Historia desde la Carta hasta la Novela Epistolar

Introducción

El presente trabajo tiene como objetivo trazar la historia de la carta desde su nacimiento hasta nuestros días, eso sí, de forma resumida. Asimismo, pretende entenderse el cómo y porqué del surgimiento de la novela epistolar para, posteriormente, exponer un conjunto de características de las novelas epistolares y ponerlas en relación con las Cartas marruecas de Cadalso.

En la primera parte, se ofrecerá, además del camino de la carta como medio comunicativo, un breve resumen de la obra en cuestión, pues es ésta el punto inicial del actual trabajo.

En la segunda parte se expondrá el paso desde la carta utilizada como medio literario a la carta como subgénero literario que tiene su resultado en la novela epistolar.

Finalmente, se pretende detallar las características de la novela epistolar para poder entender mejor algunas de las cartas que se presentan en la obra de Cadalso.

Breve historia de la carta

Publicado en 1789. A través de noventa cartas, la obra de Cadalso nos cuenta la historia de Ben-Beley, un marroquí que, de expedición por Europa, decide detenerse en España. Una vez en la península, decide narrar sus aventuras, las cuales, no siendo reseñables, le sirven para configurar un esquema de lo español.

Algunas veces maravillado, otras preocupado y en ocasiones desconcertado, escribe una serie de cartas que son recibidas por su remitente en Marruecos: Ben-Beley. Éste fue protector del joven Gazel, quien, además, cuenta con otro protector en España: Nuño.

La figura de Nuño es la encargada de guiar a Gazel entre los entresijos de la cultura española, es la que explica, guía e instruye al marroquí. Figura erudita, ampliamente conocedora de la historia de España, es Nuño el personaje que sirve a Gazel –y al autor– para explicar todo aquello que él, inmigrante, al fin y al cabo, desconoce.

Por tanto, en determinadas cartas encontramos transcripciones de obras de Nuño que Gazel añade a las cartas que envía a Ben-Beley. Además, Ben-Beley y Nuño también mantienen una relación de correspondencia, formando así el triángulo epistolar que sirve de hilo conductor para el desarrollo de la historia.

Dicha historia no va más lejos que aquello que Gazel puede observar y entender. Él es el personaje que observa y compara no sólo las tradiciones de ambos países, sino también el comportamiento de sus habitantes, la educación, la historia –historia cuasi común, pues se hace referencia en muchas ocasiones a la conquista musulmana de la península ibérica y a la posterior reconquista católica–.

En cuanto a temas, se puede observar varios, tales como: la añoranza del pasado, la decadencia de España, una crítica a la educación de los jóvenes, el estancamiento de las ciencias o, por ejemplo, el choque cultural – cosa que quizá sintió el propio Cadalso en alguno de sus numerosos viajes–.

Debemos empezar planteándonos desde hace cuánto se hace uso de las cartas como medio de comunicación; según Kurt Spang:

“Se conservan antologías epistolares ya de autores latinos como Cicerón, Ovidio o Horacio (Ad Atticum, Epistula ad Pisones, Epistula ex Ponto […]). Adquieren particular fama las cartas bíblicas de San Pedro, de San Juan y sobre todo del apóstol San Pablo. Su finalidad es naturalmente informativa, pero ante todo didáctica, apostólica en el sentido etimológico de la palabra.”

Esto nos sitúa en torno al siglo I a.C. Ya que Horacio nació en el 65 y a. C. y murió en el 8 a. C.  Sólo con esto se puede hacer una idea de la antigüedad de la correspondencia. Aunque no se podría negar que sus inicios fueran muchos más anteriores.

Por ejemplo, Castillo sitúa lo orígenes de la carta junto con el origen de la escritura. Concretamente nos dice:

“Vaya por delante que el origen de la carta es tan antiguo como el de la propia escritura, pues bastó para ello con que hubiera una voluntad de comunicación entre personas. Según ha recordado Armando Petrucci, durante los últimos 5.000 años en las sociedades organizadas del mundo mediterráneo y de la Europa occidental siempre ha existido una mayor o menor necesidad de correspondencia escrita. No extraña por ello que en la documentación recuperada en el barrio asirio de Kanesh (Kültepe, Anatolia Central), procedente de las casas de unos comerciantes y fechada a comienzos del II milenio (c. 1920-1840 a. n. e.), se encontraran numerosas cartas, anteriores por tanto a la formalización que griegos y bizantinos hicieron del género con el De elocutione de Demetrio y los formularios de pseudo-Demetrio y pseudo-Libanio.”

La tradición de la carta amorosa ya había sido tratada por Ovidio en su Arts Amatoria, en esta obra aconseja el uso de cartas para cualquier lance amoroso. Desde principios del XII se encontraban tratados para dictar cartas que seguían los principios de la retórica antigua (salutatio, es decir, el saludo, con los nombres de emisor y receptor; exordium, es decir, transición para mover el ánimo del receptor; narratio, exposición de hechos o de los sentimientos del epistológrafo; petitio, o sea, petición de algo; y conclusio o cierre del dictado) (Ibid.).

Entrando en terrenos de la Edad Media, podemos observar cómo según Castillo :

“Es evidente que en los siglos finales de la Edad Media se gestó un salto importante en su difusión como práctica de comunicación social. Entonces comenzaron a ser más habituales e intensos tanto los intercambios epistolares de carácter diplomático como los que se produjeron entre gentes de distinta condición, sobre todo entre los miembros de las aristocracias urbanas y los mercaderes más ambiciosos, según testimonia, para éstos, el amplio acervo del comerciante toscano Francesco Datini, en cuyo archivo pratese se custodian ingentes cartapacios tanto de su correspondencia mercantil como privada, en particular con su mujer Margherita. En lo que atañe al ámbito hispano, del mismo período es, por ejemplo, un apreciable conjunto de cartas de mujeres del patriciado barcelonés escritas en los siglos XIV y XV; o, a comienzos de esta última centuria, el epistolario de Fernando I de Antequera con la reina Leonor y los infantes de Aragón.”

