Adolescencia: Consumo y Abuso de Sustancias

Introducción.

El consumo de sustancias constituye un fenómeno que ha estado presente a lo largo de la existencia humana como un factor que afecta a la dimensión social para la salud pública. Sin embargo, constituye un proceso conductual cuya incidencia es meramente individual, es decir, identificándose su uso a nivel personal y en la relación que se establece entre la sustancia y el individuo, y, en consecuencia, manifestándose en la dimensión social en forma de problemática inherente.

Desarrollo.

Los autores Berger y Luckmann hacen alusión a que la realidad se construye socialmente, en consecuencia, los individuos construyen su propio conocimiento en consonancia con el contexto social en el que están inmersos, por lo que las realidades de los individuos son diferentes según el contexto social en el que viven.

Así pues, el consumo de sustancias se trata de una realidad heterogénea además de multifactorial, es decir, al darse su consumo en la esfera social, existen una diversidad de factores que tienen incidencia en el inicio o en el mismo consumo de sustancias. Sin embargo, se trata de un hecho cuya vinculación es individual, es decir, se sitúa en la plena libertad del individuo, sin embargo, las inevitables consecuencias se relacionan con la problemática social existente.

La mayoría de las políticas de carácter preventivo están dirigidas hacia el colectivo de la adolescencia, entendiéndose como el único colectivo afectado o en riesgo en relación con las conductas de consumo. En este sentido, se contempla al adolescente como el individuo sin nociones que ha de ser guiado en cuestiones que afectan a su realidad, lo cierto es que apenas algunos debates incluyen la innegable influencia del contexto social, político y económico sobre el que se da el consumo. Sin embargo, no son el único colectivo en riesgo de reproducir las conductas de consumo de las que se tratará a lo largo del presente escrito.

El sistema estructural que abarca la realidad sobre la que identificaremos los factores principales de influencia a lo largo del análisis teórico, promueve valores relacionados con los propios de sociedades individualistas, lo cual conlleva a que la totalidad de los individuos que la conforman adquieran actitudes y conductas relacionadas con los procesos adictivos, además de recaer el propio peso de su adicción bajo su responsabilidad individual.

El autor Bauman, se refiere al concepto de la modernidad en la que el peso de la construcción de pautas y la responsabilidad del fracaso caen principalmente sobre los hombros del individuo, es decir, la totalidad de conductas propias de un individuo son de su responsabilidad. Defiende la idea de la modernidad líquida, y añade la siguiente idea: Ahora, como antes, la individualización es un destino, no una elección. En la tierra de la libertad individual de elección, la opción de escapar a la individualización y de rehusarse a tomar parte de ese juego es algo enfáticamente no contemplado.

Cabe destacar que la libertad de elección de los individuos es un factor que está presente en el contexto social donde se desarrolla, sin embargo, la reproducción de determinadas conductas puede estar sujeta a asunciones inconscientes que guían la capacidad de decisión de los individuos. En este sentido, tal y como señala el autor Beck, el modo en el que uno vive se vuelve una solución biográfica a contradicciones sistémicas. Es decir, detrás de las elecciones que se dan en el medio social se encuentran los estímulos producidos socialmente, y la responsabilidad en la forma de relacionarse con estos es íntegramente del individuo.

Lo cierto es, que en las sociedades industrializadas se promueve la asimilación de conductas adictivas como estrategia económica, lo que conlleva a que las personas puedan ser influenciadas por dichas conductas persé. El consumismo latente que abarcan las sociedades posmodernas y la tendencia del ser humano como ser insaciable, implica que el individuo sea propenso a saciarse de estímulos externos ante una determinada necesidad percibida (o generada). 

La personalidad adictiva que caracteriza a las sociedades donde premia el sistema capitalista, lleva consigo la asimilación de diversas conductas ligadas a los procesos que se dan en los casos de consumo de sustancias. Ello conlleva a cuestionar la eficacia y validez de las estructuras a nivel social, político y económico que conforman el sistema donde se da el consumo.

Cuando tratamos sobre el concepto de droga o sustancia psicoactiva, conviene destacar las dos dimensiones que aborda el presente fenómeno, por un lado se hace alusión a la representación de las drogas en la sociedad, es decir, la predisposición sobre la que parte el individuo conocedor de su existencia cuya función encaja en la cuestión cultural, y por otro lado, los dispositivos estructurales que la sociedad fórmula para dar respuesta a determinadas cuestiones y hasta qué punto estos son condicionados por la dimensión cultural previamente descrita. 

La primera de las etapas tiene cabida en los años setenta, cuando el país atraviesa un estado de alarma social debido a las noticias sobre las drogas y sus consecuencias. Esta etapa está relacionada con la imagen de la persona toxicómana como el enemigo político y se relaciona con el joven inconformista cuya manera de expresar su rechazo hacia el sistema y la cultura es a través del consumo de sustancias psicoactivas. En la mencionada época, se tendía a vincular cualquier tipo de discrepancia política con el fenómeno de la droga, y ello conllevaba la asociación entre drogadicto como el oponente político, siendo su concepción coercitiva y limitante, puesto que el único instrumento de respuesta institucional es la cárcel.

La segunda etapa se relaciona con la vinculación del toxicómano como el joven que se encuentra en situación de exclusión en los barrios con menos estatus social, condicionado por las características del contexto desorganizado en el que se desarrolla y donde las actividades delictivas están a la orden del día. En esta época se determina la distinción entre la persona que trafica y la persona que consume, declarándose el consumidor inmune ante la ley por el Tribunal Supremo a la persona con tenencia de droga para el propio consumo.

Así pues, el traficante es considerado delincuente y la respuesta institucional se relaciona con la pena de cárcel, mientras que el consumidor pasa a contemplarse como un peligro para la sociedad, pero con inmunidad legislativa por tenencia para su propio consumo. Por otro lado, surge la promoción de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, donde se enmarcan colectivos “desviados”, donde se encuentran los denominados vagos, toxicómanos y homosexuales, entre otros. 

Ello conlleva un cambio en cuanto al alegato para referirse a la persona toxicómana, por lo que surge el objetivo de la cura y el objetivo terapéutico, y la respuesta institucional se relaciona con la legislación penal como hospitales penitenciarios y sanatorios psiquiátricos, además de la prisión como instrumentos de control social para el aislamiento y el tratamiento de la persona toxicómana.

En la tercera y última etapa, la definición de droga se relaciona con el creciente consumo de heroína, y la percepción de la persona toxicómana está ligada con la imagen de la persona que delinque para dar respuesta a las necesidades de droga o dinero. En este sentido, surgen respuestas institucionales como las comunidades terapéuticas (además de las medidas penales) que tienden a percibir al toxicómano como una persona enferma, necesitada de curación.

Conclusión.

Las etapas comentadas anteriormente conforman, de manera progresiva, una imagen preconcebida en cuanto al colectivo de personas toxicómanas y la percepción de estas ante los ojos de una sociedad que perpetúa y refuerza su exclusión. La evolución en cuanto a la imagen ante la sociedad de lo que se conoce como la persona toxicómana, conserva una significación limitante además de cortante, que promueve y perpetúa los procesos de exclusión del colectivo. 

19 July 2021
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