Viktor Frankl: El Hombre en Busca del Sentido
Desde tiempos inmemoriales el “sentido de la vida” ha sido una inquebrantable fuente de interrogación y una búsqueda permanente de los seres humanos; por ello se hallan quienes intentaron encontrarlo en el arte, la religión, la familia, los desafíos de la ciencia, etc. En el caso puntual de Víktor Frankl, llego a vivir dos experiencias fundamentales que marcaron su vida y la disposición de sus investigaciones: Primero, su encierro en cuatro diferentes campos de concentración (dependientes del de Dachau), que duró desde el otoño de 1942 hasta abril de 1945. Es de reseñar, que durante esa época no solo fue testigo y víctima del horror, sino que debió sufrir la muerte de su esposa, (a quien obligaron a abortar), y la de sus padres. En segundo lugar, su vivencia, como psiquiatra practicante e investigador, que lo llevó a la percepción de que el “vacío existencial” constituía la principal aflicción de la mayor parte de las personas que encontraba en su consulta profesional y en sus investigaciones (desplegadas durante la segunda mitad del siglo XX). Frankl afirmó que tanto el “principio de placer” enunciado por Freud como motivación esencial, como el “afán de poder” expresado por Adler, son argumentos insuficientes para dar cuenta de aquello que constituye el motor vital de la existencia, que él encuentra en lo que denomina la “voluntad de sentido”.
“…La voluntad de sentido no es una racionalización sobrevenida a los impulsos instintivos, sino una fuerza primaria irreductible a éstos, aunque, como todo lo humano, sea susceptible de ser pensada y expresada racionalmente”. (Frankl, 1996)
Es importante resaltar que esta carencia de sentido tampoco es una cuestión de fe, sino que es antepuesta a que una persona precise el sentido de su vida en una fe determinada. Viktor Frankl, hizo la siguiente reflexión partiendo de la famosa expresión: “Existe Auschwitz, no existe Dios” (refiriéndose al efecto que sufrieron los prisioneros judíos de los campos de concentración en relación a su fe en Dios): “Lo cierto es que de los que pasaron por la experiencia de Auschwitz, el número de personas cuya vida religiosa se hizo más profunda (a pesar de esa experiencia, no gracias a ella), sobrepasa de largo al número de personas que abandonaron la fe tras esa experiencia (Frankl, 1996). Así mismo, el que sea algo nativo en la humanidad no quiere decir que pueda haber situaciones anómalas en que se pueda usar un definitivo sentido en empleo de una psicodinámica de corte defensivo, en función de un “para qué”, encontrando lo auténtico y genuino del hombre.
“…Lo espiritual del hombre es precisamente lo que hace que sea una realidad abierta, es decir, una realidad en la que entre su esencia y su existencia no hay una coincidencia absoluta; y su vida consiste precisamente en reducir la distancia entre ambas mediante la realización del sentido al que cada cual está convocado; no se trata de inventar un sentido, sino de encontrar cada quién el propio y realizarlo”. (Frankl, 1996).
Es precisamente de esta distancia con el sentido que plantea el autor, que el hombre se puede proyectar ese algo por encontrar y realizar, supone que el hombre sea inteligente para conocerlo y libre para realizarlo. Tal como Frankl dice: ‘Nuestra autocomprensión nos dice que somos libres’; de ahí que, si bien es cierto, las acciones del hombre pueden estar condicionadas por sus posibilidades físicas y psíquicas individuales, es de igual validez que la libertad del hombre, en virtud de su posición espiritual, tiene la idoneidad para hallar un margen mínimo de acción, el cual siempre se conserva incondicionado.