Referente a el discurso epistolar nos dice Ana Rueda:

“El discurso es una de las formas de comunicación más perdurables y complejas, que sale a la superficie o se sumerge según el clima discursivo de la época y sus prácticas escriturales. En prosa o en verso, la carta ha sido medio satírico, político y pedagógico. […] La flexibilidad del género ha permitido que se amolde a la correspondencia amorosa, a la relación periodística, el registro de viajes, al ensayo, a la literatura utópica.”

También nombra alguna de las vertientes anteriores del género epistolar tales como: “la tradición de la carta amorosa; la máscara de un yo autobiográfico; las cartas intercaladas; la veta satírica de la carta; la carta viajera y la carta didáctica” (Ibid.) Posteriormente, se irán desglosando algunos de estos temas en su correspondiente apartado

En cuanto a lo epistolar como género literario, dice el propio Spang que “la comunicación escrita entre un remitente y un destinatario espacial y temporalmente distanciados es la forma básica del género”.

Continúa diciendo: “En el Renacimiento surge una modalidad nueva, unas cartas en forma de diálogos ficticios con personajes reales ya fallecidos o figuras mitológicas”. Se dice también que uno de los máximos representantes lo podemos encontrar en la figura de Petrarca; también podemos encontrar ejemplos entre las cartas que intercambiaron Lutero y Erasmo. La de Garcilaso a Boscán es un claro ejemplo de esto:

Señor Boscán, quien tanto gusto tiene

de daros cuenta de los pensamientos,

hasta las cosas que no tienen nombre,

no le podrá faltar con vos materia,

ni será menester buscar estilo

presto, distinto d’ornamento puro

tal cual a culta epístola conviene.

Entre muy grandes bienes que consigo

el amistad perfeta nos concede

es aqueste descuido suelto y puro,

lejos de la curiosa pesadumbre;

y así, d’aquesta libertad gozando,

digo que vine, cuanto a lo primero,

tan sano como aquel que en doce días

lo que sólo veréis ha caminado

cuando el fin de la carta os lo mostrare.

Alargo y suelto a su placer la rienda,

mucho más que al caballo, al pensamiento,

y llévame a las veces por camino

tan dulce y agradable que me hace

olvidar el trabajo del pasado;

otras me lleva por tan duros pasos

que con la fuerza del afán presente

también de los pasados se me olvida;

a veces sigo un agradable medio

honesto y reposado, en que’l discurso

del gusto y del ingenio se ejercita.

Iba pensando y discurriendo un día

a cuántos bienes alargó la mano

el que del amistad mostró el camino,

y luego vos, del amistad enjemplo,

os me ofrecéis en estos pensamientos,

y con vos a lo menos me acontece

una gran cosa, al parecer estraña,

y porque lo sepáis en pocos versos,

es que, considerando los provechos,

las honras y los gustos que me vienen

desta vuestra amistad, que en tanto tengo,

ninguna cosa en mayor precio estimo

ni me hace gustar del dulce estado

tanto como el amor de parte mía.

Éste comigo tiene tanta fuerza

que, sabiendo muy bien las otras partes

del amistad y la estrecheza nuestra

con solo aquéste el alma se enternece;

y sé que otramente me aprovecha

el deleite, que suele ser pospuesto

a las útiles cosas y a las graves.

Llévame a escudriñar la causa desto

ver contino tan recio en mí el efeto,

y hallo que’l provecho, el ornamento,

el gusto y el placer que se me sigue

del vínculo d’amor, que nuestro genio

enredó sobre nuestros corazones,

son cosas que de mí no salen fuera,

y en mí el provecho solo se convierte.

Mas el amor, de donde por ventura

nacen todas las cosas, si hay alguna,

que a vuestra utilidad y gusto miren,

es gran razón que ya en mayor estima

tenido sea de mí que todo el resto,

cuanto más generosa y alta parte

es el hacer el bien que el recebille;

así que amando me deleito, y hallo

que no es locura este deleite mio.

¡Oh cuán corrido estoy y arrepentido

de haberos alabado el tratamiento

del camino de Francia y las posadas!

Corrido de que ya por mentiroso

con razón me ternéis; arrepentido

de haber perdido tiempo en alabaros

cosa tan digna ya de vituperio,

donde no hallaréis sino mentiras,

vinos acedos, camareras feas,

varletes codiciosos, malas postas,

gran paga, poco argén, largo camino;

llegar al fin a Nápoles, no habiendo

dejado allá enterrado algún tesoro,

salvo si no decís que’s enterrado

lo que nunca se halla ni se tiene.

A mi señor Durall estrechamente

abrazá de mi parte, si pudierdes.

Doce del mes d’otubre, de la tierra

do nació el claro fuego del Petrarca

y donde están del fuego las cenizas.

En el caso anterior, vemos que la epístola se encuentra versificada, no obstante, nos dice Spang que eso no la desvirtúa (Ibid.)

También encontramos un ejemplo en el poema de Quevedo Carta de Escarramán a la Méndez:

Ya está guardado en la trena

Tu querido Escarramán,

Que unos alfileres vivos

Me prendieron sin pensar.

Andaba a caza de gangas,

Y grillos vine a cazar,

Que en mí cantan como en haza

Las noches de por San Juan.

Para batidor del agua

Dicen que me llevarán,

Y a ser de tanta sardina

Sacudidor y batán.

Si tienes honra, la Méndez,

Si me tienes voluntad,

Forzosa ocasión es ésta

En que lo puedes mostrar.

Contribúyeme con algo,

Pues es mi necesidad

Tal, que tomo del verdugo

Los jubones que me da;

Que tiempo vendrá, la Méndez,

Que alegre te alabarás

Que a Escarramán por tu causa

Le añudaron el tragar.

A la Pava del cercado,

A la Chirinos, Guzmán,

A la Zolla y a la Rocha,

A la Luisa y la Cerdán,

A Mama, y a Taita el viejo,

Que en la guarda vuestra están,

Y a toda la gurullada

Mis encomiendas darás.

