El Estudio De La Neurociencia Para Comprender El Desarrollo De La Dislexia
Las neurociencias reúnen disciplinas clásicas y campos interdisciplinares novedosos, con objetivos orientados a la búsqueda de respuestas sobre la estructura y el funcionamiento del cerebro con el objetivo último de comprender en profundidad los procesos cognitivos y el comportamiento del ser humano (Mora y Sanguinetti, 1994).
Varma (2008) proponen la neurociencia educativa como una disciplina común para que tanto neurociencias como educación se unan a fin de integrar procedimientos con métodos de comportamientos relacionados con el aprendizaje, a partir de lo cual se pueda configurar un modelo sinérgico multidisciplinar. Mientras que los datos hallados en los experimentos neurocientíficos podrían desembocar en hipótesis sugerentes para probar en el aula, así también algunos de los interrogantes emanados de las aulas se podrían diseñar e investigar mediante herramientas neurocientíficas. En este sentido va la integración de las neuroimágenes funcionales con los métodos de comportamiento para abordar aspectos educativos y de aprendizaje.
En los últimos años han ido surgiendo contribuciones y modelos teóricos de la neuropsicología, lo que ha llevado a la aparición de la neurociencia educativa. Se trata de un campo científico interdisciplinario que estudia la interacción entre procesos neuronales, psicológicos y educativos con el objetivo de mejorar el proceso de enseñanza y aprendizaje en el alumno.
En la actualidad, sabemos que la dislexia tiene un origen genético, está asociada a un doble déficit en relación a la adquisición de la conciencia fonológica y también un déficit visual. En ese sentido, la neurociencia proporciona nuevos métodos para comprender el aprendizaje y el desarrollo cognitivo de los niños con dislexia. Desde el punto de vista de la neurociencia educativa se debería empezar por el estudio de los sistemas cognitivos que se construyen sobre los sensoriales a lo largo del desarrollo del niño. Por lo tanto, ¿Cómo podemos predecir que un niño vaya a tener problemas con la lectura? El presente estudio sostiene que a travéz de la neurociencia podemos anticipar y solucionar los problemas de dislexia en los niños.
A priori la relación entre neurociencia y educación no parece evidente, ya que tradicionalmente estas dos disciplinas no han compartido enfoques teóricos ni metodológicos. Por una parte, la neurociencia es una disciplina empírica, basada en evidencia, mientras que la educación se relaciona fundamentalmente con la práctica y sólo recientemente ha comenzado a avanzar hacia una perspectiva más empírica. Por otra parte, si pensamos que la educación se preocupa principalmente del aprendizaje, no debería resultar extraño entonces suponer que quienes estudian o trabajan en esta área reciban información acerca de cómo funciona el cerebro; pues es el órgano más importante para el aprendizaje. Curiosamente, las investigaciones en diversos países señalan que los programas actuales de formación inicial docente no incluyen contenidos de neurociencia (Coch, 2018: 312).
La ausencia de la neurociencia en los programas de formación inicial docente puede deberse a que esta es una disciplina relativamente nueva, ya que solo en las últimas décadas se han desarrollado métodos que hacen posible el estudio del cerebro en tiempo real durante su funcionamiento En definitiva, obtenemos conocimiento sobre cómo el cerebro aprende, de qué manera procesa diferentes estímulos, qué factores contribuyen a su desarrollo, entre otros aspectos.
Los hallazgos sobre neurociencia no son fáciles de interpretar, especialmente para quienes tienen poco conocimiento de la disciplina o se ven motivados solo por el sensacionalismo que esta provoca. Por esta razón, es muy común encontrar en los medios de difusión datos erróneos, malinterpretados o incompletos, generalizaciones inadecuadas de descubrimientos científicos, lo que se ha denominado neuromitos (Dekker, Lee, Howard-Jones et al., 2012: 1). Debido a que la sociedad en general y, particularmente los profesores, están ávidos de conocimiento sobre neurociencia, los medios de comunicación y las redes sociales se transforman entonces en las principales fuentes de información, entregando respuestas parciales o inadecuadas a diferentes temáticas aplicadas al aula. Esto presenta un problema fundamental, ya que al acceder a conocimiento de neurociencia que no es correcto, a la larga los profesores adquieren creencias erróneas sobre cómo aprende el cerebro, lo que puede impactar negativamente en la acción docente y en consecuencia del alumno.
