Hannah Arendt: Sobre La Violencia. La Condición Humana
Introducción
El concepto “violencia”, en su acepción más literal hace referencia al “uso intencional de la fuerza o el poder físico, de hecho, o como amenaza, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que causa o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones”, es decir, hace referencia al daño efectivo y comprobable que se ejerce por parte de unos hacia otros en un contexto particular.
Esta definición de la violencia, que responde a los criterios lógicos mediante los cuales se mide este fenómeno, amplió significativamente su relevancia y su espectro interpretativo mediante el siglo XX, más específicamente, durante los diversos experimentos totalitarios que afectaron a las distintas sociedades. En esta época, la violencia se tornó un concepto dotado de una intensidad inédita y sin precedente en la historia. Es dentro de este contexto, que la obra de la pensadora y autora Hannah Arendt toma una especial fuerza.
La postura adoptada por la autora en su obra “Sobre la violencia, la condición humana” nos posiciona en el marco de un minucioso análisis sobre la violencia política en sus diversas formas en el contexto del mundo contemporáneo, instituyendo de forma brillante nociones fundamentales sobre la política y la vida en comunidad, complementándolo con una potente crítica al Estado como monopolio de la violencia, la concepción de Soberanía como centro de la actividad política, la centralización y la burocracia.
En el siguiente análisis, se realizará un repaso de la obra ya individualizada de Arendt, más específicamente en lo que concierne a su visión sobre el poder, la revolución y la violencia propiamente tal, con el objetivo de resaltar la importancia del pensamiento filosófico y crítico de la autora al pensar el fenómeno de la aparición constante de nuevos agentes políticos en el espacio público y político, y cómo éstos hacen posible que el círculo de la violencia se potencie en las sociedades hasta la actualidad.
Hannah Arendt. Breve biografía de la Autora
De lo que se ha logrado registrar de su historia, la vida de Hannah Arendt no fue distinta a la de todos los niños y niñas de su época, por lo que ahondar en aquellos aspectos de su historia no nos concierne en la oportunidad presente. Nació en el año 1906 y no fue hasta su adolescencia que comenzó a despertarse su interés en el pensamiento filosófico con una fuerza que la motivó a convertirse en una de las pensadoras más importantes de la época contemporánea.
En este período de paso entre su niñez y juventud, el acceso a la lectura de diversas obras filosóficas contenidas en la biblioteca familiar, le ofreció un espacio relevante en el que desarrollar su interés académico. De este modo concluyó que en la filosofía se encontraba el único modo de llegar a satisfacer su “inmenso deseo de comprensión, la profundamente sentida necesidad que emergía de comprender el mundo, las cosas, la vida humana”.
Estudió la carrera de filosofía en Marburgo, Friburgo y Heidelberg, donde sus más influyentes profesores fueron pensadores como Rudolf Karl Bultmann -de Teología- Edmund Husserl, Martin Heidegger y Karl Jaspers. Concluida su tesis doctoral, comenzó a redactar lo que se convertiría en su primera obra, una biografía de la judía alemana Rahel Varnhagen que sólo concluyó en los años cincuenta. En esta obra, Arendt, coincidiendo con el ascenso del Nacionalsocialismo, se introdujo en el estudio de la problemática inserción de los judíos en la Alemania del siglo XIX, en los confusos y a menudo tortuosos caminos que transitaban desde la asimilación hasta el rechazo, y en la vida peculiar de tantos judíos que, “emancipados” de la fe judía, no llegaron nunca a ser aceptados como alemanes más que de forma ocasional y discontinua.
Hannah fue una importante activista y pensadora de los derechos de los judíos en la época en que Adolfo Hitler efectuaba su ascenso al poder, sobre todo en circunstancias en las que constató que la situación social había limitado la capacidad de los filósofos contemporáneos de cuestionarse el poder, pues se habían acomodado con total facilidad a las condiciones impuestas por el régimen.
Esta experiencia de vida extrema atravesada por la autora, determinó lo que sería la corriente de su pensamiento crítico y filosófico, y que se demostraría con certeza en sus obras más importantes, como la que a continuación revisaremos.
Sobre la violencia. Reseña de la obra.
La obra de Hannah Arendt que inspira este análisis, corresponde a un texto relativamente breve en comparación a sus demás obras, y se divide en tres partes. En la primera parte, la pensadora política contextualiza la relevancia del tema de la violencia en el contexto del escenario sociopolítico, y adelanta algunas ideas sobre la acción violenta. En la segunda parte, Arendt analiza la relación entre poder y violencia y enuncia la tesis principal del libro, para finalmente proponerse en la última parte, abordar la naturaleza y causas de la violencia.
Según la autora, en la época moderna, el sentido de la política, entendida como el “ejercicio de la libertad a través de la acción y la palabra”[footnoteRef:3], sufrió un radical cambio producto de una sobrestimación de la capacidad de fabricación del hombre. Esto habría excluido a la premisa de que la política estaba por sobre otras facetas del comportamiento humano, al mismo tiempo que la violencia habría adquirido relevancia en el ámbito político del que, desde el mundo griego, estaba excluida.
Este análisis inicial desde la perspectiva del mundo Griego se torna relevante para comprender la obra de Arendt, toda vez que, en sus palabras, para los griegos, violencia y política conformaban dos polos totalmente opuestos y no compatibles uno del otro: mientras que en el espacio privado la violencia podía ser justificada, pues las relaciones que se establecían allí eran más bien asimétricas, esto es, en las relaciones interpersonales se generaba una relación de mando y obediencia, cuestión que en el espacio público-político debía ser necesariamente excluida, porque el hombre que ingresaba a la polis interactuaba con pares a través de la acción y el discurso con el fin de persuadirlos, y no de gobernarlos:
“Ser político, vivir en una polis, significaba que todo se decía por medio de palabas y de persuasión, y no con la fuerza y la violencia. Para el modo de pensar griego, obligar a las personas por medio de la violencia, mandar en vez de persuadir, eran formas prepolíticas para tratar con la gente cuya existencia estaba al margen de la polis, del hogar y de la vida familiar, con ese tipo de gente en que el cabeza de familia gobernaba con poderes despóticos e indisputados”.
De este modo, la autora relata cómo se constituía la experiencia política griega, basada en los conceptos de igualdad (situados en la época de la que se trata) y la libertad. Se trataba, por un lado, de igualdad de palabra, esto es, que todos los miembros de la polis tenían el mismo derecho para hablar sobre los asuntos políticos y, por otro lado, de una igualdad ante la ley, que otorgaba el derecho a todos los hombres para actuar.
Este análisis preliminar que realiza Arendt, tiene sentido y cobra relevancia cuando en el transcurso de la obra se da paso a la revisión de la instauración de las políticas modernas, tanto las totalitaristas, pero sobre todo las que llamaría revolucionarias, pues, en virtud de su interpretación, éstas suponen la apropiación de la violencia y la puesta en juego de la capacidad de fabricar, propia de todos los hombres, en aras de la construcción de nuevas sociedades y de nuevos espacios en donde interactuar en libertad. A su entender, si el sentido de la política está dado, desde el mundo griego, por la capacidad de actuar del hombre, mediante el uso de la persuasión en los asuntos humanos, excluyendo, de este modo, a la violencia, resta preguntarnos si las revoluciones pueden ser consideradas acontecimientos políticos dado que en ellas prima el uso de la acción violenta y no de la persuasión.
Aunque violencia y poder suelen aparecer en manera conjunta en la esfera política y, sobre todo, en los estallidos revolucionarios modernos, Arendt los define como dos elementos opuestos. Mientras que la violencia a su entender se encuentra vinculada al ámbito de los medios, el poder se encuentra ligado al ámbito de la pluralidad. En este sentido, la obra establece que la violencia siempre debe ser justificada, debido a su carácter instrumental, mientras que el poder, por el contrario, no necesita justificación sino legitimación.
