La Felicidad En Un Mundo De Máquinas Y Crecimiento Económico
En los últimos años, las personas estamos siendo testigos de importantes cambios en nuestra sociedad gracias al avance sin precedentes de la ciencia y tecnología y de un crecimiento económico sostenido a lo largo de los años. En la Declaración sobre la ciencia y el uso del saber científico, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO por sus siglas en inglés), menciona que gracias a los nuevos desarrollos científicos y tecnológicos la esperanza de vida ha aumentado considerablemente, se han descubierto nuevos tratamientos para enfermedades, ha incrementado la producción en masa, y finalmente resalta la reducción de distancias gracias al desarrollo de comunicaciones instantáneas que han consolidado lo que podría denominarse una comunidad global. (UNESCO, s.f) A pesar de dichos avances, una serie de índices, entre ellos el Índice de Desarrollo Humano (IDH) y el Índice de la Felicidad, ponen en manifiesto cómo en el mismo periodo en el que se dio un auge científico-tecnológico y económico, los niveles de “felicidad” de las personas parecen no haber variado más que en proporciones ínfimas. Sobre esa base, en el presente ensayo pretendo exponer una serie de razones por las que considero que el hiperconsumismo y nuestro actual modelo de producción son causales para explicar el estancamiento en los niveles de felicidad de las personas, haciendo uso de argumentos reforzados por los postulados de reconocidos académicos como son Lipovetsky, Bauman, entre otros y una serie de renombrados economistas.
Para tener una mejor comprensión de uno de los conceptos más usados en este ensayo, quiero comenzar definiendo lo que se entiende por economía de la felicidad, también conocida como economía del bienestar subjetivo o de satisfacción con la vida. Esta es una variante de la disciplina económica que enfatiza en la necesidad de evaluar y medir nuestros niveles de satisfacción con la vida que llevamos más allá de solo preocuparnos por el nivel de ingresos que percibimos. Por tal motivo, la economía de la felicidad necesita de otras ramas del conocimiento como la psicología, sociología y la neurología para poder desarrollar sus teorías y no padecer de las mismas limitaciones que presenta la economía convencional (Revista Foreign affairs Latinoamérica, 2016).
El pionero de los estudios de la economía de la felicidad, el economista Richard Easterlin (1974) afirma que el crecimiento económico, entendido como el aumento generalizado del ingreso y la abundancia de productos, no viene acompañado de un aumento de felicidad de las personas y que la relación entre dichas variables no es estrictamente directa. (Revista Foreign affairs Latinoamérica, 2016) . Por su parte, el economista peruano, Jurgen Schuldt, en su libro, “Desarrollo humano y de la naturaleza”, propone una amplia gama de hipótesis para explicar la paradoja entre el crecimiento económico y la felicidad, entre las cuales destacan la hipótesis del umbral de ingresos, la de la adaptación hedónica, de las expectativas e ingreso relativo en el espacio social, de las aspiraciones crecientes, del impacto de las externalidades y la hipótesis de los bienes relacionales (Schuldt, 2012). Frente a este variado espectro de posibilidades para entender por qué la felicidad no debe ser confundida con el ingreso, me he visto especialmente atraída por desagregar los conceptos que envuelve la hipótesis de las aspiraciones crecientes y su vínculo con el hiperconsumismo característico de la sociedad contemporánea.
La hipótesis de las aspiraciones crecientes explica la influencia que ejercen las cambiantes aspiraciones de las personas sobre su bienestar. La tesis de Easterlin (2003:16) es que a medida que aumentan los ingresos, aumentan también las aspiraciones, con lo que el bienestar no se modificaría a lo largo del tiempo. (Schuldt, 2012)
“(…) Las aspiraciones materiales aumentan al mismo ritmo que las posesiones materiales, y cuanto mayor sea ese incremento de las posesiones, mayor será también el incremento de los deseos. Es este cambio diferencial de las aspiraciones, correspondiente al cambio diferencial en el ingreso, lo que explica la constancia de la felicidad a lo largo del ciclo de vida” (Easterlin, 2003)
De la cita se puede evidenciar que, si bien los mayores niveles de ingreso y de consumo generan una mayor satisfacción temporal, al poco tiempo – a ese nivel más alto – tendrán también mayores “deseos y necesidades” (Schuldt, 2012). Y es aquí donde entra a tallar el hiperconsumismo y nuestro actual modelo de producción y su vinculación con los incrementos marginales de nuestros niveles de bienestar subjetivo. Así pues, en un mundo donde nuestro modelo de consumo nos expone a nuevos y mayores deseos y necesidades y donde nuestro modelo de producción nos esclaviza para poder generar ingresos y satisfacer dichas necesidades, es lógico y a veces evidente, que nuestros niveles de satisfacción no se incrementarán al mismo ritmo con el que se incrementan los ingresos, porque no hacemos un uso adecuado de los mismos para invertir en lo que realmente es valioso. En su obra, “La felicidad paradójica”, el filósofo-sociólogo francés Gilles Lipovetsky retrata esta realidad y nos muestra que, en la sociedad en que vivimos, es el mismo hombre, animal laborans, el que sin coacción externa se explota, el que sumido en un entorno con exceso de positividad, trabaja arduamente para satisfacer aquellos deseos que parecen no tener fin y que lo mantienen encerrado tras las rejas del hiperconsumismo y la hiperindividualidad. (Lipovetsky, 2007) .
