El Contexto E Impacto En Europa Tras La Reforma Protestante
El siglo XVII es un siglo extraordinariamente turbulento en toda Europa. Aunque las constantes señaladas para la organización económico-social del siglo anterior perduran en lo sustancial en el XVII, se producen, sin embargo, honda perturbaciones que afectan profundamente a la vida cotidiana de las gentes. Guerras, enfermedades, clima muy adverso, malas cosechas, hambre, calamidades diversas recorren Europa, razones por las que se ha considerado este siglo como la centuria de la crisis o el siglo de hierro.
En el ámbito social y económico, se producen fuertes tensiones entre la nobleza y la burguesía, lo que hace que en ciertos países (Francia, España) pueda hablarse de refeudalización o de reacción monárquico señorial, al acumular privilegios y riquezas los aristócratas, que aumentan en número, incrementan su posesión de tierras y, por tanto, refuerzan su poder. En estos países se consolida la forma de estado que se ha denominado monarquía absoluta, con una progresiva centralización del poder en manos del rey y sus cortesanos próximos. Sin embargo, en otros sitios como Holanda o Inglaterra es la burguesía la que crece en importancia. Allí, en consecuencia, aparecen nuevas formas de organización política en las que el Parlamento empieza a cumplir la importante función de controlar el poder regio.
Estos procesos se producen en todas partes con conflictos a veces muy graves, no sólo entre nobleza y burguesía, sino también entre facciones de aristócratas, entre éstos y el monarca o, por supuesto, entre los poderosos y los diversos grupos de desheredados. Particularmente llamativas son las revueltas campesinas que se extienden por Europa durante los años centrales del siglo, momento en que la crisis es más aguda y las condiciones de vida más difíciles. A todo ello hay que añadir aún los antagonismos religiosos heredados del XVI, que provocan disturbios y guerras de notable importancia: puritanos ingleses, hugonotes franceses, etc.
Las diferencias religiosas están precisamente en el origen de la Guerra de los Treinta Años, que, surgida en las tierras del Imperio germánico, acaba por involucrar en ella a las principales potencias europeas (España, Francia, Suecia…). Aunque, dada la larga duración del conflicto, las alianzas entre los países son muy variables por motivos tácticos, hay un enfrentamiento básico entre los partidarios de la Reforma protestante y los católicos, adalides de la Contrarreforma. En general, los países del Norte son más proclives al espíritu protestante, en tanto que los del Sur de Europa son los defensores del catolicismo y del Papado. Acabada esta larga guerra, los estados territorialmente más poderosos (España y el Imperio germánico) pierden peso e influencia, mientras que Francia pasa a ser la potencia más importante, e Inglaterra y Holanda despuntan como los países de más porvenir.
La vieja idea medieval de la Cristiandad, que había dado cierta unidad a las naciones europeas y que se había quebrado en el siglo XVI por la Reforma protestante, ve dejando paso al concepto de Europa, que se extiende desde el Norte del continente, al tiempo que se configuran, cada vez con más fuerza, los estados nacionales que serán característicos de la época contemporánea. La idea de nación y la conciencia de pertenencia a ella se constituye, pues, como el sustituto de la ahora fragmentada y decadente concepción de pertenencia a una comunidad religiosa. Las naciones serán desde entonces el lugar donde se desarrolla el nuevo sistema económico capitalista y el espacio en el que se consolidan nuevos sentimientos y relaciones de grupo.