Determinación y el Derecho a la Identidad Personal
La identidad se puede describir como la conciencia y la asunción de unos modos de ser, pensar y actuar que dotan de significado y sentido a la vida de una persona.
Cada persona es un ser completo en sí mismo pero en íntima relación con los demás. Ser persona exige la presencia y la relación con los otros. Las maneras de estructurar estas formas de relación siempre están moduladas por la cultura de cada sociedad, pero en manera alguna podemos ignorar o excluir el sentimiento de identidad personal puesto que es un atributo esencial en la vida de cualquier individuo.
Muchos antropólogos afirman que actuamos como agentes múltiples, que representamos muchos papeles. Y en este supuesto se han basado para entender la identidad individual como la combinación de cada una de las diversas identidades sociales que de forma simultánea o alternativa puede asumir una persona.
La identidad social se refiere a un sentimiento de similitud con otros; la identidad personal se refiere a un sentimiento de diferencia en relación con esos mismos otros.
En efecto, la concepción que se tiene de uno mismo y el modo cómo se vive un papel importante en la vida de la gente en la medida en que es fuente de sentido y experiencia para sus vidas: el amor, la amistad, la responsabilidad laboral, los derechos y obligaciones, la forma en la que nos vemos unos a otros, el reconocimiento, la sanción, etc.
Las creencias que los seres humanos tienen acerca de ellos mismos constituyen una fuerza poderosa en su vida individual y colectiva. La manera cómo nos percibimos a nosotros mismos constituye una especie de faro que, tanto a nivel consciente como inconsciente, orienta e influye en nuestras preferencias y decisiones.
La concepción del sujeto humano que permite formular un concepto razonable de autonomía personal en la actualidad se encuentra dispuesta en una determinada tradición del intersubjetivismo; en ella se conjugan el conocimiento de la constitución intersubjetiva de la identidad del yo y el conocimiento de que a la experiencia consciente del hombre siempre se le escapa una parte de las fuerzas y los motivos que constituyen su potencial impulsor psíquico.
La persona es, según ciertos planteamientos, un ser socializado que se somete voluntariamente a la presión social porque no puede escapar de la fuerza socializante que ejerce sobre su yo la cultura que necesita compartir con los miembros del grupo. La conciencia de identidad es un atributo del individuo pero el proceso de producción de esta conciencia es social en la medida en que se basa en significaciones sociales de rasgos individuales y colectivos.
Los antropólogos siempre han subrayado que la identidad personal no está determinada por las estructuras sociales y que es precisamente el vínculo social lo que nos singulariza en la medida que ofrece posibilidades, recursos, señas de identidad, etc., elementos todos ellos que hacen posible la construcción del yo personal.
El mundo de la vida cotidiana constituye el escenario en el que la persona produce y al mismo tiempo es producida por la cultura de su propia comunidad. Se puede aceptar que la identidad personal es el fruto de una constante negociación entre las reglas sociales interiorizadas y las respuestas del núcleo subjetivo más profundo, pero en manera alguna prescindir de ese núcleo estable en la medida en que de él dimana la identidad de las personas
La identidad tiene que ver con lo que soy y no con lo que desearía ser, aunque lo que desee ser influya en mi identidad, en lo que soy, o termine formando parte de mi identidad. El desafío que presenta la vida consiste en aprovechar las posibilidades que brindan los genes y el entorno físico y social.
Podemos cambiar la forma de nuestro molde pero jamás desprendernos de él, dejar de ser lo que somos para llegar a ser por arte de magia la persona que imaginamos que podemos llegar a ser.
Es una propiedad de la morfología intrínseca del sistema humano que fundamenta una concepción consistente y robusta de la identidad personal. La estructura puede variar de organismo a organismo, pero la organización es esencialmente la misma y constituye el mecanismo que garantiza la identidad del sistema visto como un todo. La organización es el invariante de la dinámica de los sistemas biológicos, el complejo unitario de relaciones que constituye la identidad de cualquier ser vivo.
Es cierto que todos nacemos con una identidad dada, aunque muy precaria pues necesitamos del vínculo maternal y familiar para sobrevivir y desarrollarnos como personas.
En efecto, es cada persona la que por su propia iniciativa y siguiendo su propia dinámica la que se despega de este suelo acogedor.
“La persona necesita saber acerca de sí misma en cuanto persona, ya que es constitutivamente problematicidad y reflexividad. La vida misma conduce al planteamiento por el ser-persona”.
La persona se concibe como la unidad de conciencia que persiste a lo largo del tiempo. La conciencia es aquella facultad que permite focalizar nuestra atención sobre nosotros mismos y nuestros propios pensamientos y sentimientos.
Son personas las que conforman las familias, son personas las que crean y dan vida a las instituciones, son personas las que manejan los hilos del poder del Estado, son personas las que poseen y controlan ese enorme entramado de poder económico y militar, y son personas las que están dirigiendo la geopolítica y el destino de este planeta cada vez más globalizado. Y es únicamente la toma de conciencia por parte de las personas de esta situación de donde puede surgir la fuerza y el impulso para cambiar el estado actual de cosas que, tanto tirios como troyanos, consideran inviable e insostenible.