Efectos Del VIH-sida En El Plano Psicológico Y Social En Jóvenes De 18 A 21 Años.
El virus de inmunodeficiencia humana (VIH) es conocido por el sinnúmero de efectos a nivel fisiológico que puede causar, ya que debilita el sistema de defensa del organismo haciendo que el portador de la enfermedad sea vulnerable a cualquier otro antígeno. Sin embargo, esta patología no sólo ataca la fisiología del cuerpo humano, de igual manera se presentan secuelas a nivel psicológico, tales como: demencia, aislamiento o comportamiento agresivo las cuales pueden ser relacionadas con la implicación social que conlleva ser portador, es más común que en jóvenes la discriminación y el estigma sea una de sus causas. Por ello, en el siguiente trabajo se detallará cómo la salud mental de un paciente con VIH puede desmejorar y en algunos casos presentar daños irreversibles debido al prejuicio social.
Inés Aristegui (2015) en su trabajo Abordaje psicológico de personas con VIH sostiene que el impacto causado por el diagnóstico del virus es variable, puesto que cada persona acoge la enfermedad conforme otros factores adyacentes a su círculo social. Dichos factores suelen agudizar la medida en que la salud mental es afectada, por ejemplo, el círculo social, estilo de vida, experiencias de vida y el estilo de afrontamiento pueden ya sea provocar un desborde emocional abrupto o una depresión profunda que puede ser controlada.
En la mayoría de los casos, el factor del que depende cuán sana se vaya a encontrar su mente es su círculo social y estilo de vida. En primer lugar, se debe considerar que la enfermedad es incorrectamente percibida por la sociedad como una patología que es extremadamente contagiosa y que por mínimo contacto con el afectado el virus va a ingresar a su organismo. De hecho, como establece la Asociación Apoyo Positivo (2013) el primer cuadro de rechazo suele ser efectuado por el grupo de compañeros o personas lejanas a su familia que han sido más cercanos durante su etapa académica ya sea en colegios o universidades. Este comportamiento suele ser asociado con la errónea idea presentada anteriormente, con la incorrecta creencia de que por mínimo contacto con una parte del cuerpo de una persona sin el virus puede desencadenar la infección. En consecuencia, alejan a la persona infectada lo más lejano posible, evitan el acercamiento o contacto directo, es decir, construyen una brecha o muro por aparente protección que conllevará a que el afectado posea no solamente secuelas fisiológicas sino emocionales a largo plazo.
El problema de identidad surge a raíz de esta situación, el VIH no considera género, nivel social o económico, pero es común que en aquellos jóvenes que han sido infectados y se encuentran aún en crecimiento se empiecen a cuestionarse a sí mismos desde una escala mediable hasta un nivel severo. La percepción de su entorno genera que el joven adquiera, en general, miedo a perder las facultades sociales que le permiten relacionarse con los demás, aprensión a aceptar los problemas de su cuerpo y la zozobra a perder el ambiente tranquilo de su vida, causando así que
La organización contra el sida CESIDA (2014) establece que es de conocimiento de analistas del comportamiento de los pacientes que oscilan los 18 o 19 años el desencadenamiento de la pérdida de identidad. En varones, es común que se acumule inseguridad de relacionarse con otras personas e inclusive con pacientes afectados, esto ocasiona que se olviden los atributos que los definían en momentos anteriores a la infección y asociar su estado con un desalojo de sus habilidades sociales. De igual manera, en mujeres donde las secuelas afectan de manera más impactante porque sus emociones suelen ser mayormente debilitadas y muy aparte de que olviden su verdadero ser, se aíslan en una burbuja creada por ellas mismas, destacando el prejuicio asociado con el contagio, aquella idea de pericia sexual que afecta su ente emocional.
Los síntomas somáticos, que se presentan cuando las personas infectadas cargan con estrés exagerado a causa de la represión cotidiana, son muy comunes en jóvenes de 20 o 21 años, puesto que sus experiencias vividas permiten que su mente se reprima en menor grado. En efecto, estas secuelas pueden repercutir no solo a nivel social, sino a nivel relacional y afectivo. No es raro que de manera general, ambos géneros se encuentren reprimidos, cabizbajos y presenten un remordimiento debido a la culpabilidad que se puede llegar a sentir. La autoestima es la principal afectada, porque de inmediato se pierde la consideración hacia ellos mismos como personas valiosas generando anhedonia, que es un estado de vacío emocional donde el paciente no es capaz de sentir ninguna emoción por nada ni por nadie bajo ninguna circunstancia.
