Tomás de Aquino: La Ley Natural
Teólogo y filósofo católico perteneciente a la Orden de Predicadores, es considerado uno de los máximos representantes de la filosofía escolástica medieval, definida como un movimiento teórico que domino gran parte de la Edad Media y que utiliza la razón para comprender las revelaciones religiosas del cristianismo, abordó brillantemente una profunda y perdurable reformulación de la teología cristiana, que apenas había recibido aportaciones relevantes desde los tiempos de San Agustín de Hipona, es decir, durante los ocho siglos anteriores.
Hijo del Conde Landulf y la Condesa Teodora de Theati, una de las familias aristócratas más influyentes de la Italia meridional, nació en 1225 en el castillo de Roccasecca y estudió en Montecassino, en cuyo monasterio benedictino sus padres quisieron que siguiera la carrera eclesiástica. Posteriormente se trasladó a Nápoles, donde cursó estudios de artes y teología y entró en contacto con la Orden de los Hermanos Predicadores. En 1243 manifestó su deseo de ingresar en dicha Orden, pero su familia se opuso firmemente, e incluso su madre consiguió el permiso de Federico II para que sus dos hermanos, miembros del ejército imperial, detuvieran a Tomás, Permaneció retenido en el castillo de Santo Giovanni durante un año. Tras una queja de Juan el Teutónico, general de los dominicos, a Federico II, éste accedió a que Tomás fuera puesto en libertad. Pasado el encierro, ingresó en 1244 a la Escuela Dominicana y en 1245 a la Universidad de París, donde se formó en filosofía y teología.
Durante estos años estuvo al cuidado de San Alberto Magno, con quien entabló una duradera amistad. Les unía -además del hecho de pertenecer ambos a la Orden dominica- una visión abierta y tolerante, aunque no exenta de crítica, del nuevo saber grecoárabe, que por aquellas fechas llegaba masivamente a las universidades y centros de cultura occidentales. Tras doctorarse, ocupó una de las cátedras reservadas a los dominicos, tarea que compatibilizó con la redacción de sus primeras obras, en las cuales empezó a alejarse de la corriente teológica mayoritaria, derivada de las enseñanzas de San Agustín de Hipona. A los 31 años de edad, en 1256 ejerce como maestro de Teología en la Universidad de Paris, es en esta época donde inicia su vida académica, literaria y pública.
En 1259 regresó a Italia, donde permaneció hasta 1268 al servicio de la corte pontificia en calidad de instructor y consultor del Papa, a quien acompañaba en sus viajes. Durante estos años redactó varios comentarios al Pseudo-Dionisio y a Aristóteles, finalizó la Suma contra los gentiles, obra en la cual repasaba críticamente las filosofías y teologías presentes a lo largo de la historia, e inició la redacción de su obra capital, la Suma Teológica, en la que estuvo ocupado entre 1267 y 1274 y que representa el compendio último de todo su pensamiento.
Tomás de Aquino supo resolver la crisis producida en el pensamiento cristiano por el averroísmo, interpretación del pensamiento aristotélico que arranca del filósofo árabe Averroes (1126-1198). El averroísmo resaltaba la independencia del entendimiento guiado por los sentidos y planteaba el problema de la doble verdad, es decir, la contradicción de las verdades del entendimiento y las de la revelación.
En oposición a esta tesis, defendida en la Universidad de París por Siger de Brabante, afirmó la necesidad de que ambas fueran compatibles, pues, procediendo de Dios, no podrían entrar en contradicción; ambas verdades debían ser, además, complementarias, de modo que las de orden sobrenatural debían ser conocidas por revelación, mientras que las de orden natural serían accesibles por el entendimiento; filosofía y teología son, por tanto, distintas y complementarias, siendo ambas racionales, pues la teología deduce racionalmente a partir de las premisas reveladas.
A medio camino entre el espiritualismo agustiniano y el naturalismo emergente del averroísmo, defendió un realismo moderado, para el cual los universales (los conceptos abstractos) existen fundamentalmente in re (en las cosas) y sólo formalmente post rem (en el entendimiento). En último término, Tomás de Aquino encontró una vía para conciliar la revalorización del mundo material que se vivía en Occidente con los dogmas del cristianismo, a través de una inteligente y bien trabada interpretación de Aristóteles.
Tomás murió haciendo una enérgica profesión de fe el 7 de marzo de 1274, cerca de Terracina. Posteriormente, el 28 de enero de 1369, sus restos mortales fueron trasladados a Tolosa de Languedoc, fecha en la que la Iglesia católica lo celebra.
