Cómo El Capitalismo Está Poniendo A Internet En Contra De La Democracia
A finales del siglo pasado se tenía como objetivo tener a los ordenadores como pioneros de la igualdad y la cooperación y no en función de beneficios ni de la competencia. Se veía el Internet como un bien común para así servir a la justicia social. La aparición de los hackers fueron vitales para reflejar, como explica Robert W. McChesney, “el compromiso por la información libre y disponible, con la hostilidad necesaria hacia la autoridad centralizada y el secretismo, y por el placer por aprender y del conocimiento”.
En su obra, Desconexión Digital, el autor recuerda que hace casi treinta años se creó la llamada World Wide Web (WWW) por Tim Berners-Lee, haciendo hincapié en el reconocimiento de éste en la imposibilidad de patentarla y del pago por su uso, ya que su objetivo consistía en compartir para el bien común. McChesney hace una comparación en esta obra sobre el conflicto que se genera entre la función colaborativa del Internet y el uso mercantil que se ha dado en las últimas décadas. Según él, siguen habiendo iniciativas que fomentan su uso no comercial pero teme de que la imposición de la segunda línea conduzca todo lo que se conozca del Internet hacia una derivada novedosa, la de la economía colaborativa.
El autor reflexiona sobre el momento en el que estamos, considerándolo ideal para empezar a comprender el recorrido que ha tenido Internet y así enfocar cuestiones que se plantéen para la sociedad. Al igual que para comprender mejor las decisiones que la sociedad haya tomado respecto al tipo de Internet que hemos querido y tendremos en el futuro. Y en consecuencia, en un sentido más abstracto, para decidir qué tipo de humanos seremos y no seremos mediante la tecnología que tenemos a nuestra disposición, ya que el autor no pone en duda el potencial implícito inmenso y revolucionario que conlleva Internet sobre las sociedades y las grandes corporaciones que intencionan dominar Internet, llegando hasta poder remodelar el potencial democrático para engrandecerlo o retrocederlo.
A pesar de ello, McChesney reconoce que debido a la amplia magnitud y complejidad, los crecimientos y los cambios imprevistos de Internet, llega a ser complicado comprender este escenario mediático que interviene en el debate público de EE.UU. y más aún, realizar pronósticos. De manera que surgen más preguntas que respuestas acerca de las preocupantes orientaciones de los medios de comunicación y especialmente los movimientos políticos. Cómo menciona McChesney, no obstante, existen aquellos que luchan por construir y articular una alternativa democrática a la austeridad contra el ruido de la propaganda neoliberal.
El autor trata de identificar y simplificar dos amplias ideologías principales a lo largo del libro, las cuales preestablecen la situación actual ante esta crisis: la de los optimistas y de los escépticos:
Por un lado, McChesney menciona Clay Shirky y Yochai Benkler cómo los más elocuentes. Configuran de manera optimista la democratización que ha conllevado el Internet en el mundo de la información al desatar nuestro espíritu creativo y de colaboración y liberándonos a todos para participar en proyectos como Wikipedia. Otros autores que menciona McChesney defienden de que Internet haya servido para superar los desequilibrios de poder y así crear un capitalismo regenerado con empresarios éticos. Como cita el autor con la narrativa de Simon Mainwaring, “integrando valores en sus estrategias comerciales y abrazando el papel como guardianes duraderos de la comunidad y el bienestar planetario”.
Por otro lado, los escépticos advierten que Internet pueda corromper nuestra cultura (Jaron Lanier), fortaleciendo a los gobiernos autoritarios (Evgeny Morozov, Rebecca MacKinnon), canalizándonos hacia guetos de información a expensas de la democracia (Eli Pariser) y socavando nuestra capacidad de pensamiento profundo y reflexivo (Nicholas Carr). Cada uno de estos autores, al igual que otros de esta orientación, iluminan los cambios culturales, políticos y psicológicos que fomenta Internet.
La tecnología forma parte de las relaciones sociales de jerarquía y control, y su uso tenderá a dirigirse dependiendo de los intereses de quienes tengan el poder, ampliando la dinámica del sistema social y económico existente. Una tecnología introducida bajo el capitalismo orienta a reforzar sus tendencias a la dominación y la desigualdad, salvo que permanezca el equilibrio del poder de clase en su conjunto, garantizando la fuerza compensatoria necesaria.
Si tomamos como ejemplo la imprenta, algo que la historia proporcionó como una tecnología revolucionaria, se le puede denominar como desafío contra la autoridad: ya que la imprenta permitió a los luteranos difundir copias baratas de la Biblia y así desafiar la autoridad espiritual y temporal del papado, al igual que sirvió como movilizadora de masas para así acrecentar las ideologías ilustradoras de la revolución francesa. A pesar de ello, estas posibilidades antiautoritarias solo se pueden realizar si la tecnología es utilizada por intereses organizados que desafien el sentido común de la sociedad en contra de aquellos que ejerzan tengan el poder sobre la sociedad.