Fecha en Sevilla, a los ciento

De este mes que corre ya,

El menor de tus Rufianes

Y el mayor de los de acá

Referente a esto, nos dice A. Castillo: “a partir del siglo XVI, se intensificó su función comunicativa debido a la concurrencia, al menos, de los siguientes factores: extensión social del alfabetismo, importancia creciente de la escritura en todos los ámbitos de la vida, situaciones propiciatorias de los intercambios epistolares (guerras, emigración a América y cárceles, sobre todo) y desarrollo del correo.” Es decir, el XVI fue el siglo que supuso el auge de la correspondencia que, como bien dice Castillo, encontró, lógicamente, en la alfabetización de la sociedad española un camino ascendente.

Ahora bien, si las epístolas quieren literaturizarse, para pasar a formar un subgénero de la novela, debe tomar elementos presentes en la novela; eso es lo que nos dice Spang :

“La novela epistolar debe tener inevitablemente las invariantes de la novela y para convertirla en subgénero narrativo deberán añadirse variantes suplementarias de orden temático y formal que la particularizan. La novela epistolar pertenece a un grupo de subgéneros limítrofes con características en parte idénticas o muy parecidas que pueden subsumirse bajo el concepto de «escritura autobiográfica», es decir, son aquellas narraciones en las que el narrador es a la vez figura participante en la historia, por tanto, sujeto y objeto de la narración; así ocurre, por ejemplo, en la autobiografía, en las memorias, el diario, etc. “

De hecho, según Rueda, “la primera novela en prosa, compuesta enteramente por cartas es Processo de cartas de amores (1548) de Juan de Segura”. Este, según dice, debió inspirarse en la obra de Giovanni Tagliente Opera amorosa (1538). También toma como referencia, siempre según Rueda, a Diego de San Pedro y su obra Cárcel de amor de 1492. Todo esto hace referencia a los que Rueda llama La tradición de la carta amorosa, apartado mencionado anteriormente en este mismo trabajo.

También en el XVI se da la irrupción de las cartas en novelas pastoriles como en la Diana de Montemayor, la Galatea de Cervantes o la Arcadia de Lope de Vega. Tendencia que siguió en el XVII en obra como La guarduña de Sevilla, de Solórzano o en Don Diego de noche de Salas Barbadillo. Esto es lo que se refiere Rueda cuando se menciona las Cartas intercaladas.

También menciona el intercambio de cartas que tiene lugar en el capítulo L de la segunda parte del Quijote entres Sancho, Teresa y la Duquesa. A continuación, un ejemplo de dicho intercambio, donde la Duquesa cuenta a la mujer de Sancho el destino de su marido:

Amiga Teresa: Las buenas partes de la bondad y del ingenio de vuestro marido Sancho me movieron y obligaron a pedir a mi marido el Duque le diese un gobierno de una ínsula, de muchas que tiene. Tengo noticia que gobierna como un girifalte, de lo que yo estoy muy contenta, y el Duque mi señor, por el consiguiente; por lo que doy muchas gracias al cielo de no haberme engañado en haberle escogido para el tal gobierno; porque quiero que sepa la señora Teresa que con dificultad se halla un buen gobernador en el mundo, y tal me haga a mí Dios como Sancho gobierna.

«Ahí le envío, querida mía, una sarta de corales con extremos de oro: yo me holgara que fuera de perlas orientales; pero quien te da el hueso, no te querría ver muerta: tiempo vendrá en que nos conozcamos y nos comuniquemos, y Dios sabe lo que será. Encomiéndeme a Sanchica su hija, y dígale de mi parte que se apareje, que la tengo de casar altamente cuando menos lo piense.

«Dícenme que en ese lugar hay bellotas gordas: envíeme hasta dos docenas; que las estimaré en mucho, por ser de su mano, y escríbame largo, avisándome de su salud y de su bienestar; y si hubiere menester alguna cosa, no tiene que hacer más que boquear; que su boca será medida, y Dios me la guarde. Deste lugar.

«Su amiga, que bien la quiere

La Duquesa.»

Quevedo debe su primer éxito a una novela epistolar satírica: Epístolas del caballero de la Tenaza (1627). Esta novela sirvió de inspiración también para los escritores del XVIII, quienes las hacían servir para criticar su entorno, tal como hizo el propio Cadalso en sus Cartas Marruecas. No obstante, esta técnica ya había sido utilizada por autores como el anteriormente mencionado Horacio. Rueda llama a esto la veta satírica de la carta (Ibid.).

Este auge de la correspondencia que se ve reflejado en la incursión de las cartas en las obras en prosa se debió a la “revolución educativa” que tuvo lugar en Europa en este siglo “provocada por un aumento de la demanda de educación formal, por razones sociales y económicas, y de la oferta, por razones religioso-proselitistas ligadas a la Reforma protestante y a la Contrarreforma católica”. No obstante, dicha reforma no fue llevada a cabo en todas las áreas, sino en aquellas más abiertas y con mayor intensidad de comercio y a la producción y circulación de la cultura escrita.

Apoyamos la tesis anteriormente mencionada de la relación entre alfabetismo y epístola en la siguiente afirmación de Castillo:

“El desarrollo de la correspondencia oficial y privada a partir del Quinientos se apoyó, pues, en el ascenso pausado pero sostenido del alfabetismo, favorecido a su vez por la ampliación y diversificación de las escuelas al igual que por el mayor aprecio de la instrucción como forma de promoción social. Debido a esto y, todavía más, a las dimensiones alcanzadas por la mentalidad alfabética en la sociedad de la temprana Edad Moderna, un número cada vez mayor de personas sintieron la llamada de la carta como instrumento de comunicación cuando concurrieron situaciones de ausencia física tales como la guerra, la emigración, la cárcel o la vida monástica. Así, un dato destacable es la extensión social de los autores y autoras de cartas, incluso a pesar de que la gente común no estuviera realmente contemplada en el imaginario social de los tratados epistolares áureos, dirigidos sobre todo a los profesionales de la pluma y a la sociedad de Corte.”

