Encantados por Las Mujeres: Fellini 'Noches de Cabiria' y Woody Allen 'Annie Hall'
A la edad de diecinueve años, Federico Fellini (1920–93) abandonó la pequeña ciudad de Rimini, Italia, y prometió ‘conquistar Roma’. Comenzó su carrera como caricaturista para periódicos satíricos y, en la década de 1940, comenzó a colaborar en numerosos guiones. También trabajó como asistente para su amigo Roberto Rossellini en Roma, ciudad abierta (1945) antes de hacer su propio debut como director con Variety Lights en 1950. En 1954, ganó el reconocimiento internacional y, posteriormente, un Premio de la Academia por La Strada. Su escandalosa obra maestra La Dolce Vita fue lanzada en 1960, cuando tenía cuarenta años. La Iglesia, que hasta este punto lo había apoyado e incluso lo veía como un cineasta católico, se indignó y calificó la película de ‘decadente’ y ‘blasfema’. Un punto de inflexión en su trabajo llegó con 8½ (1963), en el que deconstruyó las reglas de la cinematografía narrativa y repensó el cine. Su continua exploración de la creatividad y la naturaleza de su medio lo llevó más allá del realismo y hacia la fantasía y los temas de la imaginación. Los recuerdos de la infancia, el inconsciente y los sueños comenzaron a ocupar un lugar destacado en su trabajo.
El Dramatismo, la fantasía, el humor son de los principales temas del cine de Fellini aunque cada película aborda subtemas sociales mucho más profundos. Él empieza a dirigir ya cuando el Neorrealismo está en su segunda fase, en la despedida. Dirige películas que podríamos llamar “Realismo de las apariencias”. Un neorrealismo con tintes mágicos y una fuerte dimensión poética que fulmina con dos películas:
- La estrada, 1954
- Las noches de Cabiria, 1957
Esos tintes mágicos, los temas de la imaginación, la infancia, la fantasía… Lo que nos lleva a hablar de la perspectiva sobre la vida del artista. Fellini afirmaba que la realidad era un espectáculo. Asociaba la realidad a lo caótico. Decía que en la vida no había un relato, pero si había personajes. Y así lo reflejó en su cine.
“El cine se parece muy fuertemente al circo. Es probable que, si el cine no hubiera existido, si yo no hubiera conocido a Rossellini y si el circo fuera todavía un género de espectáculo de cierta actualidad, me habría gustado mucho ser el director de un gran circo, pues el circo es exactamente una mezcla de técnica, de precisión y de improvisación. Al mismo tiempo que se desarrolla el espectáculo preparado y ensayado, se arriesga verdaderamente alguna cosa, es decir que al mismo tiempo se vive”.
A Fellini todo le parece un espectáculo. Y es en el cine donde encuentra el espacio perfecto para poder representar sus caricaturas que dibujaba para periódicos satíricos al llegar a Roma. Es esta tendencia al show la que le da el honor a tener su nombre como adjetivo: “Lo felliniano” que se asocia a cualidades de la imagen como grotesco, bizarro, onírico.
El hecho de que el director trabajara en estas revistas satíricas son las que nos introducen la siguiente pulsión del director. La frivolidad de la sociedad, los críticos aplaudieron los hábiles e ingeniosos comentarios sociales de Fellini en La Dolce Vita 1960, y el mismo elemento existe en 8½ para enfatizar la frivolidad de la sociedad burguesa. Si bien los huéspedes de un lujoso spa y las personas en la industria del cine pueden parecer objetivos fáciles, los elementos que Fellini satiriza son relevantes para la sociedad de clase media y alta en general. Fellini incorpora sus referencias satíricas en un diálogo que a veces está fuera de la pantalla, por lo que es fácil pasarlo por alto. Esta herencia directa del cine neorrealista italiano que denotan estos comentarios satíricos aparece de distintas formas en su filmografía, por ejemplo, como denuncia social en las películas de la siguiente temática: las mujeres.
En las obras de Fellini las mujeres tienen un papel muy importante. Un ejemplo es Giulietta Masina quien, desde su encuentro en 1942 se convierte en su mujer y musa durante cincuenta años. En películas como Luces de variedades (1951), El Jeque blanco (1952), La Strada (1954) y Las noches de Cabiria (1957) era Giulietta la que daba el máximo dando vida a los personajes en una inversión prácticamente completa. Pero, a la vez, películas como La Ciudad de las Mujeres (1980) podemos intuir que su trato con el género femenino es un tanto complejo. En esta película Fellini se aleja del Neorrealismo y hace una nueva aproximación al surrealismo. Nos muestra sueños que carecen de juicios morales y no entienden de corrección política. Aquí el director realiza una autocrítica a partir de ciertos recuerdos que podría evocar a Amarcord (1973).
“No es un descubrimiento mío, ni de mis películas: la mujer es un espejo, el destinatario de nuestras proyecciones, una figura a través de la cual intentamos comprendernos a nosotros mismos, el sentido de una relación, al otro. La Musa es mujer.” Explica en Federico Fellini. La dulce visión. El cineasta añade:
“Hasta una mujer más joven que nosotros será siempre más adulta. Quizá debido a emociones infantiles, tengo un profundo respeto, profeso una emoción inalterada y continuamente presente hacia la mujer. Como portadora de algo que me incumbe, que nos incumbe profundamente. De niño, estaba convencido de que las chiquillas, que se pasaban el día parloteando entre ellas, ostentaban secretos que jamás nos confiarían.”
