Hedda Gabler: Crítica Sobre La Producción

Introducción

La obra de Henrik Ibsen fue, por muchos motivos, demasiado avanzada para su época, de hecho, fue pionera en cuanto a sus temáticas y tópicos, pues no temía sumergir su literatura en tabúes que chocaban con los valores sociales contemporáneos, siempre anteponiendo su visión por encima de lo moralmente establecido. Este reconocido autor pasó por varias etapas literarias a lo largo de su vida, por lo que resulta interesante hacer una crítica sobre el cómo fue evolucionando y perfeccionando su estilo a lo largo de su amplia galería de obras.

Si bien esta ácida crítica a la sociedad le ayudo a perdurar en el tiempo y ser reconocido como un autor de culto, no le favoreció mucho en aquellos años donde sus obras eran publicadas, pues en su tiempo estas fueron tachadas de inapropiadas e inmorales. Es por esto mismo que Ibsen tuvo un reconocimiento bastante tardío en vida, no obstante, al final se convirtió en la personalidad más importante de su país, con sus obras siendo representadas a lo largo de toda Europa hasta la actualidad.

Desarrollo

En una primera etapa más bien romántica, el autor recoge el folclore y la tradición de su natal Noruega, para de esta forma explorar las carencias de la misma; según su opinión, sus obras más significativas de aquel periodo retratan características de la cultura y sus aspectos más contraproducentes. El primer ejemplo de esto lo encontramos en su obra Brand de 1866, en donde a lo largo de un poema dramático de cinco actos.

 Vemos la vida del sacerdote Brand, quien sacrifica a su mujer y a su propio hijo simplemente para poder mantener sus propios ideales religiosos. Resulta atrayente analizar como en esta historia podemos encontrar por medio de simbolismos y reflexiones una crítica sutil a la falta de solidaridad de los pueblos escandinavos durante el desenvolvimiento de la invasión Prusiana de Dinamarca.

Sin embargo, el paradigma más claro de esta etapa del autor lo podemos encontrar en su obra Peer Gynt de 1868, en donde seguimos a Peer, el protagonista de todos los sucesos que mueven la trama, quien es un soñador bastante incongruente con su realidad que poco a poco va dejando toda responsabilidad a cargo de su fantasía, la cual es representada como un genio propio del folclore noruego.

 Durante este mismo periodo de “dramaturgo poeta”, el autor trabajo también en varias redacciones líricas, las cuales más adelante fueron recogidas bajo el genérico nombre de “Poems” y publicadas en el año de 1871, dichas composiciones trataban de una colección de versos románticos cargados de simbolismo con una calidad impresionante.

En su segunda etapa, se podría definir a Henrik Ibsen como una suerte de “Dramaturgo radical”, pues su obra atravesó un especial interés por el realismo y la fuerte crítica social, con obras mucho más apegadas a la realidad de su época y abriendo controversiales debates sobre qué tan éticos eran ciertos tópicos de la cotidianidad en la sociedad burguesa.

Es en este punto donde el autor se adentra en su etapa más polémica, y es aquí en donde deja de lado el romanticismo y comienza a escribir obras a modo de prosa protagonizada por personas muy similares a los pobladores de su entorno. La primera obra que fungió como transición para el estilo de Ibsen fue titulada “Samfundets Støtter” y publicada en 1877, en ella encontramos una inexorable crítica contra la hipócrita sociedad burguesa, representada por un comerciante inescrupuloso y totalmente falto de moral, al cual seguiremos a lo largo de todos sus fraudes y estafas, haciendo especial hincapié en el individualismo de la época.

Pero sin lugar a dudas, la entrada triunfante de este autor al panorama universal en cuanto al teatro se refiere, la encontramos en su ya de culto obra “Et Dukkehjem” (La casa de muñecas) de 1879, la cual ya desde su estreno en el Teatro Real de Copenhague, se convirtió en la más polémica del dramaturgo, y sirvió como un digno ejemplar para el feminismo, a su vez que una bofetada para los hombres de ideales más conservadores de la época, los mismos quienes exclamaban que semejante novela era un ataque directo a los valores de la familia tradicional.