“…Tanto la disposición vital como la situación social representan la posición natural del hombre. Esta posición se puede determinar y fijar siempre a través de las tres ciencias de la biología, la psicología y la sociología. Sólo que no debemos pasar por alto el hecho de que ser realmente hombre empieza sólo donde acaba toda posibilidad de determinar y de fijar dicha posición, donde acaba la posibilidad de comprobarla de forma clara y definitiva; lo que empieza allí, lo que se añade a este momento, lo que se une a la posición natural de un hombre es su actitud personal…”. (Frankl, 1996)
Por otro lado, se puede erróneamente definir el ejercicio de la libertad, y entonces ese anhelo de dar sentido a la vida quedaría frustrado. En este caso, se estaría ante lo que Frankl llama la frustración existencial, es decir, la frustración de la voluntad de sentido. Lo cual no es en sí mismo ni enfermo ni nocivo; se plantea entonces que podrá haber una angustia existencial, pero esto no es forzosamente un síntoma de una enfermedad; y a esto hace referencia V. Frankl cuando dice que el sufrimiento puede tener un sentido si te cambia a ti para bien. Entretanto la humanidad exista, el sentido siempre, junto a lo ya restablecido, tiene una superficie potencial; aunque no haya frustración existencial, el sentido, durante la existencia, es siempre un quehacer.
En este orden de ideas, la muerte posee un puesto fundamental en la logoterapia. Allí se hallan ecos de la tradición occidental y su tópica sobre la muerte (Memento mori, Collige virgo rosas, Carpe diem, etc.). El conocimiento de la muerte, o, dicho de otro modo, el conocimiento de la fugacidad de la vida, supone un estímulo para fructificar el tiempo. Borrar de la memoria la muerte supondría, según Frankl:
“Nos desactivaría. Nos haría inútiles. Nos paralizaría, no tendríamos ningún estímulo para actuar. Perderíamos la capacidad de ser responsables, la conciencia de responsabilidad para aprovechar cada día y cada hora, es decir, para realizar un sentido cuando se nos presenta, cuando se nos ofrece momentáneamente” (Frankl, 1996)
Alejado de arruinar la licencia del sentido de la vida, la muerte le confiere de pleno sentido. La brevedad dota al hombre de “ser pasado”, del almacén, depósito o cosecha de la vida; con esto Frankl parece plantear que la humidad no tiene ser, sino más bien historia, puesto que el sentido ultimo y consumado se encuentra en la narración de una vida, en ultimas, biográfico; es practico plantear entonces, que con la muerte podría empezar a contarse y relatarse una vida y, por tanto, hallar su sentido total o último.
Mucho se ha planteado sobre la vida y la muerte, y de si existe una vida después de la muerte, en Frankl se halla una respuesta ambigua, teniendo en cuenta que era un hombre espiritual, para empezar, no considera legítima la pregunta sobre qué sucede después de la muerte, llegó a considerarla absurda, ya que esboza que con la muerte desaparece el concepto de tiempo:
“Por eso, para mí se eliminan también cuestiones como la reencarnación y, sobre todo, la vida después de la muerte. El concepto de tiempo muere con nosotros, nos lo llevamos a la tumba junto con el concepto de espacio. En nuestros ataúdes no hay lugar para el espacio y el tiempo.” (Frankl, 1996)
Luego afirmaría, que seria como un camino a la eternidad, un tiempo que se extiende hacia el infinito, por encima del espacio y el tiempo, al mismo tiempo, deja claro sobre su creencia en Dios al plantear lo siguiente: “¿Respondo con eso también a la pregunta sobre mi creencia en Dios? Sí, en cierto sentido, porque lo que he dicho es un antiantromorfismo, o sea, una postura crítica a las percepciones religiosas primitivas o, digamos, ingenuas.”
Finalmente, después de lo esbozado, es de comprender que lo que quiere Frankl es afirmar al hombre; de ahí que trate de fragmentar al hombre, sin llegar a cercenar, ni mucho menos llegar a reducirlo; por ello es está muy enfocado en no suplantarlo, solo en afirmarlo. Su praxis va encaminada a ayudar al hombre a encontrase, a llegar a lo que denomina: “…un terreno en que, por sí y ante sí, por la conciencia de su propia responsabilidad, sea capaz de penetrar él mismo hasta la comprensión de sus deberes propios y peculiares y de descubrir el sentido genuino de su vida’ partiendo de estos preceptos para llegar a asumir una postura, aunque siempre, por ser libre, estará abierta el suceso, pero no la fatalidad, de negarlo.