Fórmula del Pacto con el Diablo: Traición a Dios
El pensamiento mítico, al igual que el gusto por las leyendas, están muy arraigados en el imaginario popular. Cuando algo resulta un tanto inexplicable, no es remoto que se acuda a darle un origen sobrenatural o a pensarse que fue realizado por seres con facultades superiores a las capacidades humanas.
La presencia del demonio se ha manifestado en textos religiosos y en obras literarias, a través de la historia, sufriendo cambios en su concepto. Ha sido una indiscutible presencia en la cultura e imaginario popular. La figura del Diablo representó, durante algo más de un milenio, un referente obligado para comprender la esfera de la acción humana. Lo llamemos Lucifer, Satanás o Belcebú, se trata de la encarnación del mal, la antítesis del bien, concepto asentado en nuestra base judeocristiana.
La figura del diablo, permite precisamente, una ruptura entre las acciones humanas y la culpa. Pactar con esta entidad maligna asegura cualidades que a los hombres les son negadas en sus propias sociedades. Desde la moral religiosa el episodio constituye el punto de quiebre del libre albedrío, el pactante reta a su dios a tal grado que reniega y abjura de su fe.
Una traición a Dios cuyo responsable se afanaba en ocultar. Es el hombre en crisis quien invoca o conjura a las entidades malignas para intercambiar su alma por uno o varios de los cuatro aspectos tradicionales que motivan a los solicitantes: amor, conocimiento, poder y riqueza.
Las fórmulas pueden variar en su enunciación y estructura, pero permanece el fondo de aparente intercambio comercial, tipo trueque. Se puede pactar con el diablo mediante un pacto implícito, por el simple hecho de evocar ayuda diabólica para lograr fines reprobables, o a través de un contrato explícito, caracterizado por la consciencia y voluntariedad del hecho en un contrato escrito y firmado. El proceso del pacto presenta varias etapas:
- La etapa inicial acontece con la crisis espiritual y emocional que desencadena la petición desesperada de la presencia diabólica, dando paso a la materialización del espíritu maligno e inicio del pacto.
- La segunda etapa consiste en la enunciación y redacción de los términos del pacto, al final puede firmarse con sangre y quedar en posesión de alguna de las partes o guardarse en lugares ocultos. La presencia de la sangre con la que el hombre firma el pacto muestra la importancia de la simbología sacrificial en el fenómeno, mediante ella el individuo sella eternamente su compromiso.
- La tercera etapa constituye el comienzo de la relación hombre-demonio, en la cual el hombre pactante recibe los supuestos beneficios del contrato de acuerdo con la paga futura.
La propuesta del pacto se manifiesta como inconformidad y ansiedad de activar la autonomía personal en respuesta a la presión social que exige el cumplimiento de las normas religiosas. El diablo es proyección de miedos, compensación de carencias, recurso ante las frustraciones, explicación de lo inexplicable y racionalización del mal por no soportar su crudeza. No obstante, estos miedos y el mal que recibimos y hacemos es únicamente obra del ser humano.
El terror que despertaba este personaje en la Edad Media no es el mismo que en la actualidad. La modernidad ha hecho del diablo un objeto fetiche de entretenimiento o de apego cultural, pero su influencia sobre el mundo moderno ya es casi nula. El pacto fáustico cobra en nuestros días la relevancia de confrontarnos a la finitud y contundencia de un mundo cambiante, cuyas condiciones dependen únicamente de las decisiones que tomamos.