Sueño De Una Noche De Verano: Capilla Ducal

Introducción

Hoy me sería imposible describir la casa en la que crecí en términos arquitectónicos o en otros que no sean los vistazos furtivos, la oscuridad y las oportunidades limitadas para saltar por las ventanas. La llegada del verano reflejaba un problema moral: mi madre, la usurpadora, no siempre estaba de acuerdo en que me quedara con ella, pero debíamos permanecer juntas hasta que el manto anaranjado cesara, y volviera a manos de papá.

Entretanto supe no por mi padre, sino por mamá que posiblemente él ya no iba a volver. Que posiblemente él ya no quería volver. Yo no podía creerlo, pero pronto descubrí, hablando con la histérica, que había comenzado a salir con otra mujer. Cuando traté de consolarla por medio de bromas joviales, se limitó a destruir la cocina entera. La bonita cocina que habíamos elegido los tres cuando nos mudamos a la residencia hacía seis años.

Desarrollo

Una vez, cuando tenía siete, en mi tierna y terrible infancia, tuve la oportunidad de ver a una mujer en el acto de ponerse en contacto con Dios. Mi abuelo había muerto, y a un costado de su ceremonia, detrás de la capilla Ducal, estaba ella de rodillas. Escuchaba su agradable voz distante, mezclada en discreta alegría pueril. No tenía edad suficiente para identificar lo que me hacía sentir, pero ahora lo veo. Estaba animada y celosa por su excesiva paz. No pude unirme ni mentalmente.

Un ruido de pasos violentos me hizo alzar los ojos tristes del mosaico sectil del patio: azulejos blancos y azules. Una sombra negra caminó sobre el mármol y los zapatos cayeron entre los cúmulos de agua por las lluvias. Una joven monja, alta, pálida, de nariz grande y cabello castaño, salió rápidamente de la sacristía y sin prestarme atención avanzó hasta el jardín. 

No le vi los ojos, pero sí las manos, cuya apariencia eran la del éxtasis y la veneración. Yo nunca había visto hasta entonces, semejante llamarada de pureza y felicidad. Esperé, extasiada, que los rayos de su esplendor me llegaran también, y que esa energía espiritual me abrazara entera, por lo menos para el resto de mi vida.

Mamá era el antónimo de esa experiencia, y ahora mismo, mis binóculos la buscaban y la enfocaban desde el comedor. Le tenía un miedo garrafal, y el ruido de los cubiertos estrellarse con la campana empeoraban mi condición. Ella estaba gritando mientras lloraba, y yo no entendía por qué. Rezaba, rezaba con la poca fe que me quedaba, y me hundía en una desesperación profunda.

Algunas noches de mis catorce, cuando la oscuridad indagaba por tres cuartos, mucho antes de la hora habitual en la que mis padres iban a dormir, yo podía montar guardia desde mis tres puestos de observación, y esa misma oscuridad me decía que estaban en casa. El coche jamás lo aparcaban en el garaje porque no entraba, y esa era una de las principales razones por las que discutían durante la cena. Esa era la tercera noche que salían a pie, dejando encendida la luz del pasillo para hacerme creer que seguían en el interior. Consideraciones y deducciones posteriores me habían convencido en que la noche de la tragedia, había sido también un dos de agosto, con la diferencia de tres años.

Era una noche ventosa, oscura y triste. Me deslicé sigilosamente por entre los arbustos hasta la parte posterior de la casa. Por un instante creí que las luces que adornaban el patio estarían apagadas, pero sentí un alivio singular al descubrir un débil cuadrado de luz emitido por un foco viejo y amarillento. Ambos permanecían sentados en la banca de metal despintado que acunaba en el núcleo del patio. 

Era capaz de verlos a ambos con las miradas tristes. Mi madre se estremecía y se sonaba la nariz; la cara de papá estaba roja y húmeda. No sabiendo en aquel momento qué era lo que les pesaba, entendí que mi familia estaba destruida. Ya no se amaban, y me habían mentido en la cara durante toda mi vida. Escuche las palabras de ella, diciéndole que amaba a alguien más.

Conclusión

Como me esforzaba por ver mejor, metida hasta las rodillas en un seto de hojas, hice caer la sonora tapa de un recipiente de basura. Me justifiqué pensando que podían haber pensado erróneamente que era obra del viento. Mamá odiaba el viento. Mamá odiaba todo. Retrocedí con el dolor en los talones y en el pecho, a sabiendas de que mi madre no solo abusaba psicológicamente de papá y de mí, sino que él estaba tan inmerso en su manipulación, que no le importaba que mi madre llevara dos años saliendo con alguien más, con tal de tenerla junto a él.

Si tú ya no lo amas, ¿por qué no lo dejas amar a alguien más? Con miedo a que me golpeara, estaba lista para correr a mi antigua habitación. Tenía las manos heladas por el miedo. La furia de sus ojos me consumió, y en el apogeo de su desesperación, tomó entre sus manos el sartén con la comida de esa tarde. El metal caliente me golpeó el estómago y el aceite se pegó en mis zapatos. La guerra estaba iniciando una vez más.  

17 August 2021
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