Ludwig Van Beethoven y el Cuestionamiento de su Arte por los Académicos
Parece obvio que toda expresión artística debe poseer el componente “belleza” de forma necesaria e indeclinable. Pero yo pienso que la belleza es algo totalmente subjetivo, y la subjetividad invita a las ambigüedades, y éstas a la interpretación múltiple de los conceptos.
Los académicos odian la libertad. Están para eliminarla, para dictar normas a cumplir, para ejercer como suprema apelación sobre las controversias respecto a las múltiples facetas de la expresión artística. ¿qué concepto poseen ellos de la belleza?¿qué es la belleza, pues? ¿existe acaso un concepto universalmente válido sobre la belleza? La respuesta es no. Sí que se han marcado ciertos cánones, ciertos formalismos mediante los cuales se ha tratado de limitar la enorme falta de concreción del término, pero eso no aclara nada.
Lo que para algunos es bello, para otros no lo es. Sin embargo esta confrontación se ha solucionado mediante el dictado de normas emanadas de los que se suponen son las máximas autoridades en la materia. La consecuencia ha sido clara: ellos otorgan, suspenden, revocan, reasignan y retiran para siempre la calificación de artista. Ellos deciden si algo es o no es arte, y ese es el punto de partida de lo que sigue.
Partiré de la premisa siguiente: el arte pretende transmitir aspectos, casi siempre inmateriales y espirituales, que requieren de formas abstractas para lograr llegar al espectador y estimular sus interioridades más auténticas.
Imaginemos un soneto, que cumple las normas de sílabas de arte mayor, rimas en consonante, que encadena perfectamente los dos últimos tercetos…. Pero que, debido a que debe respetar todas esas reglas, pierde con ello gran parte de su capacidad de transmitir. El escritor se ve forzado a prescindir del término adecuado, o altera la sintaxis gramatical para forzar la rima. El resultado, bien puede ser que el mensaje que recibe el oyente no sea el que deseaba transmitirle el escritor. Pero, para que sea un soneto, debe cumplir unas reglas.
Dicen que solía decir Góngora que “el buen poeta logra superar esas trabas y eso es, precisamente, lo que lo diferencia del mal poeta”. Ahora pongamos como ejemplo la música. ¿transmite más el virtuosismo que la pasión en la ejecución? ¿qué motivo hay para nombrar las obras por sus tonalidades y modalidades cuando estas cambian innumerables veces a lo largo de las composiciones? ¿debe tener una obra un estructura fijada de antemano, comenzando por un allegro, al que sigue un adagio, para culminar con un presto vivace? ¿debe ser la Toccata y Fuga una forma musical que eleve a un músico a la categoría de artista cuando su música, que respeta las reglas de esta forma, no dice nada al oyente?
Esos son limitaciones a la expresión artística. Esas reglas van en menoscabo de la pureza de la expresión, en detrimento del mensaje.
Beethoven abrió su primera sinfonía con un acorde disonante. Los eruditos críticos en la materia se burlaron de él. Esto me causa indignación cuanto menos. Dijeron que en la “Heroica”, Beethoven había olvidado las más básicas reglas de la armonía y que se había perdido en un laberinto de formas sin sentido. ¿creen ustedes que esos sesudos eruditos, críticos de genios hacen algo por el bien del arte como forma de expresión? Yo pienso que, en absoluto.
Van Gogh fue usado por críticos de la pintura como saco de boxeo por su forma de pintar, a la que llamaban “infantil” y “alejada de lo correcto y laudable”. Picasso fue objeto de burlas por esos mismos sesudos academicistas, a los que les producía indignación que alguien pintara cosas como esas.
De Baudelaire y Ducasse dijeron que eran jóvenes que jamás llegarían a ninguna parte. Afirmaban que escribían “cosas sin sentido, orden ni concierto”.
