Significado de Estar Enamorado Y El Enamoramiento Cotidiano
Como he dicho ya en la introducción de este trabajo, prácticamente todos sabemos en qué consiste enamorarse, o mejor dicho, sabemos las sensaciones que cada uno de nosotros experimentamos cuando estamos “bajo el embrujo del amor”. Pero, ¿qué es el enamoramiento?, ¿qué es estar enamorado? El sociólogo italiano Alberoni intenta responder a estas preguntas así:
El enamoramiento no es un fenómeno cotidiano, una sublimación de la sexualidad o un capricho de la imaginación. Tampoco es un fenómeno sui generis inefable, divino o diabólico. Es un fenómeno que puede colocarse en una clase ya conocida, la de los fenómenos colectivos. […] Entre los grandes movimientos colectivos de la historia y el enamoramiento hay un parentesco bastante estrecho, el tipo de fuerzas que se liberan y actúan son de la misma clase, muchas de las experiencias de solidaridad, alegría de vivir, renovación son análogas. (Alberoni, 1996, pp. 9-10)
Vemos con esta cita la fuerza que atribuye al estado del enamoramiento el sociólogo italiano al equipararlo con los grandes movimientos colectivos. Coral Herrera (2011) comenta que para este autor el enamoramiento significa una aventura que también se vive en los grandes movimientos colectivos. En el enamoramiento surge la pasión y todas las emociones que cada uno de nosotros conocemos.
No considera Alberoni (1996) que esta acción, la de enamorarse, tenga el carácter de hecho único e insólito en nuestra existencia, es decir, que solo nos pase una vez nada más, sino que podemos enamorarnos más de una vez y tampoco considera que siempre y obligatoriamente el enamoramiento haya de convertirse en amor: unas veces sucede así, pero otras no.
En mi opinión, uno de los aspectos más destacables de la obra de Alberoni es que este sociólogo nos indica el carácter cultural que entraña la cuestión del enamoramiento, dice así: “El enamoramiento de alguna manera ya está prefigurado por la cultura y por una disposición de ánimo” (Alberoni, 1996, p. 67). A raíz de las múltiples lecturas que he realizado para poder escribir este trabajo me he podido cerciorar de la idea de que la cuestión del amor, del enamoramiento, es totalmente diferente según las culturas y dependiendo del momento histórico en el que nos encontremos. Por tanto, podemos decir sin temor a equivocarnos que la cuestión del enamoramiento está prefijada, está diseñada y dibujada por la cultura, y esta nos proporciona una serie de pautas según las cuales nos debemos comportar cuando nos enamoremos: tenemos que comportarnos de una determinada manera si pertenecemos al género masculino y de otra manera si pertenecemos al género femenino y bajo esta diferenciación se esconde la desigualdad.
Por tanto, tenemos que pensar en una forma diferente de amor, en un amor que cambie estos estereotipos prefijados por la cultura en la que nos ha tocado vivir, en un amor que a fin de cuentas se traduzca en una relación igualitaria para las partes que la componen, es decir, igualdad entre hombre y mujer. Nos referimos, pues, a un amor que va más allá de los rigurosos patrones de la heteronormatividad, que no entiende tanto de géneros como de valores asociados a la igualdad.
¿Qué es el amor romántico?
El amor romántico es un sentimiento que responde a mandatos culturales y que representa uno de los instrumentos a través del cual el patriarcado reproduce una tremenda desigualdad entre los géneros.
Coral Herrera nos da una definición de este término:
El amor romántico es un producto mítico que posee, por un lado, una base sociobiológica que se sustenta en las relaciones afectivas y eróticas entre humanos, y por otro, una dimensión cultural que tiene unas implicaciones políticas y económicas, dado que lo que se supone un sentimiento individual, en realidad influye, conforma y modela las estructuras organizativas colectivas humanas. (Herrera, 2010, p. 76).
Con esta cita nos quedan claros varios aspectos a comentar sobre el amor romántico: por un lado, tendríamos que señalar su carácter mítico, su naturaleza de entelequia, algo que obedece a una serie de creencias, pero que, como ya veremos, nunca se terminan de cumplir como nos dicen los relatos, las novelas, las películas, etc. Estas creencias suelen ser las siguientes: el amor eterno, la fidelidad, la eternidad de la pasión, el vivir felices para siempre, la persona de tu vida… Por otro lado, cabe señalar su carácter cultural, ya que, como he dicho en el anterior apartado, la manera de amar está preñada de consideraciones culturales. Nos enseñan a amar de una determinada manera y esta forma de amar cambia según la cultura y según la época histórica en la que nos encontremos.