Hoy en día existe amplio consenso en que la neurociencia puede aportar información relevante para la educación, y que este camino está marcado por la interacción con otras ciencias del aprendizaje (Howard-Jones, Ioannou, Bailey et al., 2018: 1). Esto se debe a que una relación directa entre neurociencia y educación es compleja, pues la mayoría de los hallazgos neurocientíficos actuales no tienen una aplicación directa en el aula. Es así como, por ejemplo, saber que ciertas zonas del cerebro aumentan de tamaño cuando un individuo se especializa en una determinada tarea no nos informa sobre qué actividad pedagógica deberíamos utilizar para optimizar el aprendizaje, pero sí nos permite inferir que el trabajo que realizan los alumnos a diario tiene efectos palpables en su cerebro, lo que se manifiesta finalmente en el buen desempeño en una asignatura. La utilización entonces de este tipo de conocimientos por parte de los profesores permite mejorar las expectativas sobre sus alumnos y, a la vez, generar mejores instancias de aprendizaje (Ansari König, Leask et al., 2017: 196).
En ese contexto, desde una perspectiva neurocientífica, los profesores son los principales responsables de generar cambios en el cerebro de los alumnos a través de la enseñanza que desarrollan en el aula. En otras palabras, los docentes son actores fundamentales al momento de decidir de qué forma la plasticidad neuronal de sus alumnos puede dar origen a experiencias de aprendizaje que contribuyan o no al tipo de formación que se busca. Entonces, si los profesores poseen mayor conocimiento sobre neurociencia, su trabajo en el aula será enriquecido significativamente.
Entre las materias más importantes durante los primeros años de escolaridad, la lectura y las matemáticas parecen sobresalir, dada su importancia en el desarrollo de futuros conocimientos. Una serie de hallazgos sobre neurociencia han dado luces de cómo nuestro cerebro procesa el lenguaje durante la lectura, y realiza operaciones aritméticas (Im, Varma, Varma, 2017: 13). En particular, se ha podido constatar cuáles son los correlatos neuronales de la lectura y las matemáticas, lo que es útil para establecer de qué forma nuestro cerebro procesa la información, tomando en cuenta las zonas cerebrales involucradas y el tiempo en que se accede a los diferentes tipos de información (fonología, semántica).
Se ha descubierto, por ejemplo, que aprender a leer genera cambios en las estructuras neuronales del procesamiento auditivo, visual, y del lenguaje en general (Dehaene, 2009: 25), lo que permite evidenciar con más precisión el resultado de una determinada metodología de enseñanza, el tiempo de aprendizaje dedicado, o los materiales empleados. Además, la neurociencia ha permitido aclarar las causas de dificultades del aprendizaje como la dislexia y han documentado los efectos de las intervenciones dirigidas a estas dificultades del desarrollo a nivel estructural y funcional en el cerebro (Im, Varma, Varma, 2017: 7).
