La Etica En La Ciencia Y La Tecnologia Como Motores De Desarrollo Y Progreso
La tecnología y la ciencia, son dos motores de desarrollo y progreso. Ambos han propulsado cambios significativos en el mejoramiento de la calidad de vida humana. Por ejemplo, los científicos han creado innumerables medicinas y tratamientos que le han salvado la vida a millones de personas. Pero los avances científicos no tuvieran la misma repercusión si estos no se encontraran apoyados en la tecnología. Realmente, es necesario afirmar que ambos van de la mano. Por ejemplo, jamás se hubieran creado los modernos equipos y artefactos médicos si no fuera por el desarrollo tecnológico que hemos visto en los últimos años.
Aunque todo esto es positivo, existe un lado oscuro del desarrollo científico y tecnológico, que es examinado en raras ocasiones. El florecimiento de los avances tecnológicos y científicos se han realizado en muchas ocasiones ajenas a criterios éticos. Esta brecha entre la ética, la ciencia y la tecnología debe ser examinado a profundidad. El propósito no es solo realizar un simple análisis, pero también plantear el camino hacia un nuevo enfoque en el que la ética sea el centro de todo avance tecnológico y científico. En años recientes, con los rápidos avances de la ciencia y la tecnología, se ha acelerado la conversación alrededor de la ética en lo concerniente a dichos avances: ¿qué tan lejos podemos, o debemos llegar, en el nombre del progreso? ¿Hasta qué punto es nuestro deber investigar y modificar aspectos de la naturaleza que presentan riesgos y desafíos para la raza humana? ¿Cuándo deja de ser ciencia, y se vuelve “jugar dios”? En miras de responder estas preguntas, cada vez más se entrelazan los campos de la ética y la ciencia, buscando un balance adecuado entre progreso y respeto a la condición humana.
Indudablemente, la ciencia y la tecnología son, y siempre han sido, los motores del progreso; es a través de estos campos que hemos conectado al mundo, aumentado la expectativa de vida del ser humano, y aumentado la producción agrícola para poder alimentar a una creciente población. Sin embargo, esto es tan solo una cara de la moneda.
Con cada tecnología nueva que se desarrolla, se crean inmediatamente cuestionamientos éticos. Por ejemplo, el descubrimiento del potencial de la fisión nuclear como una fuente de energía fue rápidamente tergiversado para ser utilizada en armas de guerra: la bomba atómica. Esto es evidencia de que toda nueva tecnología tiene el potencial de ser utilizada para el bien, pero también de ser manipulada y retorcida para cumplir con intereses antiéticos, todo en dependencia del momento de la historia en que se desarrolle, y en manos de quién caiga. Se presenta entonces la necesidad de un código de ética fuerte y marcado para evitar daños trágicos ocasionados en nombre del progreso, ya sea a otros seres humanos, como a la naturaleza propia.
Definiendo la ética en el marco de la ciencia, se trata de trabajar hacia el progreso, con toda la curiosidad, honestidad e integridad que exige una profesión en estos campos, siempre esforzándose porque esté supuesto progreso no ocasione daño a los seres humanos ni a la naturaleza. Esto debe ser un precepto universal, aplicable desde las tareas más básicas como asistir en un laboratorio, hasta aspectos de mayor complejidad como la experimentación, y cuestiones que impliquen la alteración de la fisionomía o el perfil genético humano.
Todo profesional de la ciencia y la tecnología debe tener una consciencia aguda y una comprensión clara de que en su posición tiene el poder de hacer mucho bien, pero, si se descuida, también mucho daño, ya sea por negligencia o por perseguir el supuesto progreso aún en detrimento del ser humano y de toda la otra vida que habita el planeta.
En el caso particular de la ética en el desarrollo tecnológico, se han presentado en años recientes una serie de alarmantes interrogantes que se encuentran aún lejos de ser resueltas. En primer lugar, y lo que probablemente piense todo el mundo a la hora de considerar la intersección entre la tecnología y la ética, está el desarrollo de la llamada inteligencia artificial. Se cuestiona si es buena idea, si es ético, desarrollar máquinas con capacidad de básicamente pensar por sí mismas, de tomar decisiones y de “aprender” de su propia cuenta; aunque actualmente esto se encuentra coartado tanto por nuestra capacidad tecnológica, aún no lo suficientemente avanzada para crear máquinas verdaderamente autosuficientes, como por el pleno hecho de que no estamos aun intentando llegar a un punto tan extremo.