La manera en que nos enseñan a amar es muy diferente si nos encontramos en el género femenino o si estamos dentro del género masculino. Si somos mujeres se nos ha socializado con la idea de que el amor es la parte más importante de nuestra vida, que nuestra existencia única y exclusivamente va a tener sentido si encontramos a un hombre. Si somos hombres se nos ha enseñado a realizarnos como individuos, a saber de la importancia que tiene que tener el amor en nuestra vida, pero para también comprender que este no es el centro de nuestro universo porque tenemos muchos más aspectos en nuestra vida. Por tanto, si somos mujeres nuestra vida se centrará en el ámbito de lo privado, en el ámbito de lo doméstico y si somos hombres estará centrada en el ámbito de lo público (ampliaremos el contenido de la socialización en el siguiente apartado). Con esto podemos darnos cuenta de que la socialización que recibimos en el ámbito amoroso viene dictada por una sociedad patriarcal. De la existencia del patriarcado ya nos habló la feminista Kate Millet y aunque su Política sexual cuenta con casi medio siglo me parece oportuno traer a colación la siguiente cita porque gran parte de su contenido puede aplicarse a la actualidad:
Aun cuando hoy día resulte casi imperceptible, el dominio sexual es tal vez la ideología más profundamente arraigada en nuestra cultura, por cristalizar en ella el concepto más elemental de poder.
Ello se debe al carácter patriarcal de nuestra sociedad de todas las civilizaciones históricas. Recordemos que el ejército, la industria, la tecnología, las universidades, la ciencia, la política y las finanzas -en una palabra, todas las vías de poder, incluida la fuerza coercitiva de la policía- se encuentra por completo en manos masculinas. (Millet, 1995, p. 70).
Esta socialización en el ámbito amoroso, que es tan opuesta, genera una tremenda desigualdad entre hombres y mujeres pues como podemos adivinar tiene como consecuencia lógica relegar a la mujer al espacio de lo privado, al espacio de lo doméstico, al espacio del cuidado, al espacio de la maternidad mientras que para el varón queda reservado el espacio de lo público. Quedan claras, por ende, las implicaciones sociales y políticas que implican estos sentimientos de los que estamos hablando que pueden parecer a priori inocuos y bondadosos y de facto causan mucho daño a las mujeres.
Bajo mi punto de vista, esta socialización tan dispar en lo referente al amor hace que las mujeres nos encontremos “en las nubes”, soñando con el amor que tuvieron Julia Roberts, Sandra Bullock o cualquiera de las grandes estrellas de Hollywood en cualquiera de sus películas, mientras el hombre triunfa en la vida y no se encuentra en el mundo de los sueños. Como dice Marcela Lagarde:
Siempre se dice que el amor es el motor de la vida y el sentido de la existencia. Pero en nuestra cultura lo es mucho más para las mujeres. Para las mujeres más que para los hombres, el amor es definitorio de su identidad de género. Para las mujeres, el amor no es solo una experiencia posible, es la experiencia que nos define.
Amar es el principal deber de las mujeres. ¿Qué debemos ser las mujeres? Debemos ser seres del amor. Y esto, como un mandato cultural, no como una opción, no por nuestra voluntad, sino porque es el deber ser que culturalmente se nos ha asignado, el deber ser que socialmente ha sido construido en cada mujer. (Lagarde, 2001, p. 12).
Por eso es totalmente necesario llevar al aula este tema, para que nuestras adolescentes sean conscientes de que el amor no tiene que ser necesariamente nuestra meta en la vida, como nos dicen los medios de comunicación, las novelas, las películas, las series televisivas, las canciones y desgraciadamente un largo etcétera de productos culturales. Las mujeres y también los hombres contamos con otras relaciones afectivas (familia, amigos, compañeros de trabajo, etc.), de cariño, de amor al fin y al cabo, que son muy importantes para todos nosotros. En consecuencia, los docentes tenemos la obligación de eliminar esta concepción tan perjudicial del amor que únicamente genera desigualdad, sufrimiento y también, algo que trataremos con posterioridad en este trabajo, enemistad entre las propias mujeres, ya que el patriarcado nos obliga a competir entre nosotras mismas, algo totalmente opuesto al concepto de sororidad que el feminismo se encarga de defender.
De la necesidad de llevar este tema al aula nos habla Aurora Leal García:
De ahí que consideremos de gran importancia de analizar la concreción, la contextualización de dichos sentimientos y relaciones de amor en situaciones reales, cotidianas, ya que, tal como afirma Sternberg (1998) la forma de actuar de las personas modela su forma de sentir y pensar, al igual que la forma en que se siente y se piensa modela la forma de actuar. Favorecer reflexiones acerca de este tema que nuestra cultura dibuja como algo consabido, intocable, inamovible, permitirá a las y los adolescentes ir configurando su propia identidad como personas con deseos, motivaciones y acciones compartidas con el otro u otra pero también propias y reconocidas pero ese mismo otro u otra. (Leal García, 2007, p. 68).