Arendt ve al poder como la capacidad de actuar en concierto, esto quiere decir que el poder “nunca es propiedad de un individuo; pertenece a un grupo y continúa existiendo sólo mientras el grupo se mantiene unido”. En este sentido, la potencia guarda un vínculo con la violencia “dado que los instrumentos de la violencia, como todas las otras herramientas, se diseñan con el fin y el propósito de multiplicar la potencia natural hasta, en la última etapa de su desarrollo, poder sustituirla”. Si bien en las revoluciones poder y violencia actúan de manera conjunta, éstos no pueden identificarse, ya que se aniquilarían, pues allí, donde uno de ellos rige absolutamente, el otro está ausente.
En este sentido, y a diferencia de lo que sostiene la tradición revolucionaria, Arendt afirma que es vano pensar en una justificación política de la violencia en relación a las revoluciones, debido a que sería posible en la historia sociopolítica la existencia de revoluciones no violentas, ya que la importancia de éstas estriba en la capacidad que tienen los individuos para agruparse y actuar, es decir, por el poder y no por la violencia:
“La violencia no promueve causas, ni historia ni revolución, ni progreso ni reacción; pero puede contribuir a dramatizar la querella y llamar la atención pública sobre ella la violencia, contrariamente a lo que sostienen sus profetas, es antes un arma de reforma que de revolución”.
En la obra en análisis, Arendt establece una distinción entre los conceptos de reforma y revolución y, al mismo tiempo, ofrece una nueva conceptualización en torno a la forma de concebir el poder, por lo que éste tendría un carácter polisémico. Por un lado, mientras que la reforma volvería a formar aquello que se habría deformado o corrompido, las revoluciones son irrupciones de lo totalmente nuevo, en este sentido, toda revolución funda un nuevo orden. Por otro lado, el carácter fundacional de la revolución se encuentra vinculado al poder y, más precisamente, a lo que se denominaría como “poder de reunión”.
En una última óptica de la autora respecto de el origen de la violencia y lo que deviene de esto para la práctica de la política, es que Arendt efectúa una singular visión respecto de la denominada “cuestión social”, Según la autora, problema de la cuestión social adquirió relevancia política cuando los hombres cuestionaron que la pobreza era algo inherente a la condición humana, es decir, cuando pusieron en juicio la distinción entre pobres y ricos. Ahora bien, si en un principio la cuestión social juega un papel fuertemente revolucionario, éste debe ser abandonado al momento de la fundación de un nuevo orden político que asegure estabilidad al nuevo espacio de libertad y, al mismo tiempo, que permita la irrupción de nuevas fundaciones en pos de aquel. De no ser así, la política misma se corrompería, pues ésta, en el pensamiento arendtiano, trata sobre el ejercicio de la libertad y, por ende, los sujetos políticos deben estar librados de toda forma de necesidad.
Comentario crítico a la obra
A partir de la lectura y análisis del texto de Arendt, ha sido posible deducir que aquel interés particular de la autora por las revoluciones modernas no está dado únicamente por el uso de la violencia inherente a ellas, como un ítem único y posible de enmendar, sino más bien, en el transcurso de la lectura se puede vislumbrar que aquella crítica esencial hacia la violencia innata de las revoluciones, se constituye más bien como una crítica solapada hacia el “poder de reunión”, dada por la fundación de nuevos espacios de libertad que permitirían seguir caracterizando a la violencia como algo esencialmente pre-político y, de este modo, analizar a las revoluciones desde una perspectiva política.
Desde una perspectiva general, el poder de reunión surge cuando los seres humanos se agrupan e irrumpen, por ejemplo, en las calles, con una serie de reclamos sin la necesidad de haberse establecido un consenso previo para ello, es decir, una forma del poder de reunión serían las manifestaciones espontáneas, donde se pone de manifiesto el poder de asociación de los individuos. Estas asociaciones para la autora “no son partidos, son organizaciones ad hoc que persiguen objetivos a corto plazo y desaparecen cuando el objetivo ha sido alcanzado”. Sin embargo, estas dos formas de poder comparten un núcleo común: suponen una reunión entre los hombres y no detentan un carácter instrumental. Las diversas nociones de poder pueden pensarse como fenómenos que pueden aparecer junto a la violencia, pero, en cualquier caso, esta violencia es ejercida contra “otros” que se encuentran fuera de ese espacio de reunión que nace a partir de la cuestión social, y no constituye una forma de interacción entre las personas de ese espacio. En otras palabras, es el poder de agruparse y no la violencia el que, según la autora permitiría la irrupción de nuevos actores sociales en la escena política, y en este sentido, el significado intrínseco de la revolución para Arendt estaría dado por la presencia de la cuestión social, que es lo que permitiría la agrupación de los individuos y su irrupción en la escena política, y por otro lado de la fundación, que permitiría el establecimiento de un nuevo orden político.
