Filosofía de Vida de Friedrich Nietzsche en la Obra 'Así Hablo Zaratustra'
En la lectura “Así Habló Zaratustra” escrita por Friedrich Nietzsche podemos apreciar su filosofía de vida y esto lo vemos explícitamente en el capítulo “Los Despreciadores del Cuerpo.” A continuación estaremos interpretando la misma. Nietzsche plantea a través de una perspectiva inherente y procesal que el cuerpo es la gran razón, es decir, que hay una razón corporal llena de sabiduría. El cuerpo no es un objeto más del mundo, sino un constituyente de sí mismo, es un integrante y creador del mundo. Este antagonismo le confiere un carácter dinámico, creativo y de movimiento. Es una reivindicación filosófica ante el dualismo occidental. Es sumamente importante tener en cuenta que para Nietzsche el cuerpo se coloca más allá de lo material e ideal, mostrando que le hombre en cuanto al individuo corporal, no es materia, ni espíritu, ni entidad. Es dinámico, múltiple y de esta manera cualquier representación que lo considere de forma estática se queda corta. En otras palabras, lo que Nietzsche dice es que dentro de uno hay una fuerza, un poder que es mayor de lo que pensamos. Todo el poder que necesitamos ya lo tenemos, está dentro de nosotros y podemos ser autosuficientes. No dependemos de nada fuera de ello.
El cuerpo fue mal interpretado por eso Nietzsche apunta a una nueva renovación de la comprensión del cuerpo humano. La mala compresión proviene del discurso metafísico revestido de religión, moral y ciencia, que, a su vez, se constituyen en los despreciadores del cuerpo. El cuerpo es una apertura originaria al mundo, es la condición misma por medio de la cual existe un mundo. El cuerpo es el fenómeno más complejo, que debe ser tomado como punto de partida para la comprensión de los procesos más simples, como, por ejemplo, la conciencia y su facultad de juzgar. Es el hilo conductor que podrá guiar hasta otra concepción de la subjetividad, mucho más refinada, amplia y profunda que la noción tradicional de unidad sintética de la conciencia. La unidad del sujeto podrá formar así procesos inconscientes, de ninguna manera privados de racionalidad; por el contrario, un nuevo concepto de sujeto, que se presenta como la gran razón del cuerpo.
El yo (Ich) como identidad psíquica o interior del hombre es, para el pensador alemán, una ilusión, una mera ficción. Esto se debe a que el yo no se corresponde con el hombre concreto. Nietzsche usa el termino sí mismo (Selbst) para designar la naturaleza del individuo vista e interpretada fuera del concepto de yo. El sí mismo es la condición concreta de cada hombre, mientras que el yo es la falsa identidad psíquica interior que inventan él y todo hombre.
Para que el cuerpo sea pensado en términos diferentes, Nietzsche necesita del sí-mismo. Entonces, en el cuerpo se encuentra oculto el sí-mismo, ya que el cuerpo es de alguna forma la plataforma en la que se puede sentir dolor como placer. En este sentido la ambivalencia se encuentra presente en la constitución del sí-mismo, que no dice yo, sino; hace yo. La ambivalencia es todo aquello en el cual tienes pensamientos o emociones positivas y negativas respecto a algo. Esto significa, pensarse a uno mismo no en sentido Freud –del ego, súper ego–, más bien es una autoafirmación individual que no quiere estar cargada de ningún extracto cartesiano o bien espiritual. De este modo, el sí-mismo representa un apreciar y despreciar o placer y dolor, en el que el cuerpo es capaz de experimentar. El cuerpo como pluralidad implica para Nietzsche el sí-mismo también es a su vez un apreciar/despreciar el cual no podemos negar porque sería rechazar lo que se está afirmando, es decir, una afirmación es una negación y viceversa. Luego entonces, lo que importa es que para el filósofo el cuerpo es la plataforma donde el sí-mismo se manifiesta.
Finalmente, el sí-mismo se manifiesta en el cuerpo como una respuesta a lo que conocemos espíritu. En lugar de hablar más del Yo –cartesiano o freudiano– Nietzsche quiere hacer Yo partiendo del supuesto del sí-mismo. Pero esto no termina aquí, el sí-mismo igual se vincula con lo que Nietzsche llama virtud.