Reivindicar La Diversidad: Una Tarea Pendiente Desde El Neolítico
La existencia de una concepción tribal del mundo explica fenómenos como la xenofobia, el racismo y el nacionalismo cuya potenciación en el último tiempo pone en tela de juicio la aceptación de ideales aperturistas, inclusivos y de cooperación (tanto nacional como internacional). En tiempos donde la globalización “está de moda” todo indica que el pluralismo debería ser tendencia; pero ¿que explicaría la victoria del partido nacionalista español Vox en Andalucía, el fenómeno Erdogan en Turquía, la consolidación del polémico Brexit e inclusive la asunción del ultraconservador Jair Bolsonaro como presidente de Brasil en este 2019?
La imposibilidad de un proceso de homogeneización mundial ha fomentado la opresión y la falta de sensibilidad; las problemáticas y los idiomas políticos locales resultan ignorados al mismo tiempo que se consolidan identidades globales que arrasan con las raíces históricas que han dado lugar a las múltiples etnias, culturas y costumbres que engloba dentro de sí cualquier territorio nacional. En este siglo XXI muchos Estados Nacionales se encuentran en constante tensión con su diversidad interior y nuevos partidos políticos, con el apoyo de gran parte de la sociedad, se construyen como antagonistas de las minorías promoviendo ideales separatistas y xenófobos. Es imperioso rastrear el origen de aquellas escisiones características de las estructuras políticas vigentes para comprender la aparición de nuevos actores, sujetos y dinámicas de interacción en el escenario político actual. Los instintos tribales, que refuerzan fuertes sentimientos de identidad cultural o étnica, prevalecen en la posmodernidad y moldean las percepciones que tienen los actores sobre la realidad, construyendo una narrativa provista de significados socialmente adjudicados que fomentan el rechazo hacia la diversidad.
Si bien la aparición de las primeras tribus data del periodo neolítico, las lealtades y los vínculos que se construían en el marco de aquellas comunidades no se diferencian en gran medida de los que se observan en actualidad. En consonancia con la homogeneidad cultural que caracterizaba a estas asociaciones, en la edad contemporánea la democracia como sistema político se ve amenazada por diferentes sectores que se atribuyen una misma identidad y, en rechazo a la pluralidad y a la multiculturalidad, radicalizan sus posiciones al mismo tiempo que profundizan su alienación del resto de la sociedad. Si bien “la policulturalidad es una característica no solo intrínseca sino también cada vez más visible de las sociedades modernas”, todo parecería indicar que la utopía de un mundo diverso se encuentra más lejana que nunca, ya que la incomprensión de la trama histórica que caracteriza a cada pueblo y que lo hace único por su singularidad ha fomentado el segregacionismo, la exclusión y la desigualdad. Son aquellos instintos tribales, que prevalecen aún en la actualidad, los que nos conducen a poner el énfasis en las fronteras culturales y que devienen indefectiblemente en el faccionalismo y nos llevan a rechazar distintos tipos de etnicidad.
Identidades Tribales en el Siglo 21
El surgimiento de nuevos movimientos, organizaciones o partidos políticos que actúan de forma reactiva frente al fenómeno de la globalización, el aumento de la inmigración y la progresiva disolución de las fronteras de los estado nacionales puede explicarse a partir de los mismos impulsos que regían a las civilizaciones prehistóricas, las cuales cooperaban casi exclusivamente con aquellos con los que compartían raíces históricas, culturales, religiosas o étnicas. Las “adhesiones tribales” rigen en la actualidad gran parte de los principales movimientos nacionalistas, antisemitas y xenófobos que utilizan a la “nación” como vector de su discurso ideológico y desarrollan sus programas políticos sobre la base de un patriotismo exacerbado.
La retórica anti-inmigración es utilizada tanto en América ( como ilustran los casos de Jair Bolsonaro y de Donald Trump ) como en Europa, donde aparece como pilar de los programas de líderes como Marine Le Pen, Recep Tayyip Erdoğan y Mateo Salvini entre otros. El reciente éxito de partidos como Vox o Alternativa por Alemania son una muestra del creciente apoyo que reciben los movimientos de extrema derecha, que a su paso fomentan la exclusión y la desigualdad.
Vox, el partido liderado por Santiago Abascal, logró obtener un lugar en el parlamento de Andalucía sirviéndose de una dialéctica homofóbica y antisemita y una lógica paternalista, que defiende los valores de la familia y de la cristiandad. El partido promueve una perspectiva antiglobalizadora y eurófoba reflejada en su réplica “España primero”, que sigue la línea de los movimientos nacionalistas en boga ya antes mencionados. En consonancia con el resto de su programa político, Vox aboga por el fin de una España descentralizada mediante la anulación de las comunidades autónomas y la suspensión de la autonomía de Cataluña, al mismo tiempo que impulsa a España a abandonar todos aquellos organismos supranacionales cuyos intereses no coincidan con los de la nación. La posición antagónica que este partido presenta frente a organizaciones e instituciones que promueven la cooperación, tanto regional como internacional, es un punto redundante en el programa político de los nuevos movimientos de derecha sobre el que debemos estar pendientes; la integración y la cooperación entre países y regiones es un imperativo para fomentar el desarrollo, la disminución de la inequidad y la consecución de múltiples derechos civiles, políticos y sociales. Si bien entonces, Vox comparte múltiples similitudes con estos nuevos movimientos de derecha homólogos, su ascenso se explica particularmente como un fenómeno cultural e identitario que ofrece una respuesta reactiva en una España fragmentada y turbulenta. El carácter artificial de estas distinciones y categorías construidas influye en la percepción social de las identidades e indefectiblemente en la vida política del país.
Al igual que aquellas comunidades tribales que existieron hace más de dos mil años tendemos a ver a la alteridad como una amenaza intratable, como una afección que solo puede ser resuelta por medio del aislamiento o la marginalidad; sin embargo, a diferencia de quienes habitaron en el neolítico, nos encontramos insertos en un paradigma que promueve la estabilidad de los sistemas democráticos, el crecimiento económico y la cooperación internacional, objetivos alcanzables solo a partir de un debate público inclusivo y eficaz que se traduzca en decisiones estatales efectivas y promotoras de igualdad. Las tensiones identitarias que estos nuevos movimientos ponen de relieve fomentan el desorden y la convulsión social y legitiman programas políticos que reivindican preceptos guiados e influenciados por los mismos instintos tribales que regían la vida en comunidad en la antigüedad.
Rastrear aquellos instintos que explican el surgimiento de nuevos actores políticos en el escenario actual es el primer paso para comprender el panorama al que nos enfrentamos y buscar soluciones acordes a las necesidades de la sociedad. Si bien resulta ineludible promover ideales aperturistas, en consonancia con el avance de la globalización a nivel mundial, debemos ser conscientes de las múltiples lealtades interpersonales que atraviesan a la estructura social para cambiar las percepciones existentes y ser capaces de construir un futuro en base a la aceptación de la “otredad”.