Las obras de teatro debían observar ciertas formas, cumplir con sus partes diferenciadas y no salirse jamás de los modelos establecidos por los que dictan esas ridículas normas. El teatro de “vanguardia” existe por pura y simple aclamación popular, aburrido de contemplar obras en las que el espectador sale de ellas vacío y sin un mensaje claro.
Así pues, ¿qué consiguieron los académicos con esa actitud? Entre otras muchas cosas, principalmente menoscabar la esencia artística y limitar y cercenar la expresión de los sentimientos del artista.
Pero ocurre una cosa muy curiosa. Resulta que cuando un proyecto de artista (en cualquier faceta) es criticado, repudiado y hasta excomulgado por los academicistas, y luego el público y los años lo ponen en su lugar,se le acepta en un proceso que podríamos calificar de “diferido”. Pero, aún así, lejos de reconocer sus errores, los ortodoxos arbitran reglas para que esos visionarios tengan cabida, y todo ello con el objeto obvio de no perder credibilidad ante los amantes de la expresión artística.
Cuando Beethoven presentó su cuarta sinfonía, y su sordera comenzó a ser notable, se abrió la más feraz e inspirada faceta del maestro. La quinta sinfonía fue “salvada” por la bucólica y convencional “Pastoral”. La Séptima sinfonía marcó la decadencia del genio. Sus obras dejaron de interpretarse, y sus apuros económicos, junto con el contencioso sobre su sobrino Karl hicieron mella en el maestro. Durante cinco largos años, Ludwig sobrevivió gracias a las limosnas de sus mecenas y apenas si escribió nada digno de él. El motivo era sencillo: debía escribir para vivir, y, por ello, adaptarse a los modelos y reglas impuestas por los críticos. Y cuando ya era un artista acabado, represaliado por romper los moldes del clasicismo, produjo la “Novena”. Introducir un coro en una sinfonía era blasfemo a los ojos de los académicos.
Carácter tampoco le ayudaba a granjearse amistades entre los críticos más solventes de la época. La percusión que introdujo en la composición instrumental de la orquesta junto con la “excesiva presencia de instrumentos de viento en su modelo orquestal” fueron duramente criticados en la época. No fue hasta que se estrenó esa obra sin parangón en la historia de la música cuando más de uno tuvo que tragarse sus palabras y reverenciar algo sublime, tanto que abrió una nueva etapa en la historia de la música. Tuvieron que rendirse ante la evidencia, pero, eso sí, con altivez y reticencias, sin hacer acto alguno de humildad y reconocer cuán injustos habían sido con el arte de Beethoven.
Beethoven compuso “Variaciones sobre una marcha de Dressler”. Luego adoptó la sonata como referencia; el piano, los cuartetos de cuerda, los conciertos para piano (o violín) y orquesta de cámara. Su virtuosismo pesaba más que su expresividad por aquellos entonces. Pero él estaba hecho de una pasta diferente. Comprendió rápidamente que los moldes limitaban su genio, y decidió prescindir de ellos. Lo hizo paulatinamente hasta que abrió su primera sinfonía con el famoso acorde disonante. Esa obra está plagada de pasajes que luego serian su firma personal.
“Claro de luna”, “Apasionata” o “Paética” ya son composiciones en las que los sentimientos afloran como un volcán escupe las entrañas de la tierra. El Presto Agitato de “Claro de Luna” describe el desamor como ninguna otra composición de la época. En sus notas hierve el desencanto, en sus fusas se agolpan los sentimientos más profundos que provoca el amor no correspondido. Antes, en el Allegretto, la felicidad se transforma en un suerte de minueto que retrata los días de disfrute del amor correspondido.
Luego vendrían composiciones de más enjundia. “La Quinta”, es una obra condescendiente motivada por las críticas sin piedad que recibieron sus anteriores composiciones sinfónicas. Aún así, tuvo Beethoven que componer la “Pastoral” para dar un dulce a los críticos y seguir en el mundo de los vivos.