La Corrupción Desde El Punto De Vista Ético
Los mexicanos enfrentan numerosos retos, entre ellos está un estancamiento en la construcción de la democracia y de un Estado en el que los derechos humanos puedan ser respetados por gobernantes y gobernados, donde encontremos la verdad y la solución al pasado autoritario que tenían y en el que los problemas como la violencia homicida, el narcotráfico, el crimen organizado y la impunidad sean enfrentados con políticas socialmente aceptables.
La corrupción además de ser un tema político o económico es, sobre todo, un problema ético y moral que evidencia la crisis de estos valores en la sociedad. Si bien desde el punto de vista etimológico, la moral y la ética tienen un mismo significado (costumbre), no son iguales. La ética es más que un conjunto de normas, es un pensamiento y reflexión de estas mismas, en cambio la moral sí constituye un conjunto de normas que rigen nuestras conductas individuales de acuerdo con la época en la que se está viviendo. La ética trata de explicar la conducta moral, estudiando sus cambios a través del tiempo; tratando de definir lo que está bien y de lo que está mal. La ética no sólo describe las conductas de las personas, sino también intenta dar razones de cómo deberían de ser.
En este sentido, al ser la corrupción una práctica socialmente generalizada se podría pensar de manera errónea que es aceptada por la moral social. Sin embargo, es una realidad que también está generalizando el rechazo a ella porque afecta los valores sociales, dificulta la convivencia y sobre todo llega a presentarse como un obstáculo para el desarrollo del país. En términos racionales, la corrupción puede ser entendida e incluso se pueden explicar las razones que la causan, pero no puede ser justificada ni aceptada por la moral.
La raíz de la corrupción no está en el contexto o en el entorno que la causa o permite, ni en la capacidad o no de condenarla, sino en las bases éticas sobre las que se construye la vida social, política y el servicio público. Es una apreciación muy ilusa y banal la que supone que los individuos sólo se comportan de manera correcta y respetan las normas de convivencia cuando existe un sistema capaz de reprimir y castigar su conducta. Ninguna sociedad tiene capacidad para administrar sanciones de forma generalizada si todos sus miembros deciden no respetar las normas, las sanciones están concebidas como excepción no como normalidad. A partir de ahí, se empieza la distinción y la responsabilidad moral y ética de cada individuo; ya que no es lo mismo hacer el mal que no hacer todo el bien debido, o que ceder a la corrupción para conseguir algo que es justo y a lo que se tiene derecho.
El hombre de manera individual es el origen de toda acción moral, ya sea buena o mala. La corrupción empieza en la mente de cada individuo, primero como pensamientos y luego estos pensamientos se convierten en acciones concretas. Cuando estos actos se repiten con reguladores, se convierten en hábitos, estos hábitos a su vez se convierten en el carácter del individuo. Todas las personas pueden involucrarse en actos de corrupción a través de una variedad de formas: realizar actos corruptos personalmente o juntarse con personas corruptas a través de las cuales las personas puedan ser influencias negativamente.
En este nivel personal, cada individuo puede protegerse de la corrupción mediante la formación de una buena conciencia, una conciencia en la que se advierte con anticipación y condena al individuo dependiendo de si sus acciones son buenas o malas. Aparte de eso, es necesario que las personas reconozcan que la corrupción es un acto moralmente malo, sin esta convicción personal, será muy difícil lograr que las personas se mantengan alejadas de la corrupción. Para que el individuo se proteja de la corrupción, debe de tener un fundamento sólido e inquebrantable de valores para mantener un alto nivel de moralidad y negarse a cometer este tipo de acciones, lo que encontramos en las palabras del cantante Joan Baez citado en Fonseca (2015): “Si no peleas para acabar con la corrupción y la podredumbre, acabarás formando parte de ella.”
Lamentablemente México siempre aparece entre los principales países en las mediciones de la corrupción de todo el mundo, lo que contribuye a generar esa idea de que por naturaleza los mexicanos son corruptos, pero la realidad es que no se tiene la verdadera certeza sobre la confiabilidad de dichas mediciones, pues de entrada se trata de un acontecimiento que se da en la opacidad, que no deja rastros en registros de carácter oficial y que su medición se asienta más en cuestiones de percepción social que en datos concisos, aunque algunos se obtienen poniendo más atención en los efectos que causan los actos corruptos que en los mismos actos.
Un ejemplo de ello es el Estado, quien establece ciertas normas jurídicas que, en principio, sólo sanciona conductas que causan un daño grave a la sociedad por afectar sus bases estructurales. En consecuencia, lo habitual en la vida social es que la minoría de personas sean sometidas a procesos jurídicos; es decir, la mayoría de las personas no cometen delitos, y no lo hacen porque tengan miedo a la sanción, aunque la pena tenga una función de ejemplaridad, sino porque comparte las bases éticas de la estructura social y los valores que permiten una convivencia social. Si todos quebrantamos las normas penales, además de que sería imposible poder sancionar a todos, significa que la sociedad ha perdido todos sus valores éticos y morales. En opinión del autor Cristopher Ballinas Valdés en la revista Expansión (2014) comenta: “Esta práctica no se limita solo a la clase política sino a la sociedad, combatirla es obligación de todos y ayuda a fortalecer instituciones.”