Sinopsis de la Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España
El texto del ensayo sobre La verdadera historia de la conquista de la nueva España pertenece a la obra escrita por Bernal Díaz del Castillo. La obra fue terminada en 1568, una copia manuscrita llegó a España en 1575, la cual sirvió de base a la primera edición impresa, que fue publicada póstuma en 1632. La obra pertenece al periodo colonial, pues en ella se trata la conquista de México por parte de los hombres y aliados de Hernán Cortés. Está narrada por uno de sus soldados, Bernal Díaz del Castillo, su gran valor testimonial la distingue de otras obras que tratan el tema de la conquista de América. Ninguna otra obra le iguala en su capacidad de evocar el espacio social y mental del conquistador de principios del siglo XVI. Así pues, se trata de un testimonio de primera mano de lo ocurrido durante la ocupación de los territorios conquistados por Hernán Cortés y sus hombres, y de las numerosas campañas militares que consolidaron la soberanía española en los territorios americanos.
El motivo para escribir esta obra fue, según cuenta en su introducción, la necesidad de reivindicar el papel jugado por los hombres de Hernán Cortés en la conquista de México. Esto es debido a que, en la mayoría de obras sobre la conquista de Tenochtitlán, se ensalzaba la figura de Cortés y se le atribuía toda la gloria por la conquista. Si Bernal Díaz califica a su historia de “verdadera” era porque no pensaba que las publicadas anteriormente por personas que no habían participado en la conquista se pudiesen calificar como tal. Bernal Díaz del Castillo nació en 1492 en Medina del Campo, Valladolid y murió en Guatemala en 1585. Fue un conquistador y cronista español. La primera noticia que tenemos de su vida, contada por él mismo, es la de su enrolamiento como soldado a los 18 años en la expedición de Pedro Arias de Ávila hacía Darién. Una vez allí decidió trasladarse a Cuba, donde se unió a dos expediciones que partieron de la isla caribeña: la primera en 1517 camino del Yucatán, bajo el mando de Francisco Hernández de Córdoba y la segunda, al año siguiente, bajo la tutela de Juan de Grijalva. Ambas empresas están recogidas en los quince primeros capítulos de su Historia verdadera de la conquista de Nueva España.
No era un hombre culto (no sabía latín), ni un historiador en sentido estricto. Carecía de un conocimiento profundo de los clásicos y sus referencias a la antigüedad son escasas, no obstante, mantiene ciertas pautas de la historiografía clásica, como el uso del estilo indirecto o de discursos. Su obra se enmarca dentro de un grupo de libros que recogen la experiencia de sus autores en las Américas, siendo considerada el máximo exponente de este género.
En los dos capítulos que voy a comentar el autor trata el descubrimiento de Yucatán en el capítulo II y el descubrimiento de Campeche en el capítulo III. En el capítulo II comienza contando que la expedición de Hernández de Córdoba zarpó del puerto de Jaruco, en La Habana, el 8 de febrero de 1517. Tras doce días navegando doblan San Antón, donde comenta que viven los “Guanataveis, que son unos Indios como salvages”, con esta comparación, Bernal Díaz nos presenta, ya desde el principio del capítulo, a los indígenas como salvajes, un término utilizado desde la antigüedad para designar a extranjeros considerados irracionales, signo de una humanidad incompleta. Retomados luego por el cristianismo, estos calificativos fueron asignados a los pueblos que no profesaban la “verdadera fe”: bárbaros, salvajes, idólatras e infieles. La diferencia entre el “nosotros” de los europeos y los “otros” que encontraban a su paso, no consistía en una cuestión biológica sino cultural, centrada en un criterio religioso.
Al salir a mar abierto navegan dirección oeste, “ sin saber baxos, ni corrientes, ni qué vientos suelen señorear en aquella altura, con grandes riesgos de nuestras personas; porque en aquel instante nos vino una tormenta que duro dos dias con sus noches”. De esta forma expresa que no solo los nativos son salvajes, sino tambien la tierra en la que se encuentran, es una tierra peligrosa y hostil para ellos. Esta tormenta los desvía del rumbo, y tras 21 días divisan tierra, por lo que dieron “muchas gracias á Dios por ello”, dejando claro que la victoria se debe a un designio de la voluntad divina, Dios siempre triunfa frente al salvajismo incivilizado de la tierra y los nativos descubiertos. Llegan a tierra firme el 1 de marzo, a lapenínsula de Yucatán, “ la qual tierra jamas se habia descubierto”, nombrando a la ciudad a la que llegaron “Gran Cayró”.
Al desembarcar vieron la llegada de varios indios en “canoas hechas á manera de artesas, y son grandes de maderos gruesos, y cavadas por de dentro, y está hueco, y todas son de un madero macizo”, lo que demuestra que los indios no son tan incivilizados como en un momento nos los habían presentado, pues son capaces de trabajar la madera y construir canoas. A pesar de considerarlos salvajes, los invitan a acercarse a ellos “con señas de paz que les hicimos y llamándoles con las manos, y capeándoles con las capas para que nos viniesen á hablar”.
Tras entrar a la nave capitana y comer los indios se marchan, a lo que Bernal Díaz comenta que “tuvímoslos por hombres mas de razón que á los Indios de Cuba; porque andaban los de Cuba con sus vergüenzas defuera”. De esta forma, el autor presenta varios grados de salvajismo, a su parecer, los indios de Cuba eran inferiores porque iban sin vestir, señalando, una vez más, a los indígenas como salvajes, ignorantes e incivilizados frente a ellos. Al cabo de unos días vuelve el cacique con varios indígenas y los invitan a su pueblo con señas de paz y diciendo en su lengua “con escotoch”, que quiere decir, “andad acá á mis casas”. Debido a esto decidieron nombrar a esa tierra “Punta de Cotoche”, aquí podemos apreciar el interesante testimonio que da Bernal sobre la creación de los topónimos o nombres propios a través de la castellanización de la lengua o sonidos indígenas.
Deciden armarse con ballestas y escopetas y seguir a los indios, sin embargo, cuando están de camino los nativos los traicionan y les atacan con “armas de algodon, y lanzas, y rodelas, arcos, y flechas, y hondas, y mucha piedra, y sus penachos puestos”, hiriendo a 15 de sus soldados. Ellos contraatacan con “nuestras espadas, y de las ballestas, y escopetas” y matan a 15 indios, haciendo que huyan. Aquí se puede ver claramente la comparación entre los indígenas (que usan armas hechas con madera y que apenas les hicieron daño) y los conquistadores (con espadas, escopetas, ballestas… un armamento mucho más avanzando), destacando nuevamente la inferioridad y salvajismo de los nativos frente a los conquistadores, superiores y más avanzados.
Siguen avanzando por el camino que iban y descubren tres “adoratorios” y describe los distintos ídolos que se encontraban allí “tenian muchos ídolos de barro, unos como caras de demonios, y otros como de mugeres, altos de cuerpos, y otros de otras malas figuras, de manera, que al parecer estaban haciendo sodomías unos bultos de Indios con otros”. Bernal Díaz condena la sodomía y la idolatría en numerosas ocasiones a lo largo de la obra, podemos ver como los indios no son para Bernal un objeto de curiosidad, como lo serían para un moderno, sino que son un objeto de salvación. Hay que sacarlos de la idolatría y los vicios en que viven sumidos para mostrarles el verdadero camino de la religión y la ética cristianas. Un clérigo que viajaba con ellos, junto con dos indios que los acompañaban desde Cuba, recogió los ídolos y el oro que había en esos adoratorios y vuelven al barco, donde convierten al cristianismo a dos indios cubanos, tras lo cual deciden continuar la navegación hacia el oeste.
En el capítulo III comienza narrando que, creyendo que se trataba de una isla, navegaban de día y paraban en tierra de noche. Además, nos da a conocer el nombre del piloto principal de su armada, Antón de Alaminos. Tras 15 días navegando vieron desde el barco un pueblo grande y pensaron que en el podría haber agua, pues “teniamos gran falta della”. Desembarcaron el 22 de marzo de 1517, un domingo de Lázaro, de cuya fecha recibió su primer nombre español: San Lázaro de Campeche “fué un Domingo de Lazaro, y á esta causa le pusimos este nombre, aunque supimos que por otro nombre propio de Indios se dice Campeche”. Mientras terminan de llenar sus pipas de agua, aparecen unos 50 indios bien vestidos, por lo que piensan que “ debieran de ser Caciques”, y mediante señas de paz los invitan a su poblado, lo cual hacen pero muy precavidos y en alerta, pues, aunque también estos naturales venían con muestras de paz, los españoles ya no entraban en confianza después de la emboscada del Cacique de Cabo Catoche.