De Tapia (1988) nos ofrece una tabla altamente ejemplificadora del nivel de la alfabetización de la población cristiana en la Ávila del siglo XVIII

También sirve de ejemplo el siguiente cuadro en el que se diferencia la tasa de alfabetización dependiendo de las ocupaciones y oficios:

Se puede notar cómo, evidentemente, los oficios manuales tienen un nivel de alfabetización más bajo que el resto de ocupaciones. Mientras que el artesanado, tiene una tasa de analfabetización del 49%, el apartado de servicio posee un 20% de analfabetizados; cosa, por otro lado, esperable.

Un caso destacable, y no por la positividad del asunto, es el de las mujeres. Pese a la escasez de sujetos analizados en cuanto al género femenino, se puede observar que siguen la tendencia anteriormente mencionada; asimismo, vemos que el porcentaje de alfabetizadas en mucho menor que en el caso de los hombres: en el apartado de artesanado, vemos que existe un 95% de analfabetas, mientras del lado de los servicios, un 57% no sabía escribir.

Tampoco se encuentran grandes sorpresas al observar los servicios más alfabetizados: el de la burocracia, el eclesiástico y el sanitario; con tasas que superan el 80%. (Ibid.)

Por lo tanto, podemos deducir que el uso y escritura de cartas seguía siendo escaso entre los artesanos, pero cada vez más frecuente en las profesiones que requerían una instrucción intelectual para llevarse a cabo.

Hablando de Cartas no podemos dejar de hablar del Correo, Castillo nos dice:

Si el alfabetismo y el ascenso de la razón gráfica fueron condiciones necesarias para el florecimiento de la escritura en el ámbito privado, para el caso concreto de la producción epistolar debemos igualmente considerar los avances en la organización del correo y en la red de postas. Un primer hito lo constituyó la concesión del monopolio del correo entre España, Francia, Alemania y Países Bajos a Francisco de Tassis, nombrado Correo Mayor de Castilla en 1505, mediante cédula real firmada por Felipe el Hermoso en Bruselas el día 18 de enero. Después vino la reglamentación del envío de la correspondencia a los dominios americanos en 1509 así como la creación de los cargos de Correo Mayor de Indias en 1514, adjudicado perpetuamente a Lorenzo Galíndez de Carvajal y a sus sucesores hasta 1778, y de Correo Mayor de Nueva España en 1580, por lo que al término del siglo xvi el sistema postal de la Monarquía hispana abarcaba ya una parte considerable del Imperio. Dichos correos atendieron fundamentalmente los requerimientos oficiales pero también fueron usados por los particulares, como se constata, por ejemplo, en la correspondencia del comerciante Simón Ruiz. Respecto del avance en la red de postas, qué mejor indicio que la publicación de los Repertorios de caminos, de Pedro Juan de Villuga (1546) y de Alonso Meneses (1576)

En cuanto al siglo XVIII, el que nos atañe, a mediados de siglo (entre 1750 y 1759), disponemos de los resultados de cinco encuestas realizadas en Santander (331 casos), Burgos (1.323), Madrid (1.007), Ciudad Real (566) y Murcia (1.657), o sea 4.884 firmas. El resultado global, en tasas corregidas es el siguiente:

  • Nivel A 15,07% (firma bien) o sea un 34,2% de alfabetizados
  • Nivel B 19,15% (firma)
  • Nivel C (firma mal) 9,79% de semianalfabetos
  • Nivel D (no sabe firmar) 55,97% de analfabetos completos

 

Si tenemos en cuenta el cuadro anterior, se percibe un ligero descenso entre los alfabetizados del XVIII respecto con los del XVI. Soubeyroux nos dice que eso puede deberse a las técnicas usadas para el estudio de la alfabetización, pues se trata de técnicas no del todo fiable. Personalmente, creo que puede deberse a un aumento de la población, sobre todo en áreas rurales.

No obstante, según Camarero (1996) desde el gobierno de Carlos IIII se llevaron a cabo medidas destinadas a mejoras la sociedad, véase por ejemplo las mejoras en industria, comercio o la creación de nuevos oficios. Su orientación pedagógica de su política incluyó:

  •  Aulas de enseñanza (donde se siguieron propuestas de reforma educativa de Gregorio Mayáns, Pablo de Olavide, Jovellanos, etc.)
  •  El desarrollo del periodismo (llegaron a darse más de 70 publicaciones periódicas distintas durante el reinado del Carlos III).
  •  La transformación de las tertulias en academias de estudio e investigación y en sociedades dedicadas al fomento de la economía y, en particular, a la formación profesional de los agricultores. Asimismo, se formaron Reales Academias y Sociedades Económicas de Amigos.
  •  El nuevo sentido que cobra el teatro como instrumento cultural de transformación de las costumbres.

 

En cuanto a lo que al Correo se refiere, nos cuenta Castillo:

“Mayores aún fueron los cambios que acontecieron en el siglo XVIII al socaire del proyecto borbónico de reforma y centralización administrativas. Así, en noviembre de 1706, en plena Guerra de Sucesión, se puso término al monopolio de la familia Tassis y el Correo se convirtió en renta real, cedida en usufructo a Diego de Murga y a Juan de Goyeneche, quien poco después, en 1716, fue nombrado primer superintendente general de Correos y Estafetas de España, a la vez que se creó el sello de tinta con escudo real para la correspondencia oficial y se aprobó un decreto de tarifas postales. En las décadas siguientes se completó la regulación de dicho servicio a través del Reglamento de 1720, las Ordenanzas de 1743 y, acabando la centuria, la Ordenanza general de correos, postas y demás ramos agregados a la Superintendencia General (1794). Fue promulgada por Carlos IV, valiéndose de «todo lo conveniente» que había en las disposiciones anteriores, especialmente en el texto de 1743, y «prescribiendo nuevas reglas en todo lo necesario y conveniente para evitar los perjuicios que la experiencia había descubierto.”

[]También se menciona el papel de la literatura como transformadora de la sociedad, pues, dice Camarero: “la literatura se entiende como un medio de expresión, los literatos de la época no pretenderán innovar los géneros literarios, sino servirse de ellos para transformar la sociedad”. Entre los autores destacados, tenemos a Diego de Torres Villarroel con obras como La Barca de Aqueronte o Vida, Leonardo Moratín con su fórmula de comedia neoclásica y José Cadalso con su Cartas Marruecas, publicadas en el Correo de Madrid o de los ciegos. Asimismo, también tenemos autores como Feijóo o Jovellanos.

