Efecto del Dinero a Sociedad, Necesidad en Los Debates Morales sobre Comercialismo
Introducción
El dinero es la fuente de transacción que nos permite adquirir desde algo tan esencial como la salud, educación o seguridad hasta acceder a la compra de conocimientos, valores o sentimientos entre otras. Y justamente esto es lo que trata Sandel en su ensayo.
Hemos pasado de tener una economía de mercado a ser una sociedad de mercado en la que todo está a la venta: actualmente se pueden comprar mejores habitaciones en la cárcel, carriles especiales en las autopistas, vientres de alquiler, derecho a emigrar, derecho a cazar especies en peligro de extinción, derecho a contaminar, admisión en la universidad, publicidad en la frente de alguien, cobayas humanas para experimentos científicos… y así podríamos seguir eternamente porque la cuestión es: ¿qué no se puede comprar?
Que todo esté a la venta tiene dos problemas: en primer lugar, favorece que lo importante en la vida sea el dinero, por lo que hace la vida más difícil para los que no lo tienen y, en segundo lugar, favorece que se corrompa el sentido de los bienes que se adquieren.
Empieza a ser estrictamente necesario que, desde la política, se recupere la discusión moral sobre estos temas para evitar que, en un futuro no muy lejano, acabemos vendiendo a nuestros hijos o aceptando que se puedan comprar los votos en elecciones.
Librarse de las colas El primer ejemplo que propone Sandel es el de pagar por no esperar en una cola o por acceder a una vía más rápida para conseguir un determinado propósito.
Se nos muestra el dinero como prueba del interés que se tiene en algo en concreto, como adelantar la cola del control de seguridad, saltársela en los parques de atracciones, acceder al carril rápido de la autopista… También cuenta el pagar a alguien para que haga cola en tu lugar.
Pero todos sabemos que eso no depende del interés sino del poder adquisitivo de cada individuo, y también sabemos que las dinámicas que se proponen en el ejemplo perjudican a las personas con poca capacidad adquisitiva.
Remontémonos entonces a la necesidad de debate moral que he mencionado anteriormente.
Si lo miramos profundamente, el dinero por si solo, sin nada que comprar, no tiene ningún poder. Si no hay casas que comprar ni gente que las construya, el dinero por si solo no construirá la casa; si no hay juguetes ni nadie que los fabrique, el dinero no los puede comprar.
He aquí la necesidad ya no de debate moral sino de concienciación moral. El dinero no puede librar a nadie de una cola si no hay nadie dispuesto a hacer la cola o a aceptar un soborno por atenderlo antes, todo depende de las personas y de la concepción moral de estas.
Incentivos
El autor determina varios ejemplos definidos como incentivos. Empieza con el ejemplo de pagar a mujeres drogadictas para que se esterilicen, lo que podría ser una buena opción para evitar que hagan infelices a sus hijos y ahorrar gasto social, pero desde un punto de vista moral, estamos hablando de mujeres que venden su capacidad reproductiva, algo que no debe estar a la venta. Si bien ya lo permitimos con las donantes de óvulos y los donantes de esperma, estas mujeres de las que hablamos no eligen desde una posición fuerte, eligen desde la debilidad y la desesperación.
Podemos plantearnos el hecho de que desde la economía se ha acabado reduciendo a una cuestión de incentivos, de plantearnos cuales son los costes y los beneficios de cada decisión que tomamos. Vivimos en con la filosofía de que todo tiene un precio, pero ¿es realmente así?
Otro ejemplo que plantea Sandel es el de pagar a los alumnos por sacar buenas notas; es cierto que es un incentivo para los alumnos, pero la realidad es que se está comprando su interés, no se está generando una motivación intrínseca en los estudiantes sino extrínseca, por tanto, no se consigue el verdadero objetivo de motivar a los estudiantes para que tengan ganas de aprender más, sino se les motiva para querer ganar más dinero.
