Ser un Escritor (Poeta) en el la Época Moderna
Problematizar el lenguaje e indagar en sus límites fue uno de los presupuestos de la literatura moderna. El poeta del siglo XVIII rendía culto a la forma, casi nunca cuestionó su cuerpo verbal, ya que entre la palabra y la cosa existía un principio de similitud. Su reto consistió en constreñir las palabras a una forma en equilibrio y proyectar una irónica simetría en el plano de los significados. La Ilustración, sin embargo, al fundamentarse en la razón, generó el mal que la minaría: la crítica. Los absolutos sociales, religiosos y artísticos fueron cuestionados de radicalmente y se descubrió que detrás de su transparencia matemática, surgían fisuras en las que dichos absolutos habrían de derrumbarse. Las contradicciones internas de esta cosmovisión la llevaron a la ruina, su dialéctica interior la condujo a un callejón sin salida y más tarde a un estado de continuo principio de incertidumbre. De aquí surge el pensamiento moderno, definiéndose como un estado crítico (en crisis y de crítica).
Los poetas, por su parte, al reflexionar desde la palabra y descubrirse abandonados por ella, es decir, al tomar conciencia de una suerte de hundimiento del verbo, la hicieron implosionar y desde ese momento, diría Barthes, la literatura implica una esencial problemática del lenguaje. A partir de ésta, no es difícil adivinar las fronteras de la nueva concepción literaria. Algunos fueron capaces de formular la pregunta decisiva y vislumbrar los abismos de su respuesta. ¿Cómo escribir si hay una fisura infranqueable entre la palabra y la cosa? ¿Cómo nombrar lo real si las mismas palabras son incapaces de decirse? ¿Cómo escribir el mundo si el mundo se ha vuelto incomprensible? ¿Qué lógica podría tener una escritura cuyo lugar posible carece de sentido? ¿Cómo hacerlo desde la completa imposibilidad?
Hölderlin tal vez fue el primer poeta contemporáneo que se planteó con clarividencia la imposibilidad de la escritura: ‘¿para qué poetas en tiempos de miseria?’, se pregunta en Pan y vino. De este hecho se desglosa que el poeta habrá de debatir y cuestionar siempre su lugar en el mundo, el ser y el lugar de su poesía, y que tal vez no podrá hablar sino desde el espacio de lo ininteligible o, incluso, desde el silencio. Hubo poetas cuya respuesta fue el suicidio, la negación del acto escritural, el reto de escribir desde los límites del lenguaje o el sacrificio de la poesía frente al dios de la realidad. Quizás el caso más representativo sea el de Rimbaud. Incapaz de trascender el muro del lenguaje renuncia a la poesía y decide ser ‘absolutamente moderno’.
Otros poetas, como Mallarmé, escriben desde una doble imposibilidad: la Palabra y la Nada. Su obra aparece en la historia de la literatura tal que una Babel agrietada por la confusión: al aspirar a escribir una Obra que compitiera con la Creación, el francés cifró lo imposible: no pudo sino hablar ‘desde el fondo de un Naufragio’. Tras él, la poesía sólo ha podido simbolizar su propia imposibilidad (en esta conciencia de la imposibilidad, Jabès dice: ‘Se escribe siempre al filo de la Nada’.
La palabra, pues, construye un muro sobre sí misma, se alza como tal. ¿Cómo entonces trascenderlo? ¿Cómo escribir desde el muro? El poeta es el primero que establece sus propias imposibilidades textuales y el primero que las resuelve; desde esta perspectiva, el poema se concibe como un negocio con lo imposible. La imposibilidad de nombrar y decir, decir frente a toda evidencia, imponer una capacidad al mundo que suponga, por ese gesto arbitrario, una posibilidad. Por esta vía, sin embargo, algunos poetas desembocan fuera de la palabra. Al abrirse el portón, el laberinto padece la incursión de un negativo silencio; un silencio glacial, vertical y sin puertas. Es entonces cuando la escritura del No se torna en la imposibilidad del acto de escritura.
Cuando lo imposible encarna en la escritura, lo imposible es. La página blanca se torna la única verdad. Pero ¿en qué momento, para el poeta, la página en blanco toma la forma de la insuperabilidad?, ¿en qué encrucijada, ésta se convierte en reflejo de la palabra? ¿Cómo lo imposible encarna en la escritura y cómo escribir desde lo imposible? ¿Cómo hacerlo desde el silencio?
Se desemboca en el silencio desde una conciencia ilimitada de la palabra. La palabra es, ella misma, un muro entre la realidad y el sentido de la realidad; la palabra es incluso el muro de la palabra. El poeta que no halla esta imposibilidad no es un verdadero escritor (ya que se instala en una indefectible posición adánica) y aún: si no quiere ser un farsante, debe asumir este desafío. Pero si las imposibilidades no surgen como una necesidad intrínseca de la escritura, sino como una interferencia de la historia, el escritor debe también dar una respuesta desde el Muro. Cuando Adorno sentenció que ‘después de lo que pasó en el campo de Auschwitz es algo terrible escribir un poema’, los poetas asumieron la misión de transgredir esa prohibición. El acto creativo no sólo es una subversión contra el horror, es también el muro que nos protege. Si la realidad imposibilita el Sí del poema, éste debe responder con el No, pero bajo ningún concepto debe renunciar a sí mismo.
La experiencia límite del poeta consiste en enmendar el silencio. Mallarmé, Gorostiza, Beckett y Rimbaud son el ejemplo del escritor cuya materia expresiva resulta impotente para capturar lo indecible y, por lo tanto, aceptan la condena de renunciar a la palabra. Un escritor desemboca en el silencio porque alcanza el límite en el que la escritura se resuelve en una pura imposibilidad; y aún: puede y debe escribir desde lo imposible, pero sabiendo que será arrasado por esa misma escritura. El desenlace de un escritor será errar en los laberintos del silencio, en busca tal vez de un improbable Minotauro que lo absuelva de semejante condena.
En su origen, la palabra crea; al nombrar, da ser. Sin embargo, la caída del paradigma adánico hizo que se tomara conciencia de la fractura definitiva entre significado y significante. La palabra obedece a un principio de incertidumbre, incluso se torna más incierta cuando reflexiona sobre sí misma. Ahora bien, si del alumbramiento escritural nace siempre un algo ridículo, un texto que no dice lo indecible, una palabra desamparada de la palabra, entonces la poesía carece de sentido y deja de ser necesaria. Y ante lo imposible de la escritura, aparece la imposibilidad del poeta. Toda poesía es un imposible. Desde la imposibilidad, desde las ruinas de la palabra escrita, desde ese territorio yermo se erige la aventura poética contemporánea y sus esfuerzos de continuidad. Cada poeta debe enfrentar los retos esenciales que esta época precaria del lenguaje le impone. Y así lo asume Signæ.