Cabe recalcar que de igual modo a nivel relacional este grupo de jóvenes presenta consecuencias en cuanto a la inhibición de sus ánimos de ser socialmente activo presentando cambios de humor, pasando de alegría a un enojo excesivo que conlleva a querer alejarse de sus seres más cercanos como su familia o terceros para que estos no sean contagiados.
En casos extremos, el suicidio es la consecuencia de ese miedo a no ser aceptados, María Rodríguez (2016) instaura que en el 5% de los casos analizados por la Universidad Autónoma de Barcelona y el área de psiquiatría, tantos hombres y mujeres deciden acabar con su vida debido al estrés postraumático que causa el devenir de comentarios y miradas con fines prejuiciosos. La característica que señala Rodríguez acerca de que en los jóvenes de 18 años de edad temprana de infección, ya que son constantemente señalados bajo el sesgo de promiscuidad.
Sin embargo, no todos los casos concluyen así, en una escala menor al suicidio, la demencia en pacientes jóvenes se presentó en la investigación de María Rodríguez (2015) sobre la incidencia de la calidad de vida y su desenlace en el delirio humano, se establece que como efectos tratables se encuentran los cuadros paranoicos de demencia, puesto que en una etapa posterior al aislamiento, los ataques de pánico son visibles. Estos síntomas se presentan sin distinción de edad, puesto que irónicamente el rechazo ocasiona a que se desate el pánico a interactuar con todo tipo de personas incluso con aquellas que no han ocasionado daño alguno.
Los ataques de pánico según explica la psicóloga clínica María Piedrahita (2017) se debe a la necesidad de los pacientes de regresar su calidad de vida hacia el aspecto regular que llevaban antes de haber sido diagnosticados. La Organización Mundial de la Salud define a la calidad de vida como plena cuando existe el completo estado de bienestar tanto físico, psíquico y social, por ende, el paciente afectado tenderá a tomar actitudes agresivas, en algunos casos cuando su defensa remota a golpes bruscos cuando se invade su espacio personal, en otros es más pasivo con el simple hecho de evitar lugares llenos de luz, lugares habitados por muchas personas o lugares donde hay mucho ruido.
El pánico aumenta aún más la paranoia en este grupo de pacientes, ya que la insuficiencia de actividades regulares que se realizaban, porque algunos síntomas del VIH se presentan a nivel del cuerpo privando algunas actividades funcionales como deportes o simples salidas con amigos, principalmente por el dolor que puede causar la enfermedad. En efecto, el constante alejamiento, en ocasiones voluntario, de su vida regular y de personas ocasiona aquella sensación de encontrarse perseguido, perdido, señalado, criticado por los demás, dejando secuelas en la salud
Ante toda esta problemática, según explica María Rodríguez (2015) existe un gran porcentaje de paciente, aproximadamente un 55% de pacientes que logra librar este tipo de trastornos, las soluciones que la psicología clínica ofrece van desde terapia de grupo, con personas cercas que se comprometen a insertar al paciente a un grupo social como regularmente transcurría su vida y sesiones de aceptación personal que son más íntimas donde el afectado fortalece su identidad.
Esto quiere decir que en no todos los pacientes todo está perdido, el estilo de afrontamiento a la enfermedad asistiendo a terapia de grupo, de manejo del estrés, de relajación muscular y sesiones de consejería regularmente tendrán un mejor calidad de vida. Aquellos adolescentes que afrontan la presión, la ansiedad y el pánico con estrategias de resolución de problemas internos afectivos, bajo el aumento de su autoestima y el control de su comportamiento logran salir ilesos mentalmente.
En conclusión, en los jóvenes los efectos a nivel psicológico pueden variar dependiendo su estatus, círculo o grupo social, calidad de vida y nivel de aceptación personal. Es decir, que cuando estos enfrentan la enfermedad con ayuda profesional o simplemente con amor propio, aunque sea una ardua tarea, logran tener una mente sana. Pero, en casos donde el prejuicio, la presión, y el estigma social se hacen presentes cotidianamente, los efectos pueden ser desde leves hasta catastróficos, comenzando por depresiones profundas, vacíos emocionales y aislamiento e incluso casos de suicidio. Todo está conectado bajo la idea de que el VIH no debe ser sinónimo de encarcelamiento afectivo, sino una nueva razón para demostrar la fortaleza que se tiene como seres humanos.