Con el ejemplo de los incentivos a los docentes ocurre exactamente lo mismo, se pierde el hecho de enseñar mejor y reciclarse, en lo que a métodos de docencia se refiere, por pasión y se empieza a mejorar para aumentar los ingresos. En definitiva, se pierde la esencia, se pierde la belleza de los docentes que enseñan con pasión y amor y de los alumnos que estudian y rinden por curiosidad y por amor al saber.
En Resumen, lo que se pretende con los incentivos (o en según que casos, sobornos) es conseguir lo que uno quiere de otra persona o colectivo: buenos modales, que se lea, que se saquen buenas notas, la nacionalidad de un país, conducir a más alta velocidad, tirar basura en el monte, tener un segundo hijo en china, que se adapten actitudes saludables, derecho a cazar animales en peligro de extinción.
Esta actitud también muestra crudamente las diferencias entre ricos y pobres.
Por ejemplo, los países ricos pueden comprarle los derechos de contaminación a los países pobres, en este caso, no solo se acentúa la diferencia económica, sino que se socava el valor del sacrificio compartido ante un problema global.
Por eso, lo que Sandel propone es que para mercantilizar algo, hay que analizar si las normas del mercado desplazan a otras normas (por ejemplo, las morales) que afectan a ese bien ya que no podemos saber si algo debe estar en el mercado sin discutir antes la cuestión moral de cómo debe valorarse.
De qué manera los mercados desplazan la moral
En este capítulo se llega a la conclusión de que hay cosas que el dinero no puede comprar y hay otras que puede comprar pero que no debería, ya que al hacerlo se destruye el bien que se quería comprar. Por ejemplo, si se compra un trofeo, no se compra el honor y el prestigio que normalmente debería obtenerse con él.
Se ponen otros ejemplos como el de comprar un riñón, comprar el brindis de una boda (lo cual conlleva lo mismo que la compra de un trofeo, pierde su valor), regalar dinero (que no es solo el dinero que regalas, sino el gesto que tienes hacia la otra persona y cómo lo recibe esta), la venta de la admisión a la universidad…
Pero hay dos objeciones contra los mercados: la primera se refiere a la justicia, ya que como no todos tenemos el mismo dinero, puede ser injusto acceder al mercado con desigualdad de condiciones, es decir, los intercambios no son tan libres como dicen los entusiastas liberales; la segunda se refiere a la corrupción ya que, en ocasiones, el mercado destruye la valoración real de un bien, como hemos visto en ejemplos anteriores.
Se mencionan dos supuestos de los economistas sobre la naturaleza humana que resultan ser completamente erróneos: el primero es que el dinero jamás corrompe los bienes que toca, sencillamente crea un sistema de adquisición, ya hemos hablado antes de esto con el ejemplo del trofeo, se puede conseguir el trofeo pero no el mérito, por tanto, la compra del mismo ha corrompido su valor; el segundo supuesto es que no debemos ofrecer cosas que podríamos tener en el mercado porque entonces nos quedan menos energías para ser generosos, otro grave error, ya que cuanto más generosos somos más ganas tenemos de serlo, la virtud se adquiere practicándola.
Mercados de la vida y de la muerte
Se habla, en primer lugar, de los seguros de vida que crean las empresas para beneficiarse económicamente de la muerte de sus empleados. Esto puede llevar a que, dado que la empresa se beneficia de la muerte de los trabajadores, se descuide la seguridad laboral, eso sin tener en cuenta lo macabro de la situación y que puede ser corrosivo para las personas ya que se puede llegar a desear la muerte de algún individuo.
Es cierto que favorece a la libertad de mercado y a la viabilidad de las empresas, pero entonces volvemos a plantearnos la cuestión principal que ocupa a Sandel en este ensayo: ¿cuáles son los limites morales del mercado?
Cuando se compra la póliza de seguro de una persona enferma y cubrir sus gastos de vida con la condición de cobrar el seguro en el momento que esta fallezca se cae en la ruin apuesta sobre cuanto va a vivir esa persona, se especula sobre algo tan fundamental y sagrado como es la vida de una persona, se genera un interés en el fallecimiento de la persona en cuestión.
