La Lectura Y Escritura Como Instrumento Fundamental
La reflexión sobre la lectura se ha tornado en un aspecto central en distintas disciplinas (psicología, lingüística, psicolingüística, didáctica, entre otras) dado el papel fundamental que esta cumple tanto en lo individual como en lo social. A partir de las reflexiones que se han generado desde las distintas disciplinas que intentan dar cuenta de ella, la lectura ha dejado de concebirse como el mero reconocimiento de unos signos gráficos, o la simple transcripción de lo gráfico a lo verbal, o la decodificación de unos símbolos alfabéticos, para convertirse, antes que nada, en un proceso dinámico, en un trabajo de carácter cognitivo, mediante el cual un individuo adelanta una serie de operaciones mentales encaminadas a reconstruir el significado de un texto, pues como plantean (ál, 1990). “el proceso lector completo consiste en la construcción del significado global del texto”( p. 17). Pero esta actividad no se centra únicamente en la apropiación del contenido sino que, a su vez, se constituye en un proceso de construcción y producción de aquél, puesto que es el lector quien activa el proceso semiótico interpretativo (Santiago, 2005); en consecuencia, la lectura se entiende como una actividad de comprensión y producción de sentido; no es un simple trabajo de decodificación sino un proceso de interrogación, participación y actualización por parte de un receptor activo que la reconoce como un proceso de cooperación textual.
Leer y escribir son herramientas de trabajo para muchos profesionales en las comunidades letradas en que vivimos. Ser un buen abogado, un buen ingeniero o un buen médico es, también, ser un buen lector y escritor de los textos propios de estas disciplinas. Con estos textos gestionamos nuestra incorporación y permanencia en las respectivas comunidades de la Abogacía, la Ingeniería y la Medicina: accedemos a su conocimiento, adoptamos sus prácticas profesionales, nos actualizamos, hacemos nuestras aportaciones personales, etc. El aprendizaje de la lectura y la escritura de estos textos es una tarea relevante, que requiere esfuerzo, tiempo y práctica y que no ocurre de manera natural. El lugar donde se inicia este aprendizaje es la universidad, aunque no siempre se desarrolle de manera formal, explícita y organizada y aunque no todos los docentes —ni los propios estudiantes— sean conscientes de ello.
La acción de leer y escribir ocurre siempre en un contexto cultural o disciplinar determinado y el hecho mismo de que los conocimientos y experiencias de alfabetización sean incondicionalmente transferibles es motivo de indagación. Con (Bode, 2001), entendemos la alfabetización como la habilidad para usar recursivamente el sistema del lenguaje verbal en situaciones específicas, a través de lo cual el conocimiento es mucho más accesible para nuestra propia sociedad. Por tanto, difícilmente se podría aceptar que la responsabilidad de escribir y leer adecuadamente en la universidad es de dominio exclusivo del estudiante.
Muchos docentes universitarios consideran que los estudiantes aprenden a leer y escribir en la educación obligatoria: en primaria se aprenden los rudimentos o las bases y en secundaria se consolidan. Además, puesto que solo llegan a la educación superior los estudiantes con mejor preparación, se puede asumir que todos saben leer y escribir de modo aceptable y que la universidad puede empezar a construir aprendizaje a partir de estas bases, sin tener que preocuparse por estas destrezas. Estas ideas se sustentan en un axioma bastante discutible, cuando no falso. En primer lugar, se concibe la lectura y la escritura como una habilidad cognitiva, desvinculada de cualquier lazo con lo social, afectivo o personal. Leer es una destreza única, acotada, estática, descontextualizada, que: a) solo debe aprenderse una vez; b) es igual para todos (o sea, universal; con la denominación alfabetización funcional); c) se aplica de modo parecido en todos los ámbitos, niveles y textos; y d) permite resolver todas las prácticas letradas que se presentan. Al contrario, la visión sociocultural supone que leer y escribir son tareas culturales, tremendamente imbricadas en el contexto social. Por ello varían a lo largo del espacio y del tiempo. Cada comunidad idiomática o cultural, cada disciplina del saber, desarrollan prácticas letradas particulares, con rasgos distintivos. Al margen de que puedan existir unas destrezas cognitivas generales, empleadas por todos los usuarios en cualquier contexto, practicar la lectura y la escritura implica también aprender las convenciones culturales propias de cada entorno.
(Smith, 1995) sostiene que: “La lectura no es un proceso que pueda explicarse simplemente describiendo las relaciones entre ojo, cerebro y texto. Plantea que las preguntas que nos hacemos sobre la lectura dependen de nuestros intereses personales. Si somos docentes, posiblemente estaremos buscando una respuesta que nos sirva para orientar nuestra práctica pedagógica. Del mismo modo, otras ideas acerca de la lectura dependerán de intereses y representaciones particulares. Por tanto, la respuesta que se espera de un experto en el área, variará considerablemente de una persona a otra (padres, médicos, periodistas, abogados, escritores, etc.)”
Para poder hablar de hábitos lectores es necesario que el sujeto interprete la lectura como un hecho cultural relevante y como una destreza individual importante. Para ello, la lectura deberá entenderse como una práctica socialmente bien valorada. Desafortunadamente, vivimos en la “sociedad del currículo” (Zaid, 1996), en la que nos formamos asistiendo a cursos, conferencias, congresos…, y donde leer nos quita tiempo si no sirve para un aprendizaje inmediato y específico. Cada vez más, la lectura se restringe al ámbito profesional o al consumo de información puntual, teniendo para la mayoría un valor puramente instrumental.
Para fortalecer el hábito lector de los universitarios es imprescindible crear entornos en los que leer sea una actividad placentera y cotidiana. El fomento de la lectura entre los universitarios ha de considerarse como un objetivo fundamental para la formación integral del alumnado, valorando el desarrollo de su capacidad lectora como un elemento educativo clave y una habilidad necesaria que se ha de potenciar y reforzar también desde la biblioteca.
Bibliografía
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