Después de su muerte, algunas tesis de Tomás de Aquino, confundidas entre las averroístas, fueron incluidas en una lista de 219 tesis condenadas por el obispo de París, Étienne Tempier, en la Universidad de París en 1277. A pesar de ello, tras varias profecías y milagros documentados con numerosos testimonios, Tomás de Aquino fue canonizado casi a los 50 años de su muerte, el 18 de enero de 1323. Las condenas de 1277 fueron inmediatamente levantadas en lo que respecta a Tomás de Aquino el 14 de febrero de 1325.
La ética y la política tomistas muestran cierta influencia del pensamiento aristotélico así como de ideas neoplatónicas y agustinianas. La ética de Sto. Tomás conserva el carácter teleológico de Aristóteles: la determinación del fin propio del hombre condicionará todas las normas y conceptos morales. Sin embargo, esta teleología se complementa con una idea agustiniana: “el fin del ser humano es su bien, que no es otro que Dios mismo”. Toda la ética tomista puede entenderse como la ordenación de las criaturas hacia Dios. De hecho, la ética tomista incorpora otros conceptos platónicos como la participación y la imitación de la bondad divina, en la medida en que los seres dependen de Dios deben participar también de su bondad, aunque evidentemente en un grado limitado e imperfecto. Además, la ética de Sto. Tomás es intelectualista ya que la aspiración del hombre es el conocimiento de Dios. Esto puede recordarnos la superioridad de la vida teórica en Aristóteles, pero también tiene referencias platónicas, cuando Sto. Tomás complementa esta idea con la doctrina de la iluminación agustiniana, tomando toda su ética un tinte claramente religioso.
Para Santo Tomás de Aquino, la moral comienza por el análisis del fin último, que en el hombre es el alcance de la bienaventuranza o felicidad. Este fin último consiste esencialmente en la visión amorosa de Dios, que sólo puede darse por gracia en la vida eterna. El hombre, por ser imagen de Dios, tiene la capacidad de auto dirigirse hacia esa bienaventuranza por medio de sus actos libres. El análisis de los actos humanos, de su valor moral, y de sus principios internos, constituye, entonces, una parte importante del estudio de la moral.
El bien para el hombre es aquello que conviene a su naturaleza, aquello a lo que tiene inclinación natural como ser racional, por lo que la ley moral no es otra cosa que la ley natural, es decir, aquella que emana de su naturaleza. Sin embargo, dado que Dios es el Creador y el responsable del gobierno del mundo existe una ley eterna que es el origen y la fuente de la ley natural. Santo Tomás define esta ley eterna como la razón que gobierna todo el universo y que existe en la mente divina. Esta ordenación general del Universo no regula del mismo modo el comportamiento humano y el de los otros seres naturales. El comportamiento de estos otros seres es regulado a través de leyes físicas a cuyo cumplimiento no pueden sustraerse, ya que carecen de libertad. El hombre, por el contrario, es un ser poseedor de libertad, por lo que su conducta no es ordenada por leyes físicas, sino por una ley moral.
Dado que el hombre no es un ser que vive individualmente sino en comunidad, su convivencia dentro de una sociedad le exige ciertas normas. Es así que, la ley natural trae consigo la exigencia de la ley positiva, la cual rige la vida en sociedad y que está subordinada la ley natural.
Existencia de la ley natural
Como cualquier otro ser natural, el hombre posee ciertas tendencias a su naturaleza, es decir su conducta está orientada a un fin específico. Sin embargo, a diferencia de otros seres naturales, la persona puede identificar estas inclinaciones y a través de la razón puede deducir normas de actuar de acuerdo con las exigencias propias de su naturaleza.
Contenido de la ley natural
La ley natural se fundamenta en la noción de bien que es todo lo apetecible por el hombre en cuanto ha de hacerse el bien y evitar el mal.
El contenido de la ley natural se deriva a partir de tendencia de la naturaleza humana:
- En tanto el hombre es sustancia, tiende a conservar se existencia, por tanto tiene el deber moral de conservarla.
- En tanto es animal, tiende a procrear, por tanto tiene el deber de cuidar de sus hijos.
- En cuanto es racional, se orienta a conocer la verdad y a vivir en sociedad, por tanto tiene la obligación de buscar la verdad y respetar la justicia.
- Propiedades de la ley natural.