Volvemos a la tesis de que se favorece al libre mercado, siempre dejando de lado los juicios morales, sin pensar en la burbuja que esto podría llegar a crear y que podría acabar como la crisis de 2008, explotando y arrasando con todo lo que encuentra a su paso.
También se plantea el hecho de apostar sobre los famosos que morirán ese año, otra actividad totalmente inmoral y corrosiva para la humanidad. Se frivoliza la muerte, que pasa a ser vista con un interés económico y ni tan solo se piensa en cómo puede llegar a repercutir eso, a nivel emocional, en los famosos afectados, que debemos recordar que no dejan de ser personas.
Lo mismo ocurre con el mercado de seguros del terrorismo que propuso el Pentágono de Estados Unidos para prevenir atentados, generó tanta polémica que terminó por pararse. A veces no es lo mejor tener seguridad a cualquier precio.
Tener un seguro de vida no es malo, siempre es bueno tener una garantía de dejarlo todo seguro cuando se fallece, pero crear un mercado de inversión y azar alrededor de la muerte es completamente inmoral y corrosivo para los que lo practican, ya que puede generar, como se ha mencionado antes, una tentación de perjudicar a la persona afectada para obtener beneficios.
Derechos de denominación
Actualmente se le ponen nombres comerciales a todo tipo de cosas, algunos bienes públicos y otros privados.
Conseguir un autógrafo ya no es tan fácil, ahora se venden. Incluso objetos de gran valor sentimental se están vendiendo hasta límites absurdos. Hemos llegado al punto de poner precio a poner el nombre de una marca o algún elemento publicitario a un estadio.
También podemos hablar de los famosos palcos, prácticamente inaccesibles para la gran mayoría de personas por su inalcanzable precio, lo que promueve la gran separación entre ricos y pobres, las clases sociales de un siglo que presume de haber dejado atrás los clasismos de los siglos anteriores. ¿Hasta dónde se pretende llegar con la comercialización de todo?
Otro gran mal de la sociedad es la publicidad, con la cual se aprovecha la desesperación de los más pobres para llevar a cabo actos totalmente inmorales para promocionar un producto.
Poner el nombre de una empresa a tu hijo, poner tatuajes publicitarios en la cara y cuerpo de las personas… Pero ya no solo eso, hemos aceptado el patrocinio subliminal en todas partes: en el cine, en la televisión, en los restaurantes…
¿Dónde pretendemos llegar? Los pobres se venden por necesidad y no por libertad y se están corrompiendo los valores de la sociedad, la vida cívica decae si hacemos un mal uso de las cosas y estamos cayendo en el comercialismo publicitario de todo.
Podríamos llegar a decir que la publicidad y la contaminación son análogas: todo contamina un poco pero el exceso es lo que acaba con nosotros.
Se ha llegado al punto de poner programas que contienen anuncios en los colegios y de usar contenidos curriculares patrocinados, lo que lleva a una estimulación del deseo. Pero ¿hasta qué punto es moral? Ya que, en principio, los fines de los colegios y de la publicidad y de los colegios son totalmente contrarios. Mientras los colegios pretenden formar ciudadanos críticos capaces de controlar sus deseos y saber satisfacerlos en el momento oportuno, la publicidad anima a desear cosas y satisfacerlas inmediatamente.
Conclusión
Es urgente empezar a plantear debates morales sobre cómo afecta el mercado a nuestra sociedad actual porque sino al final el mercado terminará por dominarnos.
Es tan importante y apremiante insistir en la urgencia de coger las riendas de la situación porque está en riesgo algo tan relevante y fundamental como la democracia, ya que si manda el mercado las personas están sometidas a este y no pueden tomar decisiones libremente, cuando el elemento esencial de toda democracia es la libertad de expresión y decisión.
¿Estamos dispuestos a someternos a la dictadura del mercado y el capital?