En palabras del propio Feijóo:

“El escribir con acierto es parte muy esencial de la Urbanidad, y materia capaz de innumerables preceptos; pero pueden suplirse todos con la copia de buenos ejemplares. Así el que quisiere instruirse bien en ella, lea y relea con reflexión las cartas de varios discretos españoles, que poco ha dio a luz pública el sabio y laborioso valenciano don Gregorio Mayans y Siscar, bibliotecario de Su Majestad y Catedrático del Código de Justiniano, en el Reino de Valencia. Esto para las cartas en nuestro idioma. Para las latinas, los que desearen una perfecta enseñanza la hallarán en las del doctísimo deán de Alicante D. Manuel Martí, que acaba de publicar en dos tomos de octavo el citado D. Gregorio Mayans; y en las del mismo Mayans, publicadas en un tomo de cuarto el año de 1732. Y cierto, considero importantísimo el uso de los tres libros expresados, porque es lastimoso el estado en que se halla la latinidad en España, especialmente en orden al estilo familiar y epistolar” 

El siglo XVIII también “es tal vez el período de máximo florecimiento de la correspondencia epistolar de toda índole, tanto en su versión informativa como en la ficticia comenzando a reunirse las cartas también en forma de antologías formando correspondencias más o menos regulares que pueden considerarse los precursores de los periódicos actuales”. 

De la carta a la novela epistolar

Ahora bien, ¿a qué puede deberse esto? La respuesta nos la da Domínguez (1989, p. 47), quien nos dice: “Tras la instauración en España de una dinastía francesa en la persona de Felipe V, nieto de Luis XIV, la severa corte española quiso ser reflejo de los modos y maneras del país galo. Los escritores no se libraron de este influjo y se aprestaron a rendir pleitesía al modelo francés”. Por tanto, según Domínguez, no se trata sino de una francofilia lo que provoca la irrupción de la novela epistolar en España.

Respecto a esto nos dice Rueda: “El clima en España, como en el resto de Europa fue especialmente favorable, por asociarse de un modo ameno y sin jactancia a la literatura didáctica u crítica, dos materias primas de la Ilustración”

Además, según continúa diciendo Domínguez, es común pensar que las Lettres persanes de Montesquieu sirvieron de inspiración a Cadalso para escribir sus Cartas Marruecas. No en vano ya había escrito su Defensa de la nación española contra la Carta persiana LXXVIII de Montesquieu. Pero esto no es del todo cierto, pues la intención de Cadalso sería adaptarse a las corrientes literarias de su época, que se declinaban a favor de las obras con contenido crítico con la sociedad (Ibid.)

En cuanto a la relación entre Montesquieu y Cadalso, hemos de reconocer que la obra de Monstequieu antecede en casi 70 años a la de Cadalso. Otros autores tales como José Tamayo han hecho públicas las diferencias y semejanzas entre la obra de Montesquieu y Cadalso.

Respecto a esto, concluye Domínguez: “Se convengan o no en que haya deuda o en que las persas sirvieran o no de modelo para la marruecas, parece fuera de cualquier duda la existencia de una temática común, de una serie de contactos […]” (Ibid.)

Fue el también, francés Du Fresny quien en su Amusements sérieux et comiques d’un Siamois inició esta tendencia; no obstante, fue Montesquieu quien la llevó a un punto álgido. (Ibid.)

Siguiendo con el siglo XVIII, fue este el siglo en el que nació el género de novela epistolar propiamente dicho, con una alta proliferación de obras publicadas en tan sólo tres años:

“Nace, además, en este siglo el género de la novela epistolar. Se desarrolla en relación con el cultivo de la carta y la narrativa inspirada por el afán de autoanálisis y cierto «confidencialismo» y «confesionalismo» literarios tan representativos del Prerromanticismo europeo. Entre 1785 y 1788 se escriben más de cien novelas epistolares según informa C. Guillén. Destaca Samuel Richardson con tres novelas psicológicas y sentimentales en forma de cartas: Pamela, or Virtue Rewarded (1740), Clarissa (1747/48), Sir Charles Grandison (1753) en Inglaterra y J.J. Rousseau con su Nouvelle Héloise (1759), en Francia. Le sucede Choderlos de LacIos con Les liaisons dangereuses (1782) y Sénancour con Oberman (1804). No puede permanecer sin mencionar una de las muestras del género que causó en su día un impacto inusitado, Las tribulaciones del joven Werther de J.W. Goethe, publicadas en 1774.” 

A continuación, un breve ejemplo de una carta incluida dentro de Las penas del joven Werther, de Goethe:

“26 de octubre

Sí, amigo mío, cada día estoy más convencido de que la vida de una criatura vale bien poco. Ayer estuvo a ver a Carlota una amiga suya. Entré en una pieza inmediata y cogí un libro para distraerme; pero no tenía la cabeza bastante despejada para fijarme en la lectura. Tomé la pluma para escribir. Oí que hablaban en voz baja. Charlaron de cosas indiferentes, de las novedades que ocurrían en el pueblo, de que tal persona se había caso y tal otra se encontraba enferma, muy enferma […].

27 de octubre

Es cosa de rasgarse el pecho y abrirse la cabeza al considerar lo poco que valemos los unos para otros. ¡Ay de mí! Nadie me dará el amor, la alegría, el goce de las felicidades que yo no siento dentro de mí. Y aunque yo tuviera el alma llena de las más dulces sensaciones, no sabría hacer dichoso a quien en la suya careciese de todo.”

Vemos que el autor respeta inclusive el lenguaje casi oral del discurso; tal como diría Spang: “El carácter diferido, por un lado; y la afinidad al diálogo oral, por otro, traen consigo que en el lenguaje epistolar se mezclen elementos de oralidad con otros de literalidad”. Asimismo, la inclusión de un remitente en el vocativo dota de veracidad y verosimilitud a la obra. También vemos como, al igual que en Cartas Marruecas, el personaje escribe sus cartas casi con independencia la una de la otra; no obstante, se puede apreciar una lógica conexión que entre las cartas que son escritas en días sucesivos que las que están más distanciadas en el tiempo.

