Delitos de Odio y su Relación con El Discurso del Odio
Los delitos y discursos de odio dentro de la sociedad guatemalteca son tan comunes, que cuando salen en las columnas de los periódicos, ni importancia les toman. Se han vuelto una condición de procesos que crean un deseo de normalización ante lo que se presenta como “anormal”, ocasionando a veces hasta la muerte.
Por eso lo que se intentará realizar es un pequeño ensayo donde se ponga de manifiesto el uso del lenguaje y el discurso para implementar estos delitos. Con ello evidenciar por qué le proyectan la culpa a quienes los sufre y cómo se avalan de la religión para justificarlos. Tomando como texto de interpretación El orden del discurso y algunos artículos de prensa en donde son evidentes estos hechos, principalmente contra personas pertenecientes a la comunidad LGTBI. Para ello las posturas que se tomarán como referentes serán la de Michael Foucault y Vida precaria de Judith Butler. A través de ello hacer conciencia por qué algunas vidas pueden ser lloradas y duelen dentro de la sociedad y otras no. Así dar una elucidación de la realidad que viven los pertenecientes a este colectivo dentro de la sociedad guatemalteca y ofrecer una manera de poder seguir adelante no dejando una sola cognición del mundo, sino también dar una oportunidad de elocuencia a las otras formas de ser.
El lenguaje es la expresión de lo dicho y el mundo es aquello sobre lo que los interlocutores se entienden. Es por tanto una pluralidad de mundos que se acontecen en la historia. Así nos muestra como se ha interpretado la realidad. Es por ello que el lenguaje lo que nos da es un acceso o una develación del entorno para que este sea accesible. Por eso lo que él hace es generar puentes entre mi experiencia y la realidad.
Esto es posible porque somos mundo y lenguaje. Nos relacionamos en un mundo y nosotros somos un mundo y para acercarnos a lo que se nos presenta en el acontecer lo efectuamos a través del lenguaje (Gadamer, 1999). Aunque si este no se toma como un acontecer y se determina, puede ocasionar el rechazo y repudio a lo que se nos presenta como diferente.
Es por ello que en la sociedad guatemalteca se han observado muchos delitos de odio frente a determinados grupos sociales. Uno de ellos es el de la comunidad LGTBI. Estos actos de violencia surgen por la intolerancia, prejuicios y estereotipos particulares originados por la raza, clase social, identidad de género… El individuo que lo sufre, lo sufre no por ser quien es, sino por pertenecer a un colectivo. Este hecho se ve plenamente influenciado por el discurso plasmado en las familias y en la educación que reciben los individuos. Configuran su pensar y su actuar para poder ser una persona “normal” dentro de ese sistema que pretende normalidad. Hay una relación con el discurso del odio; también con el lenguaje. Los que están en estructuras de poder lo implementan de una manera que a veces es difícil evidenciar, haciendo que los pertenecientes a este colectivo sufran y no sean aceptados.
Los medios tienden a informar más sobre asesinatos, dejando de lado las formas más comunes y persistentes de violencia cotidiana, que, no obstante, deben ser plenamente expuestas, identificadas y abordadas.
En El orden del discurso, Foucault propone un modo diferente de comprender la realidad. Plantea una nueva indagación, a su vez crítica, para desarrollar y descubrir cuál ha sido el inicio y objetivo que se busca cuando se arma un discurso, ya que este, no solo le corresponde a la palabra hablada, sino a muchas actitudes y formas que se vuelven una construcción dentro de la sociedad. Como ejemplo evidente en los pertenecientes a la comunidad LGTBI, su forma de vestir y su orientación sexual para la resistencia y la emergencia de prácticas emancipadoras y contra hegemonías (Blanco, s/f). Lo que los hace más vulnerables ante cualquier hecho de violencia.
Por eso en nuestra sociedad se puede observar esta discursividad en el factor de exclusión, violencia, entre otras, por parte de quienes propagan este tipo de información. Los medios de comunicación han utilizado varias estrategias para implementar esa manipulación con anuncios, posters, obras de arte, periódicos, redes sociales… a veces exagerando o disfrazando la realidad por medio del discurso para mantener la atención de sus espectadores. Les hacen creer lo que no son y lo que no deben ser, implementando a través de estos medios, incluso, formas de exclusión ante la imagen de ciertos grupos sociales. Con ello, muchas personas se ven influenciadas a actuar de determinada manera viéndose obligadas a discriminar a los que no forman parte del modelo idealizado por el mismo sistema que crea los discursos. Dan el modelo normal y el anormal. El que deben seguir y el que deben impugnar.
