El Análisis Arqueológico Como Herramienta Histórica en Arqueología

La arqueología nace como resultado de una búsqueda “lógica” del hombre por su pasado. Hasta ese momento, es el mito quien responde a esos interrogantes, otorgando a los Dioses la creación del mundo. No obstante, a medida que esas incógnitas aumentan, el mito y la religión no consiguen dar una respuesta satisfactoria. Comienza, entonces, una nueva búsqueda de conocimiento, la de hallar el pasado a través de restos materiales. Nace así la arqueología.

Las primeras excavaciones arqueológicas suponen un avance en el método y en el concepto de la arqueología, pero no aportan nada nuevo ya que se limitan a desenterrar artefactos antiguos sin plantearse ningún problema nuevo sobre el verdadero origen humano.

No es hasta mediados del S.XIX, con el desarrollo de la Teoría de la Evolución, que se produce una ruptura con las ideas religiosas sobre la creación del ser humano. La ciencia va cobrando un importante papel frente a la religión. Nace el evolucionismo. Se sugiere que las culturas humanas evolucionan de manera parecida a las especies vegetales y animales, y que las sociedades más complejas son, por esta misma razón, las más avanzadas. Se desarrolla asimismo la idea de que todo el material arqueológico puede ordenarse según las secuencias tipológicas, lo que influye decisivamente en el desarrollo de un método científico de excavación.

Sin embargo, durante mucho tiempo, la arqueología avanza solo por adicción o por las mejoras en las técnicas del trabajo de campo, sin ninguna base epistemológica, lo que lleva a un cambio hacia posturas historicistas que entiende los conjuntos de artefactos en realidades histórico-geográficos diversas y cambiantes, defendiendo el particularismo de cada cultura. Todo ello desarrolla una visión del cambio cultural y de los orígenes de las culturas arqueológicas centrada en términos de difusión y migración que supone que toda innovación dentro de una cultura se expande a las culturas vecinas por transmisión y propagación de ideas.

Es a partir de los años sesenta cuando surge una preocupación por la teoría y el método, lo que señala un cambio decisivo con el desarrollo de lo que se ha denominado enfoque procesal. Nace la nueva arqueología.

Se plantea la propia existencia de la arqueología como ciencia, se destaca la importancia del conjunto por encima de las partes y se trata de explicar funciones y comportamientos humanos, más que de hacer análisis y descripciones aisladas de las piezas. Se quiere explicar qué ha sucedido en el pasado y no limitarse a describirla como hasta aquel momento había hecho la arqueología tradicional. No se trata tanto de fijarse en el hecho sino de preguntarse por qué se dio ese hecho. El tiempo de hoy data a la vez de ayer, anteayer y de mucho tiempo atrás (Fernand Braudel). Se busca en el presente claves para la comprensión del pasado, lo cual implica un acercamiento a la etnografía y a la antropología.

Más tarde se desarrolla el estructuralismo, cuyo objeto de estudio son las ideas, la estructura del pensamiento de las culturas que elaboraron los artefactos y crearon el registro arqueológico. Es la importancia de la relación entre las partes.

Nos encontramos, asimismo, en un momento en que el arqueólogo debe tomar consciencia de su propia subjetividad al tener que interpretar el pasado teniendo en cuenta su momento actual y sus propias circunstancias. Se sugiere entonces que toda interpretación sea basada no desde una posición solo occidental, sino desde una interpretación de racionalidad hacia esa sociedad que se investiga.

Todo ello da paso a la arqueología llamada contextual que afirma que el entorno del arqueólogo, tanto social como intelectual, interviene en la interpretación, lo que lleva entonces a una desconfianza hacia la imparcialidad de este.

Los arqueólogos utilizan unos presupuestos teóricos y metodológicos que condicionan enormemente el resultado de su trabajo. Poseen una ideología determinada y un sistema de valores en el marco de una situación histórica concreta, siendo la subjetividad inevitable. El pasado fue, y el presente es su resultado. El discurso histórico es un diálogo entre presente y pasado y de aquí su legitimidad. Aun así, se abre un extenso debate sobre la objetividad del investigador.

Entrará en juego, por tanto, la ética del investigador, cuya honestidad residirá en tomar consciencia de este hecho y en el rigor de su trabajo. Se le pedirá entonces no hablar de aquello de lo que no se está seguro (Georges Duby).

Por otro lado, la interculturalidad y el contacto con el otro empiezan a dejar paso a planteamientos nuevos, más sensibles a la diversidad cultural y a la noción de alteridad. Surgen voces críticas sobre el “discurso” de “Occidente y el resto”. Nace el concepto de “orientalismo” que nos habla de la interpretación errónea que Occidente hace de Oriente. Se discute sobre el papel de la mujer en el mundo de la arqueología. Todo ello, no obstante, nos ayuda a estimular una nueva forma de tratar Oriente y nos invita a reflexionar sobre la necesidad de nuevos métodos para elaborar la nueva historia de las “otras” sociedades (Pelai Pagès).

El eurocentrismo, por tanto, va dejando paso a un mosaico de civilizaciones diversas en interrelación constante, donde occidente es un fenómeno histórico más y no el fenómeno central o el patrón de valoración.

Esta nueva realidad epistemológica y metodología es a la vez resultado y causa del diálogo intercultural del mundo actual, lo que nos lleva a distinguir entre “sociedades de discurso lógico” y “sociedades de discurso mítico”.

La primera, considerada la cuna de la cultura occidental actual, piensa que las acciones humanas son importantes por sí mismas y que discurren en una línea de tiempo sin ningún tipo de trascendencia, llegando al logos mediante los nuevos conocimientos adquiridos con la observación del entorno.

La segunda, en cambio, se caracteriza por una concepción global del universo desde una visión religiosa que limita su comportamiento, haciendo referencia al tiempo primordial, a las tradiciones, al mito y a los aspectos más fundamentales de la vida humana.

Aun así, no debemos caer en la tentación de considerar inferior el discurso mítico del lógico de ninguna de las maneras. Entendemos que el logos no desplaza al mito, sino que este último se mantiene en una posición un tanto más discreta en aquellas sociedades donde los dos discursos conviven.

A modo de conclusión, podemos decir, pues, que la simple recolección de datos no nos ayuda a conocer mejor el pasado. Que los objetos son resultado de pautas culturales lo que nos hace caer en particularidades y nos dificultan fijarnos en la semejanza entre ellas. Que observamos las civilizaciones como si no progresaran, “acusando” el cambio a intervenciones externas adquiridas por difusión o contacto con otros grupos. Que reaccionamos contra todas esas teorías afirmando que no nos proporcionan una información fiable y contrastable. Que queremos ser más científicos y más antropológicos. Que lo importante es la relación entre las partes. Que interpretamos la racionalidad del otro. Que nuestro presente influye en la interpretación del pasado. Que la subjetividad es inevitable. Que Occidente hace un discurso erróneo de Oriente y que las sociedades se dividen según su discurso.

La arqueología, en definitiva, es una disciplina en continuo e imparable proceso de construcción y perfeccionamiento. Y no solo por el conocimiento acumulado, sino también por la forma de obtenerlo.

10 October 2022
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