De la misma manera, se puede observar una relación entre lo que el emisor vive y lo que el emisor escribe, rasgo común en las cartas. Rueda apoya esta teoría, pues dice: “la carta es un género profundamente permeado por la circunstancia en que se escribe, la ocasión que la induce, la persona o personas a quienes se dirige” 

Rueda nos ofrece más ejemplos de autores que se sumaron a las novelas epistolares: Rousseau, Diderot, el previamente mencionado Montesquieu, Goldsmith, Sade, etc. No pueden dejar de mencionarse escritoras como Sophia Lee, Marie-Jeanne Riccoboni, Adèle Marie Souza, George Sand entre otras 

Entre las novelas epistolares españolas escritas entre 1789 y 1849 podemos encontrar al menos diecinueve: Cartas marruecas (1793), de Cadalso; Cartas de Eugenio, Gerardo y Leandro (1797), anónima; El Evangelio de triunfo (1797-1798), de Pablo de Olavide; La Leandra (1797-1807) de Antonio Valladares de Sotomayor; La Serafina (1789), de José Mor de Fuentes; Cornelia Bororquia ó la victima de la Inquisición (1799), de Luis Gutiérrez; Efectos del amor propio (c. 1810) de Miguel Álvarez de Sotomayor y Abarca; La Amalia ó carta de un amigo residente en Aranjuez… residente en Toledo (1811-1812), de Ramón Tamayo y Calvillo; Cartas de la Reina Witina à su hermana Fernandina (1822), anónima; Voyleano ó la exaltación de las pasiones (1827), de Estanislao Cosca Vayo; El secreto revelado en cartas confidenciales (1827), de D.R.S.B.; La seducción y la virtud ó Rodrigo y Paulina (1829), anónima; Irene y Clara ó la madre imperiosa (1830), de Vicente Slavá y Pérez; Las españolas naufragas (1831), de Segunda Martínez de Robles; Adelaida ó el misterio (1832), de D. C. M.; Teresa ó las víctimas de la codicia (1835), de Ibo de la Cortina y Roperto; Manolín el asesino, o sea un correo interceptado (1835), anónimo; El senador megicano o carta de Lermín a Tlaucolde (1836), de María de las Nieves Robledo; El amor en el claustro ó Eduardo y Adelaida (1838), de Vicente Boix, entre otras que no llegaron a publicarse por negárseles la licencia de impresión.

Características de la novela epistolar y comparación con las Cartas marruecas

En el XVIII también se toma como referencia otra de las vertientes anteriormente mencionadas por Rueda: la máscara de un yo autobiográfico. Dicha vertiente tiene su inicio en obras como el Lazarillo pues se trata de “una ficción que se enmascara tras un yo que se presenta como verdadero y, que, por tanto, ofrece la ficción como historia, siembra actitudes y expectativas de lectura que se aprovechan en la literatura epistolar del XVIII.” Fruto de esta inspiración, tenemos obras tales como El Evangelio en triunfo, de Olavide; La Leandra y Teodora, heroína de Aragón

Aparte de estos elementos autobiográficos, encontramos otros tales como uno o varios narradores que a la vez son figuras participantes; asimismo, también podemos observar que, lógicamente, la comunicación se da mediante cartas, es decir, pueden aparecer otras voces. 

Referente a la comunicación dice el propio Spang (Ibid):

“¿Cuál es, pues, la forma particular de comunicación y su realización en la novela epistolar? Toda comunicación escrita, por tanto, también la literaria y con más fundamento todavía la epistolar es, en términos de la retórica antigua, un sermo absentis ad absentem, es decir, una comunicación diferida tanto en el tiempo como en el espacio. El emisor/autor escribe en un lugar y momento distintos de aquellos en los que se realizará la recepción/lectura. Ahora bien, en la novela epistolar el carácter diferido se manifiesta en un doble nivel, es decir, por un lado en el normal de toda comunicación literaria, y por otro, en el nivel originado por el distanciamiento espacio-temporal ficticio entre el remitente y el destinatario de las cartas dentro del marco de la novela epistolar. A este respecto hay que añadir que si el primer distanciamiento genera la imposibilidad de invertir los vectores comunicativos, el segundo no impide la inversión de los papeles de emisor y receptor y hasta invita a ella. […] No hace falta un ‘doble pacto epistolar» para que funcione la comunicación epistolar ficticia, no olvidemos que la novela epistolar requiere la misma colaboración y concreación que cualquier otra novela.”

Añade que si bien no todas las novelas epistolares se basan en la dicotomía remitente-destinatario, esta es la estructura básica de este tipo de comunicación, pues es similar al diálogo oral, aunque falten respuestas (Ibid). Esto da pie a la posibilidad de una diferenciación de novelas epistolares según el número de personas incluidas en las mismas: Spang llama polilógicos el diálogo en el que intervienen dos o más receptores, añade también que lo normal es que se dé un intercambio entre ellos. Añade: “El tipo polilógico es una versión muy arraigada del subgénero y acaso la forma más «natural» de la novela epistolar, porque en cualquier comunicación y más justificadamente en la polilógica y epistolar se pretende suscitar una reacción en el interlocutor que suele ser como mínimo la de una respuesta en forma de otra carta.” 

También nos muestra otro tipo: la comunicación monológica, es decir en la que se sólo se nos muestran las cartas de un solo remitente, las cuales “permanecen sin respuesta explícita. Sin embargo, frecuentemente es posible deducir entre líneas la contestación y la reacción del destinatario o por alusión en la carta siguiente del mismo remitente” 

Otra diferenciación según el tipo de comunicación es la de la comunicación epistolar mixta donde “además del o de los redactores de las cartas se introduce otra voz y otro registro que pueden ser la de un narrador o la de un autor textual, por así decir, como voz extraepistolar. En la inmensa mayoría de los casos es una instancia narrativa organizativa que justifica la publicación de las cartas, explica las circunstancias de su elaboración, su autor y su finalidad; hasta puede añadir comentarios acerca de su contenido.

