, explica Beatrice, es lo que dispara a Dante como una flecha hacia el cielo más alto.
CANTO XXX:
Tras el transcurso por los diferentes círculos del cielo, arriban el más alto, mejor conocido como el Empíreo, lugar de luz pura, intelecto y amor. Aquí, Dante se ve repentinamente envuelto en la luz digna que da la bienvenida a todas las almas; rayos que preparan el alma del hombre para la luz definitiva. De repente, Dante se da cuenta de que está flotando, y con esta nueva sensación ve una vista deslumbrante. A la distancia, Dante ve un río de luz dorada rojiza que fluye entre dos riberas de flores, que mientras más se acerca, se percata que son los ángeles y los santos sentados en la corte del cielo. Abrumado por la vista, Dante le ruega a Dios que le permita guardar el recuerdo de lo que está viendo. Pasa a toparse con una gran cúpula de luz que ilumina todo lo que se encuentra debajo. En la parte superior de esta, que actúa como un espejo, Dante observa la Rosa Celestial, con sus anfitriones reflejados. Luego, Dante vuelve sus ojos hacia la propia Rosa y recoge el fruto de su visión perfecta. Se da cuenta de que puede ver todo sin importar cuán cerca o lejos esté. Beatriz, procede a llevar a Dante a la rosa, en donde nuestro aventurero logra discernir la inmensa cantidad de gente que se encuentra en tal lugar y de los pocos asientos que quedan para los bienaventurados. Nota un asiento vacío con una corona fija encima, a quien Beatriz luego le explicará que se guarda para Enrique VIII de Luxemburgo (Hombre que Dante creía que uniría a Italia y se llevaría la corona del Sacro Imperio Romano para llevar la paz a Europa).
CANTO XXXI:
Dentro de la rosa Dante ve la brigada de los espíritus benditos. La otra hueste, formada por los ángeles, pasa de la luz de Dios a la rosa misma. Los anfitriones provienen tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo Testamento, y todos vuelven sus ojos hacia el sol, que es una sola estrella que contiene la Trinidad de Dios. Dante, quien continua asombrado por estos lares del cielo pierde de vista a Beatriz y en su búsqueda, se topa con San Bernardo, anciano devoto a la Virgen María, quien va a ser reemplazado para guiarlo en la última etapa de su viaje. Pasmado por tales noticias, Dante levanta la vista para encontrarla y, aunque está muy lejos de su asiento, ve todos los detalles de su rostro resplandeciente. Este la reconoce por todo lo que ha hecho por él y esta sonríe a lo lejos en respuesta a su oración. Bernardo vuelve la atención de Dante hacia la rosa, diciéndole que no solo mire la base sino que eleve la misma hasta hallar la Reina del Cielo, María. Mientras la mira con admiración, Dante se da cuenta de que Bernard también mira a María con ojos de absoluta adoración.
CANTO XXXII:
Mientras tanto, San Bernardo enumera algunos de los nombres que se sientan en la Rosa. Comienza con María, continúa con Eva, luego Rachel y Beatriz en el tercer rango, Sarah, Rebecca, Judith, Ruth y otras mujeres hebreas del séptimo rango abajo. En el lado izquierdo, en el que se llenan todos los asientos, se sientan todas las almas que creyeron en Cristo antes de que él viniera; en el derecho, que todavía tiene algunos asientos vacíos, está reservado para aquellos que creyeron en Cristo después de su llegada. Al otro lado, frente a Eva, se encuentra San Juan Bautista. Debajo de él están sentados San Francisco, San Benito y Agustín. Mirando hacia lo alto, Dante distingue a María, circundada por ángeles que le cantan. Ante la figura de ella, se arrodilla el ángel Gabriel, quien le canta el Ave María. San Bernardo continua dando mención a los que se encuentra en los asiento de arriba en la rosa. A la izquierda está Adán; a la derecha está San Pedro; a la derecha de San Pedro está San Juan Evangelista; a la izquierda de Adán está sentado Moisés; Anna (madre de María) se sienta frente a Pedro. Finalmente, frente a Adán, se sienta Lucía. Finalmente, los viajeros se dirigen a María y San Bernardo comienza a orarle a ella en nombre de Dante.
CANTO XXXIII:
San Bernardo, apelando a la compasión de María, le introduce a Dante, mencionándole que ha llegado a través de todos los Reinos Divinos, pidiendo recibir la virtud suficiente para elevarse aún más y ver el rostro de Dios. De repente, toda la hueste del Cielo se une a la oración, incluida Beatriz. Ante esto, la Virgen María procede a eleve a Dante, quien luego le rezaría a Dios para que le permita recordar algo de lo que vio mientras miraba la luz. Suplica la memoria para que pueda transmitir su gloria en su poesía y ayudar a llevar a las personas del futuro al Cielo. De aquí en adelante, aparecen tres círculos, cada uno en tres colores diferentes, pero todos del mismo tamaño.
Momento después vería un destello de luz que cumpliría su tan anhelado deseo, perdiendo su memoria y completando su armonía con la voluntad de Dios.