Sin perjuicio de que la autora ofrece una acabada y fundamentada opinión respecto de la violencia, la revolución y el poder, es posible determinar que, para Arendt, la violencia solo adquiere un sentido político en las revoluciones modernas, en cuanto se subordine al poder de reunión, es decir, siempre y cuando se establezca espacios de libertad en los que la violencia misma, en cualquier forma y bajo cualquier pretexto ya no tenga lugar. Sin embargo, debido a su concepción restringida de la “cuestión social”, Arendt no parece distinguir en el contexto de las revoluciones y de las problemáticas sociales mismas a los dominadores de los dominados, o a los opresores de los oprimidos, por lo que no logra explicar de manera acabada por qué las revoluciones políticas contemporáneas han fracasado en establecer espacios de libertad libres de violencia.
En este sentido, considero que un análisis menos restringido de lo que implica la cuestión social y las problemáticas efectivas devenidas de la desigualdad u otros agentes, harían concluir fácilmente que existen casos reales en los que los oprimidos, al oponerse a la dominación y a la opresión de la que son víctimas, pueden efectivamente ejercer una violencia justa y generar estos espacios de libertad a los que hace referencia Arendt. O, en términos arendtianos, solo las “generaciones de vencidos” podrían ser efectivamente capaces de ejercer una violencia subordinada al “poder de reunión”, esto es, libre de la lógica instrumental.
Conclusión
La obra de la filósofa contemporánea Hannah Arendt, alberga, como ya se mencionó al inicio de este análisis, numerosos grandes méritos que hacen recomendable su lectura comprensiva. La autora realiza un valorable ejercicio de filosofía política al desentrañar los presupuestos de fondo presentes en el discurso y acciones de los defensores de la violencia, tanto en los regímenes totalitarios, como en los revolucionarios, así como en teóricos políticos y jóvenes rebeldes.
Esta obra de la filosofía política nos ayuda a cuestionar los conceptos que hemos aprendido sobre fenómenos sociales, y sobre todo, nos hace reflexionar sobre aquella violencia que no es racional ni por su capacidad creadora ni por ser expresión de vida, y al mismo tiempo nos invita a pensar en la misma constitución de la violencia en el ámbito sociopolítico como aquella que solo es racional cuando busca objetivos que justifiquen su uso, y dado que cuando actuamos nunca conocemos con certeza las consecuencias eventuales de lo que estamos haciendo, el texto nos invita a presentarnos un panorama en el que la violencia pueda o no ser racional, propiciando nuestra capacidad de determinar cuándo es momento de diferenciar entre violencia de los opresores y violencia de los oprimidos.
La violencia, por sí misma, no promueve causas, ni la historia ni la revolución, ni el progreso ni la reacción; sin embargo, puede servir para dramatizar agravios y llevarlos a la atención pública, puede alertarnos sobre el verdadero alcance que tiene el fenómeno de la cuestión social y todos aquellos fenómenos sociopolíticos nacientes de ella, a decir, la desigualdad, la discriminación, el poder.
Es por lo anterior, que la obra analizada resulta de gran relevancia al momento de proponernos efectuar un análisis base respecto de la evolución de la concepción de violencia en la historia. Sin embargo, y como las concepciones sociopolíticas también obedecen a los cambios que se producen con el tiempo, es preciso revisar la crítica de Arendt a la violencia y a las estructuras de la sociedad con un ojo especialmente crítico, ya que la experiencia actual en importantes ocasiones históricas ha demostrado que una irrupción masiva de un grupo de la sociedad en el espacio público, en algunos casos violenta, en tanto grupos oprimidos y dominados, ha dado lugar a la fundación de otros espacios estables para la acción y el discurso, y por cierto, para la reivindicación de luchas válidas.