La Cruda Realidad que me Hizo Cambiar de Perspectiva
Estaba volviendo de hacer las compras en el supermercado. Ya era de noche, y por la cantidad de smog que había en las calles, tenía muchas ganas de llegar a mi casa lo más rápido posible. Se me estaba cortando la circulación de los dedos de la mano por el peso de las bolsas. Es importante comer bien para mantener las fuerzas, sino, ¿como podíamos ayudar a la gente de Calcuta? Cargando tres bolsas llenas de comida de cada brazo, se podía ver que cargaba con la típica comida de un voluntario: botellas de agua, mucho pan, arroz, frutas y dulces.
Estaba a media cuadra de llegar al hotel donde dormía. Era un hotel sencillo, pero tenía todo lo que necesitaba: una cama limpia, una cocina, un baño cómodo, y la distancia justa de Casa Madre (la casa donde vivía Madre Teresa). Por el parque verde, el hotel se convertía en un pequeño refugio para escapar de los ruidos de los autos, del olor penetrante, de la cantidad de gente que te empujaba, y también, de la cruda realidad.
A pocos metros de mi hotel, mire que habia un blanco sentado en la calle con dos indígenas. ¿Qué estará haciendo esta persona?, me preguntaba. Al acercarme, reconocí que era Dote, un viejo amigo mío. “Dote! ¿Que haces aca hermano?” – “Lucas! Estoy acá con dos amigos míos. Mira, te los presento: Raj y Andrew.” Los tres estaban sentados sobre un trapo que interrumpia el paso de la vereda. Pero por más sucio que se encontraba su trapo, sentía que representaba su hogar, por lo que pedí permiso para pisar encima, y así poder saludar. “Dote, ¿que estás haciendo acá?” Mi pregunta era por curioso, pero mi tono daba a entender que ya era tarde y que no era tan seguro. “Ah no Lucas, despreocupate. Estoy acá con dos viejos amigos míos. Hoy es un dia muy especial para ellos!” Miro a Raj y Andrew. Ambos me estaban mirando a mi tambien. Era un extraño para ellos, pero por alguna razón me miraban con mucho cariño. Raj toma la palabra: “Hoy es el cumple de mi hijo Andrew.” Raj abrazo a su hijo por detrás de los hombros. “Hoy Andrew cumple 8 años. Entonces vamos a festejar!” El pequeño Andrew parecía tener unos 6 años, estaba bien peinado, con una sonrisa blanca y alegre. Me sentía medio incomodo porque estaba interrumpiendo el cumpleaños de su hijo. Si estuviese en mi cultura, me hubiese levantado e ido. Pero acá era diferente. “Por favor quédate. Sería un honor que festejes con nosotros. Para festejar compramos una comida muy especial: un pedazo de pan y una coca cola.” Me quedé en silencio. Con mucho orgullo, el papa sacó el trozo de pan y la botella de 500 ml de coca cola, y la pusieron en el centro del piso como si fuera su tesoro.
¿Que puedo decir de esta realidad? Nada. No hay nada que pueda decir sobre ella. La realidad habla por si solo, y te genera preguntas. Al haber vivido en situaciones extremas, como Calcuta, me llevo al limite de mi propia existencia, haciendome replantear pilares que creía como una obviedad. ¿Es obvio tener una torta para tu cumpleaños? ¿Es obvio estar viviendo en una casa? ¿Es obvio tener calefacción? No voy a entrar en la cuestiones jurídicas, ni en emitir juicios de valor sobre las distintas formas de vivir. Mi foco es la propia experiencia, y tratar de compartir de cómo la realidad de Calcuta me hizo cambiar de perspectiva.
Al encontrarme sumergido en una población donde las necesidades básicas no están satisfechas, te hace replantear tu jerarquía de valores. Durante toda mi vida me enseñaron mis padres que la educación es lo más importante, y que tenía que buscar ser alguien importante para la sociedad. Lo tome como algo básico y universal. Pero al chocarme con la realidad de Andrew y Raj, note que ellos no tenían los mismos ideales. Todo lo contrario. Sus ideales eran muchos más primitivos: ¿voy a poder encontrar comida mañana? ¿Donde voy a poder encontrar refugio de la lluvia? No pensaban en quienes querían ser, no porque no querían, sino porque la realidad no les permitía.
Freud dice que la primer cosa que nos pone incomodo es la realidad. Al salir al mundo, nos vemos tironeados por los estándares de la sociedad, las exigencias de la realidad, los caprichos del inconsciente y la disciplina del super yo por alcanzar nuestros ideales. El yo, tambien llamado el jinete de nuestra conciencia, está en una constante lucha con diferentes campos. Encima de todos estos campos, cada uno va creando una visión del mundo. En base a nuestras experiencias, creamos una serie de creencias que creemos como universales. Es un proceso natural y necesario. El darle un sentido a un conjunto de hechos, es, según Komar, una necesidad de supervivencia. La realidad nos obliga a “elaborar una jerarquía para aplicarla a la realidad, y poder así organizarla desde afuera.” La jerarquía nos ayuda a clasificar como valioso o importante ciertos eventos, o utili o innecesario. Tiene la apariencia de ser una estructura estable y firme. Pero al entrar en contacto con una realidad distinta, se desequilibra.
