Crítica Sobre El Cuento: Aldecoa
La República elogiaban la tarea de sus maestros, los mismos que el franquismo se ocuparía de reprimir y vituperar. En la España nacionalista en guerra se implantó el falangismo, de notable actuación sobre los procesos educativos y en concreto en los referidos a la educación de las mujeres, niños, niñas y adolescentes. Los puntos ideológicos de la educación falangista eran el nacionalismo y el catolicismo, instrumentalizados por los hábitos de la obediencia, disciplina, uniformidad y centralismo. Las estrategias y los fundamentos falangistas (además de los del tradicionalismo católico) fueron incorporados a los procesos educativos en la Ley de Enseñanza Primaria de 1945, previo desmantelamiento del sistema de la II República. Los textos en los libros educativos para niños y adolescentes se adoptaban al modelo señalado, siendo probablemente el Florido Pensil el texto de referencia colectiva en la memoria de muchos españoles niños en la posguerra.
En el cuento Aldecoa se burla, el autor apela al juego del doble que refleja la oposición alumno/maestro, y tras el habitual acto de rebeldía de todo púber, la respuesta pedagógica es la represión y la amenaza a terminar en el río. Tras la guerra, la depuración (encarcelamientos, separación del cargo de por vida, también ejecuciones) de los maestros de la República dejó un vacío cubierto ahora con personas afines al régimen – sacerdotes, monjas o seglares – con más formación ideológica que vocación educadora, conocimientos académicos o talento. El nivel de formación de aquellas maestras de primeras letras en la posguerra era, salvo honrosísimas excepciones, el de la alfabetización. La cualificación de las maestras de primeras letras – en ocasiones adolescentes o monjas de extracción rural, cuyo cometido era el de enseñar a las niñas, además del alfabeto, costura y labores domésticas, en síntesis formar serviles ciudadanos de tercera que solo funcionen como idiotas útiles del sistema.
La escuela estaba distante, en el camino que llevaba lejos, con paredes marrón y tejado agujereado de donde pendían nidos muertos. Sin jardín. También los cristales estaban como acuchillados y al llover todo gemía, los bancos de madera y los cromos del Evangelio (Matute, 1948: 58).
El mundo infantil en la obra de Ignacio Aldecoa, es un espacio caracterizado por lo cerrado y lo autónomo con respecto a la realidad externa. Aparte de la familia, – un campo de entrenamiento militar, – como relación social básica y fundamental de los niños – que resulta un fracaso en su función de comunicación y protección para el personaje infantil, y que ejerce una influencia negativa en relación con el sufrimiento interior en el resto de los personajes narrativos aldeanos -, el colegio, o la escuela, supone, a su vez, otro componente inevitable que marca los escasos contactos sociales, como ocurre en el cuento Patio de armas, donde el espacio pedagógico es la variante con repetición de un escenario en el cual se lleva a cabo simulacros de estrategias militares y en simultáneo cumple con la aceitada maquinaria fascista del control y la vigilancia de los cuerpos por parte de un oficial alemán. La escuela es aludida de forma negativa como entidad centrada en la opresión, el control, la unanimidad de pensamiento, lo que constituye la antítesis de la libertad y de la autonomía interna que mantienen los personajes infantiles.
En resumen, la figura del maestro aparece humilde, indigna, satíricamente cómica o desagradablemente negativa hasta lo opresiva perversa, y la escuela se describe como una parte del orden social inaceptable para el personaje infantil. Los niños, encerrados en su mundo interno completamente autónomo, mantienen una firme actitud antitética, rebelde y contraria al orden de la realidad social externa que, simbólicamente, les impone la imagen del colegio, “será la juventud lo que quiera. Poquísimas veces es original”. (Chesterton).