Una Sanción Injusta Llamada Pena De Muerte 

La famosa frase que se repite numerosas veces cuando queremos venganza a la cual erróneamente le ponemos el nombre de justicia hablo de “ojo por ojo, diente por diente”, cuya frase alude a la antigua ley del talión, castigo que se reconoce con el crimen cometido, obteniéndose la reciprocidad. Que, al día de hoy, próximo al siglo 21, en una comunidad civilizada, es inadmisible que esté presente aún. ¿Hazme entender como aquella persona que mató a un ser humano deba pagarlo con su vida? Estamos cometiendo el mismo crimen hecho por él. Aficionados de la pena de muerte sostienen que esta condena máxima no es considerada un asesinato porque está bajo el amparo de la ley, una ley que en mi opinión no se diferencia demasiado de aquella de hace años donde se ahorcaba y quemaba vivos a los condenados en plazas públicas para que todos sean testigos de lo que les pasa a aquellos que van en contra de la ley, es por eso que yo estoy en contra de la pena de muerte que se hace llamar justicia debido a la falta de humanidad.

Aplaudo y comparto la modificación del Catecismo católico declarando inconcebible dicha pena máxima, decisión del Papa Francisco, justo como lo dijo “atenta contra el orgullo y la inviolabilidad de la persona”, un orgullo, “que no se pierde ni siquiera después de haber cometido fechorías de alta gravedad”. Estoy de acuerdo con su acotación, sobre todo, porque creo que la pena de muerte cancela la posibilidad de la redención del individuo que no es solo dar por concluido una sanción sino rescatar a un ser humano de su propio calvario y darle una oportunidad de corregir sus actos.

Un lunes en la localidad de Alerce, una gran cantidad de vecinos escuchó aterrorizados en el Tribunal de Garantía de Puerto Montt el relato del fiscal que culpo a un hombre de haber golpeado y matado a su propia hija de 1 año y 11 meses de edad, llamada Sofía. Los vecinos consumidos por la ira y la impotencia, organizaron una marcha al día siguiente exigiendo el regreso de la pena máxima para estos casos.

Por lo que Miguel Valenzuela, sostiene que “la ley no está resguardando a los niños vulnerados como corresponde”, y que la mayoría de ocasiones “la justicia incluso permite que los causantes de estos crímenes salgan antes de cumplir su condena gracias a las salidas alternativas”. Por ello dice, “es imprescindible insensibilizar las penas lo máximo posible”.

¿Y te pregunto, en verdad será necesario el regreso de la pena de muerte para enfrentar estos delitos? ¿Venceremos a la tasa de crímenes con este tipo de condena?

Pues claro que no se aminoraran los delitos. El abogado y profesor de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Patricio Zapata, dice “Los delitos graves no han sido disminuidos por la pena de muerte y eso está profundamente demostrado” y que el mejor ejemplo lo da los Estados Unidos “el cual es un laboratorio, porque sus estados están divido en dos, una mitad donde presenta pena de muerte y la otra mitad donde no se presenta”. Y los que manifiestan esta repugnante sanción, como por ejemplo Florida y Texas tienen más incidentes violentos que donde no existe dicha pena”.

En su totalidad los estados que emplean la pena de muerte no tienen una menor incidencia de homicidio criminal que los estados que no, confirmó una investigación en los EE. UU revelando que en la década de los 80 se promedió una tasa de homicidios de 7,5 por 100. 000 pobladores de los estados que la tenían, y los estados que no, llegaron a obtener una tasa de 7,4 por 100.000 pobladores.

La tasa de homicidio criminal subsecuente en un estado puede ser aumentado por el empleo de la pena de muerte. Por ejemplo, entre 1907 y 1964 en la ciudad de New York, se llevaron a cabo 692 ejecuciones. En promedio, en este periodo de 57 años, se añadieron una o más ejecuciones en un mes dando como resultado 2 homicidios con respecto al mes anterior.

En 1990, el promedio de asesinatos en los estados sin pena de muerte fue de 9.1 por cada 100 mil pobladores, mientras que en los estados con pena de muerte fue de 9.5.

En las dos décadas siguientes, esa diferencia porcentual se agrandó, cuando la tasa de asesinatos en estados sin pena de muerte fue de 4.10 y en los estados con pena de muerte fue de 5.91. En 2016, la diferencia fue de 25%. Es decir, la pena de muerte no bajo la tasa de homicidios.

Por lo tanto, pienso que para discutir sobre la pena de muerte los factores más importantes a debatir son los humanos, nosotros, preservar nuestra vida misma. Mi trabajo se ha enfocado más en conceptos humanos que legales. Desde mi punto crítico puedo llegar a decir que la pena de muerte va más allá de un proceso legal, llega hasta el punto de involucrarse con la vida, ese derecho divino que cada uno de nosotros poseemos. En lo que me concierne nadie tiene la capacidad suficiente en este mundo humano como para decidir quién tiene o no una segunda oportunidad solo aquél, el que nos dio la vida. Porque el no tener una segunda oportunidad no implica la muerte, que es decidir quién tiene o no derecho a la vida. Y eso ya es bastante.

Doy por terminado este trabajo recordando algo que surgió de una frase de Richard Karlwes (senador de Norteamérica), ‘…la minoría tal vez no la instauró porque tienen un grado suficiente de cultura por lo que no es necesaria la pena de muerte’. El pueblo se mueve, actúa y avanza gracias a su cultura. Sería mejor encontrar la cura, que tratar de erradicar la enfermedad del crimen.

¿La cultura de los pueblos, la mejor ayuda para la eliminación de este tema polémico? 

22 October 2021
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