En esta obra nos encontramos a Nora, quien se ve obligada a falsificar la firma de su moribundo padre para realizar un préstamo bancario y así salvaguardar la salud de su marido. A medida que la historia avanza, Nora tiene muchos más problemas para ocultar el secreto, esto sumado a su cotidianidad la hacen darse cuenta de que ella es una simple espectadora de su propia vida, pues todo el mundo le antepone valores contradictorios los cuales amenazan su propia idea de felicidad.

Otra obra bastante reconocida de esta etapa del autor es Gengangere de 1881, en donde su protagonista la señorita Alving, vive con su marido fingiendo ser feliz a pesar de que claramente no lo es; esta obra abarca de manera impresionante la moral sexual contemporánea, tomando como excusa temas más superfluos como lo pueden llegar a ser la locura hereditaria o los conflictos generacionales.

Finalmente en su vejez el autor atraviesa una oscura etapa simbolista llena de metáforas y abstracciones, en donde realiza varias referencias autobiográficas y de manera sutil describe sombrías predicciones sobre la muerte y lo que ocurre después de ella; en esta etapa encontramos una prosa mucho más densa en donde se abordan tópicos como los sacrificios que deben de realizar las personas (el mismo Ibsen incluido) para satisfacer las exigencias de su vocación y la alta dedicación que esto requiere.

Es así como aparece Fruen ved Havet (la dama de mar) en 1888, obra en la cual por medio de Elida Wangel nos sumergimos en un matrimonio muy fuera de los estándares de la época y alejado de cualquier convención de su tiempo, pues narra la historia de cómo esta dama tiene una disputa consigo misma sobre si debería abandonar a su esposo para irse con un marinero y dejarse llevar por el más inconsciente sentido de aventura y pasión. La obra teatral compuesta de cinco actos está cargada de una fuerte sensación de inseguridad y apego por lo abstracto, por lo cual resulta muy fascinante y adelantada para su tiempo.

Durante esta etapa también podemos encontrar obras mucho más personales e introspectivas del dramaturgo, tal es el caso de Hedda Gabbler de 1890, la cual no es más que un recuerdo sobre cierta relación amorosa que mantuvo el autor noruego en su juventud; o El Constructor Solness, obra de 1892 en la que seguimos a un artesano que sirve como paralelismo del autor para expresar como la pasión que ha tenido por su trabajo a lo largo de su vida lo ha consumido en un sentido espiritual.

Si analizamos la producción literaria de Henrik Ibsen de forma general, podríamos catalogarlo como un “enemigo del pueblo”, pues la opinión que el dramaturgo tenía sobre este era bastante negativa, de hecho, llego a decir que el pueblo y más concretamente la sociedad burguesa no era más que una “masa amorfa regida por verdades disecadas”; y es exactamente en esto mismo donde radica la esencia de su trabajo.

La obra de este dramaturgo estuvo cargada de crítica a la moral, cuestionando la veracidad de esta, así como su entorno y siempre analizando diferentes aspectos los cuales nadie se atrevía a mencionar, pues eran imposiciones sociales de antaño. También era especialmente satírico a la hora de describir dichos problemas, pues todas sus obras plantean grandes personajes, con un notable interés por los femeninos, cosa inaudita para la época.

Ibsen no tenía miedo de expresar sus ideales políticos e ideológicos; era un acérrimo crítico del capitalismo y abiertamente opinaba que la sociedad se regía por leyes de hombres, algo totalmente injusto para las mujeres. Toda esta inconformidad con su entorno se vio reflejada desde sus primeras obras, sin embargo, es a partir de su segunda etapa como escritor y dramaturgo donde realmente empieza a poner sobre el papel sus opiniones más controversiales, expresadas por medio de impecables poesías y líricas que más adelante se volverían obras teatrales.

Conclusión

Si bien su vasta producción literaria y teatral parte de una forma un tanto débil, con una prosa más amable y romántica, esta va evolucionando conforme el autor se adapta a las nuevas corrientes literarias propias de la segunda mitad del siglo XIX (tales como simbolismo, el realismo o el naturalismo), con lo que toma impulso para perfeccionar su estilo, experimentando una escritura densa y abstracta, con situaciones mucho más apegadas a la sociedad europea. 

Su creatividad para formular historias no se hizo esperar, pues supo crear con gran ingenio personajes dramáticos que iban totalmente acorde con las inquietudes propias de la época, así como debates entre fuertes contradicciones sociales que más adelante le valdrían el título de “el padre del drama moderno”. 

07 Jun 2021
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