Al conocer las necesidades no satisfechas de Andrew y Raj, tuve que renunciar a mi sistema de creencias porque no le encontraba un sentido. Me vi obligado a aceptar que existen personas que no tienen las necesidades básicas (fisiológicas, seguridad y afiliación) satisfechas. La renuncia es algo que todos experimentamos, y la sentimos como esa “incomodidad”, como algo no concuerda entre mi perspectiva y la realidad en la que estoy viviendo. Es la conciencia que nos exige adecuarnos a la realidad.
Yo trabajaba como enfermero a las afueras de la estación central de tren. Nuestro consultorio era un conteiner abandonado, escondido detrás de un camino, entre la selva. Gracias a Dios, tenemos todo lo que necesitábamos para cuidar y limpiar heridas. Pero, tampoco era lo suficiente para poder realizar una operación. Lo que a mi me agradaba de estar trabajando en este ambiente, era que podía mantener un vínculo con los pacientes, pues venían todos los días los mismos para hacerse limpiar las heridas. Un dia vino un señor rengeando. Su nombre era Ashmit. Cuando se sentó frente a mi, empeze a sentir un olor muy fuerte. Se asemejaba al olor de carne podrida. Se me era imposible disimular mi gesto de asco. Ashmit se levantó los pantalones, y me mostró su herida: tenía un agujero del tamaño de una hoja A4 en su pierna izquierda. Yo suponia que debia tener sus días, pues no largaba sangre. Como no hablo su idioma, el origen de la herida no es de mi preocupación – yo me enfocaba en reducir su sufrimiento y mejorar su calidad de vida. Pero al limpiar la herida con una bandita, note que se asomaban gusanos de su piel. Me recorrio un escalofrio por los brazos. La pierna estaba muerta. No había forma que yo la pudiese curar. Pero, que le iba a decir, ¿que se ampute la pierna? ¿cómo iba a trabajar entonces? Y si lo haría, ¿quien conseguiría plata mientras él se recuperaba? ¿Quién podría alimentar a su familia?
Aprendi que hay situaciones en las cuales el que debería tener una respuesta, no la tiene. Situaciones, donde lo importante se confunde con lo urgente. Situaciones, en donde la respuesta correcta depende solo del autor, y no de quien ayuda. Una cosa es estudiar la teoría de como proceder frente a una situación, y otra cosa es vivir la realidad. ¿Que harias primero? ¿Cortarle la pierna, o dejarsela? Ciertas realidad son más crudas, y esta en particular te deja solo una opción: renunciar a tu plan ideal de “yo haría”, y hacer silencio para tratar de entender la situación en sí.
Un dia llegue a Kalighat, la casa de los moribundos, y una monja me agarró y me ordeno: “Tu! Ve con él! Acaba de llegar y esta apunto de morir!” Yo venía de estar riéndome con mis amigos, mi mente se encontraba totalmente alejada de la realidad. Con las palabras “esta apunto de morir”, mi postura se supo alinear con la realidad. Al acercarme al señor, pude sentir que ya estaba frio el cuerpo, pero aun seguía con vida. No lo conocía y no me conocía. Pero no importaba ahora. Me miró. Lo agarre de la mano y lo mire a los ojos. “¿Quién era?” pensaba, pero en vano porque ya no podía hablar. Lo único que importaba ahora era estar con él viviendo el momento más importante de su vida. Como era de esperar, el hombre terminó muriendo.
Scheler, filósofo alemán existencialista, escribe en “Ser finito y ser eterno” que una vez que experimentamos la muerte, esta nos quita de la frivolidad metafísica. Es decir, nos saca del plano teórico y nos ubica en la realidad. Separa la opinión del hecho. Nos reordena la jerarquía de valores con cuales miramos al mundo. Nos cambia de perspectiva a una más real.
Después de esta experiencia, cambie mucho como persona humana porque sabía que existían valores más valiosos que otros. Cambie de perspectiva, mirando con más atención a los humanos porque me sentía identificados con ellos al compartir la muerte. Me hizo más sensible y alegre.
Marcus Aurelius, un emperador Romano, explicó que cuando alguien nos refutase nuestra forma de ver la realidad, debe el otro mostrarle donde cometio el error, y de ser un error, tuviésemos que cambiar de perspectiva, con alegria. La razón de ser detrás de estas palabras radica en que nosotros humanos estamos detrás de la verdad, y la verdad nunca lastimo a alguien. Lo único que nos daña, es seguir persistiendo con una perspectiva que nos lleva a la ignorancia.