- EVIDENTE: sus preceptos han de ser fácilmente cognoscibles por todos los hombres ya que está dirigida a ser una norma orientadora de los hombres.
- UNIVERSAL: válida para todos los hombres sea cual sea su cultura ya que todos tenemos la misma naturaleza
- INMUTABLE: válida para siempre porque la naturaleza humana permanece constante y no se ve afectada por cambios históricos, económicos, políticos, etc.
La virtud moral como acto electivo
Santo Tomás de Aquino define la virtud como hábito operativo bueno. Cabe destacar su influencia agustiniana: «la virtud es una buena cualidad del alma por la que se vive rectamente, que nadie usa mal, y que Dios obra en nosotros sin nosotros» y de origen aristotélico: «disposición de perfecto a mejor» , «virtud es lo que hace bueno al que la posee y hace buena su obra» , así como «es la virtud un hábito electivo que consiste en un término medio relativo a nosotros, y que está regulado por la recta razón en la forma que lo regularía el hombre verdaderamente prudente».
Para que el hombre cumpla la ley moral, según Santo Tomás de Aquino es preciso que la persona pueda desarrollar hábitos buenos o virtuosos. Él clasifica las virtudes según la teoría aristotélica:
- Virtudes éticas: son las que perfeccionan la parte apetitiva del alma como el apetito sensible y la voluntad. Entre estas virtudes destacan la fortaleza, la templanza, la justicia y la prudencia.
- Virtudes intelectuales: perfeccionan la inteligencia del hombre.
Se asume que la posición de la Iglesia es la de acoger de forma incondicional a quienes ingresan al país, ya sea legal o ilegalmente. Sin embargo, Santo Tomás señala: “Las relaciones del hombre con los extranjeros son dobles: pacíficas y hostiles; y al tratar de ambos tipos de relación, la Ley contiene preceptos adecuados”. De esto, se afirma que no todos los inmigrantes son iguales. Cada país tiene el derecho de decidir qué inmigrantes son beneficiosos, es decir, “pacíficos”, para el bien común. El Estado puede rechazar, por una cuestión de legítima defensa, a quienes considere perjudiciales u “hostiles” a sus ciudadanos.
Asimismo, reconoce el hecho de que los extranjeros merecen ser tratados con caridad y respeto; lo que se debe a cualquier ser humano de buena voluntad. En estos casos, la ley debe protegerlos de ser maltratados. De igual manera, establece dos condiciones para la aceptación de los inmigrantes en un determinado país: el deseo de integrarse plenamente en lo que se considera la cultura y la vida de la nación, y que la concesión de la ciudadanía no es inmediata. Esto último se refiere a que el proceso de integración lleva tiempo; es decir; la gente necesita conocer los problemas que afectan a la nación y adaptarse a ella. Quienes están familiarizados con la larga historia de su nación están en la mejor posición para tomar las decisiones a largo plazo sobre su futuro. Es perjudicial e injusto poner el futuro de un lugar en manos de los recién llegados que, aunque no tienen culpa propia, tienen poca idea de lo que está sucediendo o ha sucedido en la nación. Tal política podría conducir a la destrucción de la nación.
La inmigración debe tener en cuenta: la unidad de la nación; y el bien común. Su objetivo es la integración, es decir, el inmigrante debe no sólo desear asumir sólo los beneficios, sino también las responsabilidades de unirse a la comunión completa de la nación. Al convertirse en ciudadano, una persona se convierte en parte de una amplia familia a través de un largo período que no solo busca sólo su interés individual. Con respecto al bien común, Santo Tomás explica que la inmigración no puede destruir o abrumar a una nación. Esto explica por qué tantos peruanos experimentan el malestar causado por la inmigración masiva y desproporcionada. Tal política introduce artificialmente una situación que destruye puntos comunes de unidad y recarga la capacidad de una sociedad para absorber orgánicamente nuevos elementos en una cultura unificada. En este caso, el bien común ya no es considerado.
Una inmigración proporcional representa un desarrollo saludable en una sociedad, ya que inyecta nueva vida y cualidades en un cuerpo social. Pero cuando pierde esa proporción y socava el propósito del Estado, amenaza el bienestar de la nación. Cuando esto sucede, la nación haría bien en seguir el consejo de Santo Tomás de Aquino y los principios bíblicos. La nación debe practicar la justicia y la caridad hacia todos, incluidos los extranjeros, pero debe sobre todo salvaguardar el bien común y su unidad.