Nacida En El Bosque
Introducción
Sentada sobre un montón de paja seca cubierta con una sábana, Aura modelaba con su gubia un trozo de madera casi tan largo como uno de sus brazos. Por completo enfocada, ni siquiera los ojos ambarinos de Emmanuel que la miraban fijos, fascinados ante los ágiles movimientos de las pequeñas manos experimentadas, conseguían distraerla.
Desarrollo
El raspar de la madera había sido el único sonido que se había escuchado en el claro desde que Aura iniciase su tarea, hasta que un ligero suspiro escapó de su boca e irrumpió en el aire.
—¿Qué nombre le pondremos al cucharón? —Preguntó ella, sin cesar su labor.
—¿Nombre? Aura asintió con gravedad.
—Así es, nombre. Siempre que sepamos el nombre de lo que queremos que se quede con nosotros, será más difícil que llegue un día en el que nos abandone. De súbito, detuvo la gubia y arrojó una mirada a la cara de Emmanuel.
—Es por eso que nos hemos quedado sin nada, incluso sin cucharón. Había olvidado lo importante que es bautizar todo aquello que quieres que se quede contigo. Cuando los padres colocan nombres a sus hijos lo hacen por esa razón. Y dándole la espalda al muchacho con un rápido giro de su cuerpo, reanudó su labor. Mantenía los muslos tensos y sostenía sobre ellos el madero con firmeza. A cada pasada de la herramienta, este se acercaba más y más a su futura forma. Sobre el regazo de la muchacha, tras ser arrancados por el acero, caían pequeños rizos de madera, como un centenar de canoas diminutas que navegaban por la piel bronceada de sus muslos.
Emmanuel se quedó rumiando sus palabras hasta que finalmente
declaró:
—¡Charon!
—¿Quién? —interrogó la voz de Aura.
—¡El cucharón!, ¡su nombre es Charon!
Una risita escapó del aliento de ella. Se había inclinado aún más al darse la vuelta y, ayudada por sus cabellos meciéndose al viento, ahoravimpedía por completo a Emmanuel la visión del arte de sus manos. Siempre eravasí, pensaba él, cada vez que iniciaba un proyecto, no decía de qué se trataba hasta que ya lo llevaba avanzado, y cuando estaba a punto de terminarlo, intentaba aislarse para que nadie la viese dar los toques finales. Aunque no:
Quizá había cambiado ligeramente desde que estaban los dos solos. Antes, no llegaba a permitir que le hablasen mientras estaba ocupada, incluso prefería alejarse del grupo para estar sola. Ahora hablaba más de lo que acostumbraba y en ocasiones la oía murmurar las ideas que cavilaba en su cabeza, casi como si fuese consciente de que el silencio absoluto a él le resultaba tormentoso. Él, de igual forma, debía estar cambiando. Los demás, donde estuvieran, de seguro también habrían cambiado.
—Me gusta Charon —respondió Aura, serena—. Una vez esté listo lo bautizaremos. Pero ahora, necesito que prendas la fogata. No podremos cocinar el conejo sin una buena fogata, así que todo tiene que estar listo para cuando llegue Charon, ¿vale? Emmanuel asintió sin que ella lo viera. Fuego. El arrebol del horizonte ya empezaba a ceder ante la oscuridad y el calor del día se dispersaba con rapidez. Los mechones de la muchacha, agitados por el viento, le hicieron ser consciente de que pronto soplaría lo suficiente como para que encender fuego fuese una tarea problemática.
Todavía no tenía la suficiente confianza en sus habilidades. Hacía tan solo unos cuantos meses Aura le había enseñado cómo encender una chispa, qué madera y hojas eran las más adecuadas y qué utensilios podían serle de ayuda según las circunstancias. Por fortuna, todavía conservaba el trozo de duro cristal que Gabriel le regalara cuando había sido su huésped, el cual siempre le facilitaba la tarea.
—Esto bastará —dijo esbozando una leve sonrisa, mientras recordaba la hospitalidad de Gabriel al palpar el pequeño cristal dentro de su bolsa. Decidido, se internó en la arboleda que estaba al ascender el descampado, junto a su modesto campamento. Mientras dejaba atrás el sonido que producía el emergente cucharón bajo la gubia, notó cómo las sombras de los árboles se proyectaban largas y difusas ante el sol del atardecer. La iluminación del suelo era escasa. Tenía la esperanza, sin embargo, de que esa época del año no traía consigo muchas lluvias, de modo que era fácil encontrar buena madera sobre la hojarasca; las fuentes de agua fresca eran otra historia.
Conclusión
No dio más de una centena de pasos antes de hallar un gigantesco castaño con aspecto moribundo. De su tronco grisáceo surgían con timidez unos cuantos retoños de un verde vivo, que asemejaban más a una semilla recién germinada que a los brotes de un árbol antiquísimo que debía tener, cuando menos, cien años. Emmanuel se regocijó al ver que a su alrededor yacían incontables ramitas en espera de ser usadas como combustible. Extendió un gran pañuelo tejido sobre el suelo y empezó a apilar las que le parecieron más ideales para la fogata.