Sin embargo, en esta ocasión, los naturales demostraron cierta cordialidad, dándoles la oportunidad de conocer un centro religioso. Los nativos los llevaron a sus adoratorios, donde, nuevamente, Bernal Díaz describe sus ídolos “tenian figurados en unas paredes muchos bultos de serpientes y culebras, y otras pinturas de ídolos, y al derredor de uno como altar lleno de gotas de sangre muy fresca; y á otra parte de los ídolos tenian unas señales como á manera de cruces, pintados de otros bultos de Indios”. En ese momento se dan cuenta de que “pareció en aquella sazon habian sacrificado á sus ídolos ciertos Indios, para que les diesen vitoria contra nosotros”, por lo que se empiezan a preocupar de que los ataquen como pasó en Cotoche.
En ese momento empiezan a llegar muchos indios, nuevamente armados con “ lanzas, y rodelas, y hondas, y piedras, y con sus armas de algodon”, y de los adoratorios salieron “Sacerdotes de los ídolos, que en la Nueva España comunmente se llaman Papas; otra vez digo que en la Nueva España se llaman Papas”, es interesante observar cómo compara el clero indígena (los sacerdotes) con el clero español (los Papas), a pesar de considerar paganos a los nativos. Con esto quizás pretende evangelizar su paganismo, intentando acercar sus creencias a la figura de Dios, pues la Iglesia Católica sostenía la igualdad de todos los hombres y la consiguiente posibilidad de cristianizarlos, los pueblos indígenas eran infieles por ignorancia, pero rescatables.
Estos Papas les amenazan diciéndoles que “nos vamos de sus tierras ántes que á aquella leña que tienen llegada se ponga fuego, y se acabe de arder, si no que nos darán guerra, y nos matarán”. Viendo el gran número de indígenas que los rodeaban, con temor a que les ocurriese lo mismo que en Cotoche y sin haberse recuperado de las heridas de esa batalla, deciden volver rápidamente a la costa. Sin embargo, al llegar a la costa, “no nos osamos embarcar junto al pueblo donde nos habiamos desembarcado por el gran número de Indios que ya se habian juntado; porque tuvimos por cierto que al embarcar nos darian guerra” y se embarcan en una bahía cercana.
Mientras están navegando se encuentran nuevamente con una tormenta que “nos hizo anclear la costa por no ir al través, que se nos quebráron dos cables, y iba garrando á tierra el navío. O en qué trabajo nos vimos! que si se quebrara el cable, ibamos á la costa perdidos”, vemos nuevamente referencias a una tierra tan hostil y peligrosa como los indios que en ella residen, acompañada de la expresión “quiso Dios que se ayudáron con otras maromas viejas, y guindaletas”, de nuevo la salvación viene dada por la voluntad divina, Dios y los cristianos salen victoriosos frente los paganos y la tierra salvaje.
Durante el viaje van parando en la costa para rellenar sus pipas de agua, en una ocasión, ven otro pueblo llamado “Potonchan” con un rio y deciden desembarcar “sacando nuestras vasijas con muy buen concierto, y armas, y ballestas, y escopetas” (Bernal Díaz vuelve a dar una idea de las armas de aquellos tiempos) para abastecerse de agua. Sin embargo, mientras llenaban sus pipas de agua “a mucha gente de guerra que cargó sobre nosotros: y quedarseha aqui, y adelante diré las guerras que nos diéron”
Bernal Díaz del Castillo consigue, a través de la inmediatez de los hechos narrados, evocar las escenas de la conquista y que el lector contemple los hechos relatados, descritos con una prosa sencilla, directa y a veces tosca, que deja constancia de la vida de los conquistadores y de las costumbres de los indios.