La adquisición de la habilidad lectora es un hito en el desarrollo del niño. La lectura no es un acto natural: el cerebro debe aprender a leer (Dehaene, 2007). Mientras que el lenguaje oral está biológicamente determinado, no hay «instrucciones» prefijadas para leer. Para aprender a leer es necesario romper la especialización de los circuitos ya existentes del lenguaje oral y tomar conciencia de la materia prima que lo compone: las palabras, las estructuras silábicas, los fonemas. El cerebro se va especializando en decodificar un nuevo tipo de estímulos visuales y en ponerlos en relación con los conocimientos lingüísticos. Así, para llegar a ser un lector competente son necesarias dos grandes habilidades, la habilidad para reconocer palabras escritas y la habilidad para comprender textos, que constituyen los dos grandes componentes de la lectura
De hecho, una parte importante de las actividades que realizan los niños al inicio de la escuela obligatoria se dirigen al dominio de las RCGF. Con la práctica, el reconocimiento de palabras se hace fluido y se convierte en un proceso automático, que no requiere excesiva atención, de modo que, cuantos menos recursos atencionales se dediquen a esta operación de bajo nivel, mayor será la capacidad para ejecutar los procesos de nivel superior que llevan a la comprensión (Laberge y Samuels, 1975). Precisamente, los lectores con dificultades fracasan en la transformación fonológica de las señales visuales y, como veremos, los procesos fonológicos se consideran claves en la lectura, por lo que presentan una dificultad particular para los niños con dislexia.
En la etapa alfabética, que consiste en aprender las reglas de correspondencia, habitualmente en la escuela. Los niños usarían una estrategia fonológica o subléxica, parcial o completa, que través de la práctica se consolida, de modo que son capaces de distinguir las letras o grupos de letras con rapidez, de segmentar las palabras en sus sonidos y de combinarlos para leer las palabras de forma cada vez más rápida, automática y con menos esfuerzo. En esta etapa empiezan a manifestarse las dificultades de aprendizaje como la dislexia y digrafía.
[bookmark: bbib0275]Por tanto, cuantos más conocimientos lingüísticos tengan los prelectores, mejor será su aprendizaje lector. Al mismo tiempo, al enseñar a leer, se deberán seguir desarrollando todos esos conocimientos, así como tenerlos en cuenta al diseñar programas de intervención para mejorar la lectura, que deben basarse en la evidencia científica. En ese sentido, hoy día predomina la idea de que los niños con dificultades lectoras, aunque pueden presentar otros problemas, tienen, principalmente, déficits de procesamiento lingüístico que, sobre todo, implican déficits en los procesos fonológicos; éstos, a su vez, parece que tienen que ver con déficits en el procesamiento de la señal del habla ( Goswami, 2011). Algunos autores sugieren que el juego lingüístico, la poesía, las nanas, las canciones infantiles e incluso el entrenamiento musical son de suma importancia para labrar la imaginación de los niños (Styles, Joy y Whitley, 2010)
En conclusión, la neurociencia nos ha permitido derribar estos mitos sobre la educación en los niños con dislexia, pues se sabe que existen períodos de mayor sensibilidad para el aprendizaje, pero no períodos críticos después de los cuales ya no se puede aprender. De esta forma, el aprendizaje en todas sus formas es posible a lo largo de toda la vida, si se dedica el tiempo suficiente. El problema principal en la falta de aprendizaje de los adultos radica en el corto tiempo que dedican al aprendizaje, a diferencia de los niños cuya actividad principal es aprender.
Dejamos en evidencia que existen diversos contenidos neurocientíficos en la actualidad que pueden ser de gran utilidad para la enseñanza, particularmente de la lectura y de las matemáticas, pilares fundamentales para construir conocimientos en otras materias. Además de entender de mejor forma cómo el cerebro permite la lectura y la realización de cálculos aritméticos, integramos el concepto de plasticidad neuronal, que está en la base del aprendizaje de los niños. En ese contexto, la presencia de la neurociencia y de la psicología cognitiva en los programas de formación inicial docente, permitirían un acercamiento real de la evidencia empírica en el desarrollo de la formación y de la acción docente.
Finalmente, la neurociencia se convierte en una posibilidad de solución para contribuir al mejoramiento de procesos educativos y a la solución de problemas relacionados con el aprendizaje de los niños con dislexia, a través de métodos relevante que ponen a prueba la eficacia pedagógica educativa centrada en la importancia del lenguaje oral y escrito.
Referencias
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