La Mujer: Un Castigo De Los Dioses
Hubo un tiempo en que la tierra sólo era habitada por varones. Éstos habían sido creados por Prometeo, hijo del titán Japeto. Los hombres, formados del barro, eran seres felices e intelectualmente preparados para ser autosuficientes. Practicaban todo tipo de deportes y obtenían su alimento por medio de la cacería. Zeus nunca estuvo de acuerdo en dar a estas criaturas tanta libertad, porque así perderían el temor a los dioses y dejarían de adorarlos.
Un día, Prometeo pidió a Zeus le regalara fuego para que los hombres pudieran cocinar la carne, a lo que Zeus respondió: “¡Que se coman la carne cruda!” Así que, de noche, Prometeo subió al Olimpo y robó un poco fuego del carro del sol y lo escondió. Vuelto a los hombres con este fuego, les enseñó cómo emplearlo en sus labores cotidianas.
Zeus ardió de ira al enterarse de lo sucedido, por lo cuál decidió castigar a Prometeo y a sus criaturas. A Prometeo lo condenó a ser comido en sus entrañas por un águila eternamente y a los hombres envió un “regalo” hecho por Hefesto: una mujer llamada Pandora.
Epimeteo se rindió ante los encantos y la extraordinaria belleza de este nuevo ser. Tanta fue su atracción por Pandora, que le pidió que fuera su esposa. Epimeteo había sido advertido por Prometeo de no aceptar nada que viniera de las manos de Zeus, ni siquiera algo que pareciera un regalo. Pero este presente no parecía nada peligroso; por el contrario, le inspiraba sentimientos nuevos.
Los dioses del Olimpo también obsequiaron a Pandora con muchos presentes. Entre los incontables regalos estaba una caja, ésta venía hermosamente decorada y era muy llamativa. Pero le dieron la orden estricta de no abrirla nunca. (No se le puede decir a una mujer: no toques, no mires…) Como era de esperarse, Pandora no pudo contener la curiosidad y miró dentro de la caja. Al abrirla dejó salir las plagas y los martirios que azotan el cuerpo y la mente de los seres humanos; todo aquello que perturbaría al hombre hasta nuestros días. Pandora trató con todas sus fuerzas de cerrar la caja, pero ya no había remedio; todo el mal había sido liberado. Allí solamente quedaba la esperanza, para tratar de confortar a la humanidad en sus infortunios.
Por ello, la mujer era símbolo de los deseos terrenales que hacían al hombre perder su recto camino y su felicidad.