En la misma línea del párrafo anterior, el profesor y filósofo surcoreano Byung Chul –Han, en su libro “La Sociedad del Cansancio”, menciona que la depresión, una de las patologías crecientes de nuestro mundo moderno, es la expresión patológica del fracaso y la insatisfacción de las personas cuando no logran responder al imperativo del rendimiento (Byung Chul-Han, 2012). Los Hikikomori, jóvenes japoneses que permanecen encerrados en sus casas por prolongados lapsos de tiempo, son una expresión de lo que, en casos extremos, genera la sociedad del hiperconsumo, personas con una suerte de temor social para reinsertarse en un mundo que, en apariencia tiene a ciudadanos más felices y cohesionados, pero que en la realidad está lleno de barreras que dificultan la comunicación y que más allá de escuchar juzga y sanciona a aquellos que no quieren ser parte del círculo vicioso de la producción-consumo. En una sociedad como la de Japón, donde se ha dado un crecimiento económico fuerte y sostenido en los últimos años, el caso de los Hikikomori no es de menor importancia porque cada vez son más los jóvenes japoneses que optan por este aislamiento social.
Las implicancias de vivir en una sociedad de consumo en la que se objetiviza a las personas como sujetos de rendimiento para las industrias son mucho más dramáticas. Byung-Chul Han, menciona que la sociedad tardomoderna en que vivimos, está repleta de individuos que han perdido la capacidad de escuchar, ver y contemplar profundamente lo que pasa en su entorno (Byung Chul-Han, 2012) en aras de “elevar” los niveles de productividad que desean tener en sus trabajos. En este aspecto, coincido totalmente con la opinión de Jeffrey Sachs, reconocido economista estadounidense, quien dice que “elevar la productividad es conveniente, pero no necesariamente para gastar más, sino para disponer de más tiempo para fortalecer esas otras áreas donde se es persona, pero no necesariamente consumidor” (El País, 2011) . En ese sentido, es fácil notar que la felicidad involucra construir nuestra identidad a partir de las interacciones sociales y no solo a partir de nuestras decisiones de compra, implica dejar de ser máquinas de rendimiento autistas, incapaces de relacionarse con otros y dejar de estar preocupados por satisfacer siempre las expectativas de los demás y nuestros deseos materiales cada vez más crecientes (Bauman, 2007).
Finalmente, y para no acabar este ensayo con una completa sensación de negatividad, quiero indicar que estas breves reflexiones sobre nuestro modelo de producción y de consumo y la economía de la felicidad son para enfatizar que los seres humanos somos mucho más que meros consumidores, y que nuestra felicidad depende también y en mayor medida de necesidades no materiales que surgen a partir de las relaciones humanas. Con esto no quiero restar importancia al valor del progreso económico, pues considero que es un paso vital para fomentar la felicidad. En este sentido, creo que lo que nos corresponde como sociedad es preocuparnos más por construir lazos sociales más fuertes y usar de manera adecuada nuestro tiempo e ingresos, de modo que no subordinemos todos nuestros valores a la búsqueda de ganancias. Por otro lado, considero que lo que le corresponde a los tomadores de decisión es indagar más a fondo las causas que afectan a la felicidad de sus países, las cuales pueden variar entre uno y otro por su bagaje cultural y particularidades propias de su territorio e historia, así como establecer políticas públicas relevantes para la felicidad humana, pues en la consecución del desarrollo no debe olvidarse que el fin último no es alcanzar altos indicadores de ingreso per cápita, sino de lograr que la mayoría de la gente esté satisfecha con la vida que lleva.