Esta admiración declarada por las mujeres mueve al director a centrarse en ellas en muchas de sus películas e interesarse en un discurso de denuncia social, como ya hemos introducido anteriormente. Pero es la ganadora en 1957 del Oscar a Mejor película extranjera, Las Noches de Cabiria la que fue la última película que Fellini realizó a modo de denuncia social como eje de la temática, herencia directa del cine neorrealista italiano. Cuenta con su esposa Giulietta Masina bordando una magnífica y conmovedora interpretación. Aquí se nos narra la historia de supervivencia de una prostituta reproduciendo la realidad y mostrando a una mujer perdida. El director nos muestra la prostitución de la manera más respetuosa posible. Los momentos más cercanos al acto sexual son interrumpidos mediante el montaje con la protagonista perdida en alguna calle de Roma. Y nos deja con una película que, mirándolo así, nos recuerda bastante a la película de 1971 de Barbara Loden, Wanda.
Y, por último, otra de sus características sería la intención autobiográfica en sus películas. Mediante su alter ego Marcello Mastroianni nos cuenta la historia del bloqueo creativo que sufre un famoso director italiano y tensiones matrimoniales en la película 8 y medio. Aquí el cine, una vez más, le sirve como medio para mostrar su conflicto interno entorno al proceso creativo, el peso de la industria, el problema de confortarse con las expectativas de todo el mundo y psicoanalizarse. El mismo nombre de la película es autobiográfico ya que era, en ese momento, el número de películas que había hecho. Muchas siguen considerando que esta incursión en el diario filmado y el psicoanálisis sigue siendo el mejor filme sobre cine de la historia.
En cuanto a Woody Allen, sus temáticas y obsesiones no se quedan atrás. Los temas a los que más recurre el cineasta en sus filmes son el amor, el sexo, la muerte o el judaísmo. El director se dedica a exponer personajes urbanos muy complejos perturbados por sentimientos de culpabilidad acompañados de él mismo interpretando a su peculiar personaje antihéroe torpe y aturdido. A Woody Allen no le da miedo abordar diferentes géneros. A lo largo de su carrera ha oscilado entre la comedia con películas como Toma el dinero y corre (1969), Bananas (1971) o Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar (1972), y el drama con películas como Annie Hall (1977), con la que se llevó el Oscar a mejor director, Interiores (1978), Maridos y mujeres (1992). Además, en más de una película el autor ha reflejado ambos géneros como, por ejemplo, en Melinda & Melinda (2004).
Nueva York ocupa un lugar muy especial en la filmografía de Woody Allen. El escenario principal en el que habitan todas sus películas es Manhattan. Solo recientemente ha sido cuando se ha alejado de su preciada ciudad a Londres o Hollywood. La admiración de Woody por esta ciudad y barrio es completamente comprensible, no es el único. Él se crió en Brooklyn alejado del centro de la ciudad y como cualquier crío deseaba mudarse al centro de la ciudad. Él entiende el centro de la gran ciudad de Nueva York como ventanas llenas de inspiración donde en cada una ocurría toda clase de historias. En pocas ocasiones se ha visto este barrio tan respetuosamente retratado como en el inicio de Manhattan.
Así como con Fellini es fácil encontrar el rastro de Woody Allen repartido por toda su filmografía. Allen aprovecha, al aparecer en pantalla, para psicoanalizarse a partir de los personajes que crea. Cada uno de ellos podría reflejar tranquilamente una parte de él. Empezando por su opinión religiosa en La última noche de Boris Grushenko, sus conflictos emocionales en Annie Hall, su lado más circense en El dormilón o incluso sus preocupaciones existenciales (la muerte) en Annie Hall. Pero es en Memorias de un seductor donde se recoge su esencia coincidiendo con Fellini y su 8 y medio. No cabe duda de que no pierde la ocasión de psicoanalizarse con sus películas, mostrando así el fuerte interés que tiene en Freud. Películas como Sueños de seductor (1972) u Otra mujer (1988) son películas que ya nos dejan ver el interés por el psicoanálisis, pero en las que más se nota son Días de radio (1987) y Recuerdos de una estrella (1980).
La pasión de la infancia del director era nada más y nada menos que la magia. Y así lo demuestra con sus películas casi libres de guion y muy anexas al trabajo de postproducción. Él dice:
“Usando malas artes, sutiles subterfugios y mi sentido de la teatralidad (es decir, magia) he creado una fantástica ilusión que incluye un montón de películas. Ojalá estuviera bromeando”
Refiriéndose a la imagen de hombre despierto y magnético que da de él mismo como si se tratara de magia. Otra de las pasiones que plasma en pantalla es la música. Es sabido que Woody es un auténtico melómano, de hecho, lo es tanto que prefirió ensayar con su grupo que ir a recoger el Oscar que ganó por Annie Hall. Acordes y desacuerdos 1999, es ejemplo del amor por la música del director, un claro homenaje.
Y por último reconozcamos, al igual que con Fellini, que Woody padece una clara admiración por las mujeres. Además de que sus películas son una oportunidad para ganar un Oscar para las actrices que salen en ellas, Woody también nos muestra personajes femeninos que claramente llaman la atención sobre personajes masculinos acomplejados y obsesos.