Rueda también hace esta diferenciación según el número de interlocutores en las novelas epistolares, diferencia entre cartas entre dos amigos, como por ejemplo: La Serafina; Efectos del amor propio; o Irene y Clara, ó la madre imperiosa. Asimismo, también añade las cartas entre dos amigas: La Leandra, novela original que comprende muchas; o Las españolas naufragas o correspondencia entre dos amigas. 

También diferencia entre cartas entre varios, entre las que incluye: Adelaida ó el misterio; Teresa o las víctimas de la codicia; o Cartas marruecas —obra central de este trabajo—

Por último, también diferencia las cartas intercaladas, es decir, obras en las que se introducen las cartas con diferentes tipos de camuflajes, o sea, que pueden aparecer destacadas en el texto, con fecha, encabezamiento y firma; o bien incorporadas en la narración, marcándose el texto epistolar con comilla al comienzo de cada reglón y a veces sin marcar. 

En cuanto al tiempo, dice Spang que las novelas epistolares se caracterizan por la discontinuidad fruto de los “lapsos temporales entre las diversas misivas”. Es decir, podemos encontrar un intervalo de tiempo considerable entre las diversas cartas. Dice el mismo Spang: “el buen novelista epistolar inserta los huecos o silencios, que en cierta medida son elocuentes, de forma que se susciten en el receptor necesidades de completar y llenar idóneamente las lagunas.” Asimismo, el autor puede jugar con el tiempo narrativo mediante el uso de alepsis, prolepsis y condensación. 

Referente a esto también nos dice Spang (Ibid.):

“Uno de los aspectos temporales más palpables de la comunicación epistolar —aunque no se produzca con regularidad— es la concreción del paso del tiempo a través de la indicación de fechas concretas encabezando cada carta. De este modo no solo se puede medir la duración de la historia evocada a través de las cartas, sino también contemplar la frecuencia de las cartas y la extensión de los silencios.”

También podría darse una distinción entre tiempo primario y secundario: es decir, el tiempo narrado en las cartas y el secundario que incluiría a este primero “más los huecos producidos entre carta y carta” 

En cuanto al espacio, también es un espacio poco fragmentado “debido a la brevedad de las misivas y los saltos temporales y espaciales debidos a la espaciada redacción y también irregular envío de las cartas. La predominante brevedad de las cartas contribuye a que la evocación de tiempo y espacio sea alusiva y borrosa”. 

Continúa diciendo:

“La plasmación del espacio en la novela epistolar no posee la misma importancia que la del tiempo, dado que en la gran mayoría de los casos el subgénero refleja conflictos internos, pasiones, estados anímicos, el verdadero espacio de la novela epistolar es el alma humana, la sensibilidad y las emociones; las realidades materiales y palpables ocupan un rango secundario aunque son imprescindibles para la plasmación del conflicto.” 

Deben diferenciarse dos tipos de espacios principalmente el espacio donde se escribe la carta y el espacio donde se recibe. Asimismo, se hace referencia a un tercer espacio: el espacio que se cuenta en las cartas, éste suele mencionarse al principio de cada carta, pero también puede darse dentro de la misma narración. 

Comparación

Cartas Marruecas de José Cadalso empezó a publicarse, como se ha dicho antes, en el Correo de Madrid, siete años después de la muerte del autor, es decir, en 1789. En 1793 fue presentado al público en forma de libro. 

Ahora bien, ahora intentaremos comparar la obra de Cadalso con las características de la novela epistolar que hemos ido viendo. Por tanto, lo dividiremos en dos puntos: según el tipo de comunicación y según las unidades de tiempo y espacio.

Según el tipo de comunicación, podemos decir que se trata de una comunicación polilógica, pues en la obra se puede observar hasta tres receptores: Gazel, Nuno y Ben-Beley. A continuación, tres cartas ejemplificadoras del intercambio que se da en Cartas marruecas, aquí, se puede el intercambio de cartas entre los tres; es decir, se forma un triángulo epistolar, donde Nuño se cartea con Ben-Beley, Ben Beley con Gazel y Gazel con Nuño:

Carta XVII

De Ben-Beley a Gazel

De todas tus cartas recibidas hasta ahora, infiero que me pasaría en lo bullicioso y lucido de Europa lo mismo que experimento en el retiro de África, árida e insociable, como tú la llamas desde que te acostumbras a las delicias de Europa.

Nos fastidia con el tiempo el trato de una mujer que nos encantó a primera vista; nos cansa un juego que aprendimos con ansia; nos molesta una música que al principio nos arrebató; nos empalaga un plato que nos deleitó la primera vez; la corte que al primer día nos encantó, después nos repugna; la soledad, que nos parecía deliciosa a la primera semana, nos causa después melancolías; la virtud sola es la cosa que es más amable cuanto más la conocemos y cultivamos.

Te deseo bastante fondo de ella para alabar al Ser Supremo con rectitud de corazón; tolerar los males de la vida; no desvanecerte con los bienes; hacer bien a todos, mal a ninguno; vivir contento; esparcir alegría entre tus amigos, participar sus pesadumbres, para aliviarles el peso de ellas; y volver sabio y salvo al seno de tu familia, que te saluda muy de corazón con vivísimos deseos de abrazarte.

