La Familia, El Derecho A La Vida Humana En La Comunidad
El derecho a la vida, es la base sobre la cual se realiza la dignidad humana; por su esencia es un derecho necesario, puesto que sin vida no hay derechos, sin vida no hay persona, ni mucho menos desarrollo de la personalidad y obviamente del proyecto ético.
Paradójicamente, afirma Magdala Velásquez Toro: “el ser humano que es el único dotado de razón, de afectos y capaz de producir, tiene la capacidad para destruir a su propia especie y para arrasar vidas y posibilidades de la vida sobre el planeta”.
Este poder destructor, unido a la libertad malinterpretada como si se tratara de una licencia para hacer cualquier cosa, lleva al hombre hasta aprender a matar para satisfacer impulsos internos de egoísmo, envidia, rencor, odio, o para obedecer a presiones externas de individuos o colectividades organizadas para delinquir.
Según Declaraciones de Instituto de Medicina Legal de Bogotá y la Procuraduría Delegada para el Menor, “entre enero y octubre de 1993, 1.026 niños menores de 15 años fueron muertos en circunstancias violentas, es decir, cuatro niños muertos por días. Unos 18 niños son cortados, fracturados o quemados cada día” (El Tiempo, Junio de 1994).
En Bogotá el Instituto de Medicina Legal y la Procuraduría Delegada para el Menor informaron que entre enero y mayo de 1993, se reportó el asesinato de 609 menores de 18 años” (El Tiempo, Junio de 1994).
Este problema genera frustración, desencanto y temores, sobre todo en quienes creen en los derechos humanos, trabajan por la paz y luchan por la convivencia pacífica de la familia humana. Es por esto que se hace urgente trabajar para cambiar los desengaños por esperanzas, de mejorar las cosas con la ayuda de todos los entes socializadores y a la luz de los derechos humanos; porque suprimir la vida es derrumbar todos los derechos, es malograr todo un proyecto de realización humana. El derecho a la vida corresponde al ser humano por el solo hecho de ser concebido. Este derecho resume y abarca todos los demás por ser la máxima expresión de la persona.
Con toda razón afirma IIva Myriam Hoyos: “Todo derecho que se reconozca o conceda a la persona como tal, exige como supuesto primordial, el derecho a la vida; cualquier fallo en la garantía y reconocimiento de los demás derechos humanos, es, inevitablemente, un fallo en la protección del derecho a la vida”.
El derecho a la vida, es un derecho alienable, no se puede abandonar, ni se puede revocar, ni cambiar, ni negociar. Es al mismo tiempo un bien personal y un bien social. Desde este punto de vista no se puede aceptar la legalización de la pena de muerte, puesto que el hombre caería en una contradicción absurda, afirmando que se tiene derecho a la vida y al mismo tiempo no se tiene.
Ahora bien, la familia fundamentada en el amor, e institucionalizada para procrear es el primer ente social llamado a generar la vida humana, respetarla y protegerla para garantizar la continuación de la especie dentro de un marco de valores éticos que dignifiquen la persona.
La familia tiene en sus manos la sería responsabilidad de ser comunidad de vida, no solamente porque en ella se concibe y desarrolla la vida, sino porque también es indispensable que procure los medios para vivirla con dignidad, con auténtica calidad humana.
La calidad humana es posible si se poseen los satisfactorios básicos para el crecimiento físico a fin de tener un cuerpo saludable y robusto que pueda integrar con riqueza de ánimo y lucidez de mente todas las potencialidades de la persona que vive en él; para ello se requiere alimento suficiente, nutritivo y balanceado. Y no solo alimento material; son fundamentales, los alimentos: afectivo, espiritual e intelectual, que también deben ser balanceados, para responder a las necesidades de un ser humano que integra en sí mismo, ricas y variadas dimensiones.
Por tanto no se trata de ser comunidad de cualquier clase de vida, se trata de ser comunidad de una vida digna, que responda a la condición del ser humano. Es por esto que la pareja que se une en matrimonio, así como tiene derecho a tener hijos, también tiene el deber de tener solo los que pueda cuidar, alimentar, educar y formar según sus posibilidades y oportunidades. Ya no se trata de tener “todos los hijos que Dios quiera mandar”, ni permitir que lleguen a la vida sin ser queridos, ni deseados. La responsabilidad de tener un hijo es un compromiso serlo de vida, es un don maravilloso de Dios, del cual no se puede disponer arbitrariamente.
El hijo tiene derecho a sentir que ha llegado a la vida porque lo querían, porque lo esperaban, y poco a poco tiene derecho a ir descubriendo que la vida tiene sentido, que vale la pena porque ha sido invitado a formar parte de una familia que cree en la vida y tiene fe en el hombre.