Muchas manifestaciones de esta violencia están en los procesos que crea deseos que buscan ser impuestos. Por ejemplo: el seguir con el modelo binario hombre/mujer; que el hombre deber ser “masculino, machito” y la mujer “femenina, mujercita”. Por eso lo que no se presenta con este modelo, se cataloga como “anormal” que debe ser normalizado. El que se siente normal, desea “castigar” dichas identidades, expresiones, comportamientos o cuerpos que difieren de las normas y roles de género tradicionales, o que son contrarias a ese sistema binario. Esta violencia se dirige, entre otros, a las demostraciones públicas de afecto entre personas del mismo sexo y a las expresiones de “feminidad” percibidas en hombres o “masculinidad” en mujeres. En Guatemala se sabe que la historia tiene tonalidades distintas. Algunas investigaciones recientes han demostrado que en la época del conflicto armado, la policía criminalizaba a personas Gay y trans a quienes impugnaban delitos de orden público. La historia de este colectivo ha estado marcada por la exclusión, la desigualdad y el abandono del Estado (López & Barrueto, 2019).
Por eso lo primero que se debe tener presente al momento de analizar un discurso es notar que: “toda la producción del discurso está a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad” (Foucault, 1973, p.14). Para ello se clasifica los principales sucesos que afectan el discurso. Pero ¿cuáles son esos factores que intervienen en la manipulación del discurso para mantener el control y el poder ante los individuos dentro de la sociedad?
El contenido del discurso efectivamente afectará el pensar de quien lo expresa y a quienes lo interpretan, lo que especulen. Pero para ello debe haber un autor, una institución, una referencia para darle credibilidad, tendencia y elucidación al discurso. La institución que más han utilizado para que el discurso tenga credibilidad y fundamentación para propagarlo, contra las personas con orientaciones sexuales diversas, ha sido la religión. A través de ella ha habido una regulación discursiva en la que condenan esto como fenómeno extraño o ajeno a la sociedad. Lo evidencian en sus obras que producen, en sus mandamientos, que se transcriben e implementan en las familias que profesan dicha religión. Mal entendiendo la naturaleza del ser hombre y mujer, que el hecho de tener otras preferencias sexuales no las hace distintas o extrañas a los demás humanos. Popularizan el odio y repudio hacia los pertenecientes de la comunidad LGTBI, se avalan de lecturas bíblicas o de figuras eclesiales para garantizar su discurso. Aunque esta discursividad no solo se transmite en los pertenecientes a la religión, sino que en toda la sociedad que ha fundido sus bases a través de una creencia, negándoles muchos derechos a los que difieren del modelo “normalizado”, teniendo mucho peso sobre los demás.
Es por ello que los delitos de odio están muy ligados con el discurso del odio. Este consiste en cualquier forma de expresión que trata de irradiar, estimular, suscitar o justificar el odio hacia determinados grupos sociales. La diferencia esencial entre estos y los delitos de odio es que “los delitos son actos criminales motivados por la intolerancia y el sentido de superioridad del agresor (…) es decir que el delito implica una infracción penal o administrativa” (Cortina, 2016, p.33). Pero el uso del discurso es lo que implementa estas acciones contra los colectivos que dentro de la sociedad son diferentes. Colocan al grupo en el enfoque del odio, incitando a la violencia contra estos. Es por ello que el lenguaje se utiliza como fuente de poder, manteniendo una estrecha relación con la religión. Estos actos los caracterizan como una forma de “limpieza social”. La violencia se genera por prejuicios que las personas han generado para rechazar a los pertenecientes de este grupo social. Hay algunos que consideran a estas personas como una “abominación” por ir en contra de las leyes divinas. Los crímenes por prejuicio constituyen racionalizaciones o justificaciones de reacciones negativas, por ejemplo, frente a expresiones de orientaciones sexuales o identidades de género no normativas. Cada vez que se genera un acto de violencia u homicidio contra uno de los pertenecientes a este colectivo se envía un fuerte mensaje contra toda la comunidad LGTBI.