Desigualdad Social en la Creencia Religiosa
Introducción
En la concepción cristiana todos los individuos han sido creados a imagen y semejanza de Dios, estableciendo un valor intrínseco de cada ser humano que no puede ser arrebatado. Esta dignidad inalienable de los hombres es igual para todos, independientemente de su condición social y económica, y nos hace hermanos en Cristo. Las primeras comunidades cristianas expresaron esta relación de hermandad no solo en la fe, sino que también en la vida cotidiana. Así, en el Nuevo Testamento, se plantea que “todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno”.
Desarrollo
Existía una responsabilidad común y tangible por las necesidades de los miembros de la comunidad. La responsabilidad mutua dentro de una misma comunidad parece razonable, pero el mensaje de Jesús llamaba a un comportamiento más radical: “Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles?’. Esto genera un punto de inflexión, donde el carácter cristiano plantea una preocupación por la humanidad completa, ya que finalmente somos todos hermanos en Cristo. En el caso de la doctrina social de la Iglesia, la temática de la pobreza y la desigualdad en las condiciones de vida de la población.
Han sido asuntos recurrentes a lo largo de la historia. Lo anterior, ciertamente se debe a que el énfasis en estas problemáticas surge intrínsecamente del mensaje de Jesús y de los fundamentos de la justicia social. Si bien es una discusión interesante, en este texto no ahondamos en lo que se considera ética socialcristiana, ni justicia social en términos teóricos, sino que se plantean las demandas y exigencias prácticas realizadas por la DSI a lo largo de su historia. Dando inicio a las encíclicas sociales, el primer papa que denunció las precarias condiciones en las que vivía gran parte de la población, fue León XIII a través de su encíclica Rerum Novarum, publicada en el año 1891.
En esta carta encíclica, se planteaba la necesidad de responder a la cuestión obrera, denunciando también las grandes desigualdades económicas que se observaban en la sociedad. “Juntase a esto que la producción y el comercio de todas las cosas están casi del todo en manos de pocos, de tal suerte, que unos cuantos hombres opulentos y riquísimos han puesto sobre la multitud innumerable de proletarios un yugo que difiere poco del de los esclavos”. León XIII no solo presenta una realidad existente en esa época, donde muchos hombres vivían en condiciones prácticamente de esclavitud, sino que además planteaba que este yugo, similar al de los esclavos.
Lo imponían aquellos que tenían en sus manos la riqueza. De manera, que la denuncia no se enmarcaba únicamente en visibilizar condiciones marginales de vida de un grupo de la población, sino que además en hacer consciente al resto de la comunidad, de que las decisiones de unos pocos generaban estos efectos en la vida del proletariado. Esta preocupación por las condiciones inaceptables de vulnerabilidad, descritas por Rerum Novarum en 1891, sigue estando vigente para la iglesia actualmente. En la I Jornada mundial de los pobres, celebrada en noviembre del 2017, Francisco afirmaba que: La pobreza tiene el rostro de mujeres, hombres y niños explotados por viles intereses.
Pisoteados por la lógica perversa del poder y el dinero. Que lista inacabable y cruel nos resulta cuando consideramos la pobreza como fruto de la injusticia social. La miseria moral, la codicia de unos pocos y la indiferencia generalizada. Como se expresa en ese discurso, una de las mayores preocupaciones, que persiste a lo largo de los años, es que estas desigualdades son fruto de la codicia de unos pocos, y agrega a esto la responsabilidad de la población que actúa de forma indiferente frente a la explotación de miles de personas. Es interesante analizar la preocupación por la indiferencia generalizada, que el papa actual posiciona como parte de los factores que hacen surgir la pobreza.
Como plantea el teólogo Juan Bautista Metz, es de esperar que la experiencia de Dios, inspirada bíblicamente, sea una mística de los ojos abiertos que se intensifica con el dolor ajeno, Y que lleva a actuar frente al sufrimiento. Asimismo, en el discurso citado anteriormente, Francisco planteaba que el trasfondo de la pluralidad presente en el Padre Nuestro implica comunión, preocupación y responsabilidad común. En resumen, esta indiferencia por parte de la comunidad cristiana, hacia las condiciones de pobreza que se observan en nuestra sociedad, debe asociarse a una desconexión con el mensaje de Jesús.
La académica de Trabajo Social, Caterine Galaz, plantea que “el hecho de situarse frente a un «otro», un sujeto considerado como legítimo obliga a cuestionar las propias formas de nominación y de actuación cotidiana frente a esos otros sujetos. Implica el reconocimiento de ese alguien y no la indiferencia y negación de este”. La autora afirma que ese reconocimiento de otro ser, lo visibiliza y permite así, que se establezca la lógica de la corresponsabilidad. Galaz sostiene que esta forma de aproximarse a otro hace que la presencia de los demás, signifique algo en la propia experiencia y que se evite de esta forma, la indiferencia de la coexistencia.
Justamente esto es lo que expresa Bautista Metz con la mística de los ojos abiertos, puesto que al visibilizar a un otro se empatiza con su sufrimiento, y es esto lo que moviliza a la acción. Por lo tanto, hemos de apuntar a establecer la lógica de la corresponsabilidad para terminar con la indiferencia generalizada a la que hace referencia el Papa Francisco. Se puede considerar, además, que el fenómeno de la indiferencia generalizada y la incapacidad de vincularse con el dolor que acarrea la pobreza hace que aquellos que viven en estas condiciones sean vulnerados más allá de sus condiciones materiales.
Esto se debe a que son marginados del consciente colectivo, y por lo mismo, omitidos dentro de la comunidad. Algunas consecuencias de este escenario social son que, en primer lugar, perduran las condiciones de pobreza sobre miembros de la comunidad. Ya que las problemáticas que no son percibidas por los tomadores de decisiones no tienen una búsqueda activa de soluciones. Y, en segundo lugar, aquellos que experimentan estas condiciones de vida, se ven desplazados, generando un quiebre de los vínculos sociales. Juan Pablo II, en la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, afirmaba que la DSI es una herramienta creativa y abierta.
Conclusión
Debe utilizarse cuando arrecian las injusticias y crece dolorosamente la distancia entre pobres y ricos. Estableciendo así que la DSI busca dar luces para actuar frente a los escenarios de desigualdad e injusticias que se presentan en nuestra sociedad. Además, se plantea que esta dolorosa distancia, que genera la pérdida de cohesión social y de preocupación por el bienestar común, debe combatirse a través de la acción. Pero vale recalcar que esta acción, a la que hace referencia Juan Pablo II, está traspasada por la visión trascendental del ser humano. Es por esto que Benedicto XVI propone que, si bien las acciones para el desarrollo son urgentes, requieren de respuestas que tengan concordancia con el respeto a la dignidad de cada persona: