Una Gran Y Alocada Historia
Introducción
No podía creer lo que ocurría, primero fue un evento fortuito y hasta risible, caminaba yo por la calle como siempre en dirección a mi trabajo, cuando la brisa me susurró al oído, sí, por favor no se rían, así mismo pasó. La brisa me dijo “alto”, como un acto reflejo inmediatamente miré a los lados porque pensé que se trataba de algún transeúnte, pero estaba solo en la acera. Al no ver a nadie de alguna manera me asusté y traté de acelerar el paso cuando la brisa me volvió a decir ahora de forma más clara: “ALTO” y como un tonto me detuve por varios minutos, miré a los costados, no sabía que hacer y al percatarme de lo ridículo de mi situación seguí caminando, el susurro no volvió.
Desarrollo
Debo aclarar en este punto que no escucho voces en mi cabeza, que no hablo con Dios y que no estoy loco. Soy solamente un hombre atormentado a quien la brisa le ha jugado malas pasadas. Si, la brisa, es la brisa, porque es la única que me susurra cosas al oído, ahora estoy seguro de que esa primera vez solo fue una manera de ponerme a prueba. Me siguió hablando en otras oportunidades y ya lo tomé como una especie de don o facultad, recuerdo que una vez, caminaba yo despreocupado camino a casa cuando al soplar un repentino ventarrón me dijo: “corre” y esta vez, ya acostumbrado a estos mensajes arranqué a correr como un enajenado y de pronto.
Uno de los vehículos que estaba estacionado muy cerca de donde yo estaba, explotó. De no haber corrido, simplemente ya no existiría, habría muerto con la explosión. Les digo todo esto porque de alguna manera me consideraba el protegido del viento, me sentía un ser especial y por supuesto, si en un principio no quise hablar con nadie, a estas alturas, pues ya no lo necesitaba, o al menos eso creía. A partir de ese episodio comencé a hacerle caso ciegamente, que iluso fui, hoy lo admito y sobre todo luego de que ocurrió lo de la terraza. Estaba yo recostado en mi balcón disfrutando de un atardecer hermoso, la brisa fresca golpeaba mi cara y me decía cosas bonitas.
Conclusión
Mi buen humor se acrecentaba cuando de pronto me dijo “baja”. Salí de mi apartamento, tomé el ascensor y llegué a la planta baja, abandoné del edificio y de inmediato me dijo ‘camina’, a lo que también atendí sin chistar. Es importante para mí que me crean, aunque quizá ni yo mismo lo hago ahora, pero mis pasos fueron guiados, cada calle atravesada, cada esquina cruzada me fue dictada sistemáticamente y les juro por lo más sagrado que no sé como ni cuando llegué justo frente a la casa de mi amiga la psicóloga y esa misma brisa, esa que se había convertido en mi amiga, fiel compañera y protectora me dijo: “¡Mátala!”.