Carta XVII

Gazel a Ben-Beley

Hoy sí que tengo una extraña observación que comunicarte. Desde la primera vez que desembarqué en Europa, no he observado cosa que me haya sorprendido como la que voy a participar en esta carta. Todos los sucesos políticos de esta parte del mundo, por extraordinarios que sean, me parecen más fáciles de explicar que la frecuencia de pleitos entre parientes cercanos, y aun entre hijos y padres. Ni el descubrimiento de las Indias orientales y occidentales, ni la incorporación de las coronas de Castilla y Aragón, ni la formación de la República holandesa, ni la constitución mixta de la Gran Bretaña, ni la desgracia de la Casa Stuart, ni el establecimiento de la de Braganza, ni la cultura de Rusia, ni suceso alguno de esta calidad, me sorprende tanto como ver pleitear padres con hijos. ¿En qué puede fundarse un hijo para demandar en justicia contra su padre? ¿O en qué puede fundarse un padre para negar alimentos a su hijo? Es cosa que no entiendo. Se han empeñado los sabios de este país en explicarlo, y mi entendimiento en resistir a la explicación, pues se invierten todas las ideas que tengo de amor paterno y amor filial. […]

Carta XX

Ben-Beley a Nuño

Veo con sumo gusto el aprovechamiento con que Gazel va viajando por tu país y los progresos que hace su talento natural con el auxilio de tus consejos. Su entendimiento solo estaría tan lejos de serle útil sin tu dirección, que más serviría a alucinarle. A no haberte puesto la fortuna en el camino de este joven, hubiera malogrado Gazel su tiempo. ¿Qué se pudiera esperar de sus viajes? Mi Gazel hubiera aprendido, y mal, una infinidad de cosas; se llenaría la cabeza de especies sueltas, y hubiera vuelto a su patria ignorante y presumido. Pero aun así, dime, Nuño, ¿son verdaderas muchas de las noticias que me envía sobre las costumbres y usos de tus paisanos? Suspendo el juicio hasta ver tu respuesta. Algunas cosas me escribe incompatibles entre sí. Me temo que su juventud le engañe en algunas ocasiones y me represente las cosas no como son, sino cuales se le representaron. Haz que te enseñe cuantas cartas me remita, para que veas si me escribe con puntualidad lo que sucede o lo que se le figura. ¿Sabes de dónde nace esta mi confusión y esta mi eficacia en pedirte que me saques de ella, o por lo menos que impidas su aumento? Nace, cristiano amigo, nace de que sus cartas, que copio con exactitud y suelo leer con frecuencia, me representan tu nación diferente de todas en no tener carácter propio, que es el peor carácter que puede tener.

Respecto al tiempo, esto no se aprecia en la obra de Cadalso. De hecho, ni siquiera se puede apreciar datación en ninguna de las noventa cartas. Ya en la introducción de la novela nos dice Cadalso: “no hay en el original seria alguna de fechas, y me pareció trabajo que dilataría mucho la publicación de esta obra el de coordinarlas”.

En cuanto al espacio, éste es más claro. Primeramente, desde el principio sabemos que Gazel escribe desde España, desde donde se va trasladando a diferentes puntos aprendiendo y comprendiendo la cultura y las diferencias entre las regiones. También tenemos un segundo espacio, el de Ben-Beley, es decir, África.

Por último, analizaremos la tendencia crítica típica de las novelas epistolares en las Cartas marruecas: en la carta VII, por ejemplo, critica la falta de educación de los jóvenes, respecto a lo cual dice: “Llegada la hora de marchar, monté a caballo, diciéndome a mí mismo en voz baja: ¡Así se cría una juventud que pudiera ser tan útil si fuera la educación igual al talento! Y un hombre serio, que al parecer estaba de mal humor con aquel género de vida, oyéndome, me dijo con lágrimas en los ojos: -Sí, señor.”.

En la XLIX se critica la decadencia de la lengua española, de la que dice:

“¿Quién creyera que la lengua tenida universalmente por la más hermosa de todas las vivas dos siglos ha, sea hoy una de las menos apreciables? Tal es la priesa que se han dado a echarla a perder los españoles. El abuso de su flexibilidad, digámoslo así, la poca economía en figuras y frases de muchos autores del siglo pasado, y la esclavitud de los traductores de presente a sus originales, han despojado este idioma de sus naturales hermosuras, cuales eran laconismo, abundancia y energía.”

En la LV se critica el ansia de fabricar fortuna:

“-¿Para qué quiere el hombre hacer fortuna? -decía Nuño a uno que no piensa en otra cosa-. Comprendo que el pobre necesitado anhele a tener con qué comer y que el que está en mediana constitución aspire a procurarse algunas más conveniencias; pero tanto conato y desvelo para adquirir dignidades y empleos, no veo a qué conduzcan. En el estado de medianía en que me hallo, vivo con tranquilidad y sin cuidado, sin que mis operaciones sean objeto de la crítica ajena, ni motivo para remordimientos de mi propio corazón. Colocado en la altura que tú apeteces, no comeré más, ni dormiré mejor, ni tendré más amigos, ni he de libertarme de las enfermedades comunes a todos los hombres; por consiguiente, no tendría entonces más gustosa vida que tengo ahora.”

Si bien es cierto que también encuentra motivos para adular a los diferentes gobernantes españoles, como en la carta LXXIII:

“Cada día admiro más y más el número de varones grandes que se leen en genealogías de los reyes de la casa que actualmente ocupa el trono de España. El presente empezó su reinado perdonando las deudas que habían contraído provincias enteras por los años infelices, y pagando las que tenían sus antecesores para con sus vasallos […]

Su hermano y predecesor, Fernando, en su reinado pacífico confirmó a su pueblo en la idea de que el nombre de Fernando había de ser siempre de buen agüero para España.

Su otro hermano, Luis, duró poco, pero lo bastante para que se llorase mucho su muerte.”

Respecto al yo autobiográfico, se puede relacionar la figura del viajero Gazel con el joven Cadalso, pues este, según Solís (1970), estudió en países como Francia, Inglaterra, Alemania y Holanda. Asimismo, en su vida militar estuvo destinado en localizaciones de toda la península. Por tanto, no resultaría raro imaginar la multitud de notas tomadas por Cadalso que sirvieron como inspiración en sus Cartas marruecas.

Conclusión

En conclusión, a lo largo de todo el trabajo se ha mostrado, aunque de forma breve, una pequeñísima línea sobre la historia de la carta. Historia que, según las fuentes consultadas, van de la mano con el nacimiento de la escritura. Asimismo, hemos visto la relación estrecha entre la correspondencia y literatura, relación que se puede remontar a escritores clásicos como Horacio. Continuamos con la importancia de la correspondencia en la Edad Media y, sobre todo, en el Renacimiento, con sendos ejemplos de la correspondencia introducida e

22 October 2021
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