Un ejemplo práctico de las interrogantes éticas que surgen en el marco de la inteligencia artificial lo tenemos en el ámbito de los automóviles autoconducidos, donde la computadora de navegación del carro se encarga, dependiendo de la ruta escogida y una serie de sensores en la máquina, de conducir el vehículo. El pensamiento detrás de este tipo de automóvil considera que, al excluir el error humano de la actividad de la conducción automovilística, se elimina por igual prácticamente cualquier riesgo de accidente producido por el conductor. Si bien esto pudiese ser cierto, un sencillo ejercicio de pensamiento revela las debilidades de esta teoría. Digamos que, en una carretera, va un carro de conducción automática, detrás de un camión de carga. A la derecha del carro se encuentra un motociclista sin casco, y a su izquierda, un motociclista con casco. Detrás del carro está otro automóvil. Consideremos entonces, una situación en la cual, del camión de carga, por accidente, se afloja un paquete de varillas, que va a caer encima del conductor que tiene detrás. Si este carro es de conducción automática, los sensores del vehículo se percatarán del peligro que se avecina, y, dependiendo de cómo haya sido programado, tomará una decisión: puede, al darse cuenta de que está rodeado, sacrificar a su propio conductor y quedarse quieto, evitando daño a los demás, pero hiriendo al consumidor que lo ha comprado, indudablemente no una decisión sabia para cualquier fabricante; puede, viendo que el motociclista que tiene a la izquierda lleva casco, virar en esa dirección, suponiendo que el motociclista también se quitará, y que en caso de que no, será protegido por su casco, pero esto sería penalizar la decisión de seguridad de otro conductor; puede, por el contrario, virar a la derecha, entendiendo que si el motociclista no tiene casco, puesto que no valora su seguridad, pero esto sería ejercer una especie de policía callejera; por último, está la opción de frenar, indudablemente hiriendo al conductor que lleva detrás y muy posiblemente a sí mismo.
Cualquiera de estos resultados se consideraría un accidente si el carro no fuera de conducción automática, debido a que la decisión la habría tomado el conductor en el momento, sin consideración previa, y por ende, no entra cualquier debate ético en dicha decisión. Sin embargo, si estamos hablando de programar un vehículo para que decida a quién herir en el evento de un accidente, tenemos, indudablemente, un debate delicado en nuestras manos.
También hablamos de ética en la ciencia a la hora de la modificación del genoma humano: experimentos y tecnologías a través de las cuales se busca eliminar el flagelo de las enfermedades genéticas y condiciones congénitas. Sin embargo, son muchos los críticos de esta tecnología, argumentando que la ciencia se está poniendo a jugar dios. Además, se teme que en un futuro estas tecnologías sean utilizadas para asuntos más frívolos e innecesarios, como alteraciones puramente estéticas, iniciando alguna especie de limpieza de razas o de filtración de cualquier carácter que pueda considerarse poco atractivo en una cultura determinada. Se teme por igual que las adaptaciones que esta tecnología facilite adquirir distancien al ser humano de su verdadera naturaleza, de cierta forma generando una evolución artificial.
Ciertamente, es necesaria la consideración de algún código ético en las ciencias, donde se imponga el destinar todo progreso al servicio de la humanidad y la naturaleza; conducirse con justicia, honestidad, honradez, y buena fe en todo momento; responsabilidad personal por los actos de cada profesional; y, sobre todo, como en toda profesión debe considerarse, pero más en los campos de la ciencia por su impresionante capacidad de alterar el curso de la humanidad, un compromiso inequívoco de nunca hacer daño, a nadie ni a nada, deliberadamente. Tal enfoque, sin duda alguna, garantizaría un ejercicio científico y tecnológico más ético, siempre al servicio de las comunidades humanas y de la naturaleza en general, aunque nunca ahogando la creatividad científica ni deteniendo el progreso.