Introducción al Cristianismo: Razones para Creer
Antes de nada, me gustaría comenzar presentando al autor del libro sobre el cuál he decidido hacer este ensayo.
Su nombre completo es André-Joseph Léonard. Nació el 6 de mayo de 1940 en Jambes (Bélgica). Además de obispo (de Namur) y arzobispo (de Malinas-Bruselas), es conocido también por ser un reconocido filósofo y teólogo. Además, desde hace 8 años, es miembro del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización. A lo largo de su vida ha escrito numerosos libros como “El fundamento de la moral”, “La moral sexual explicada a los jóvenes”, “Pensamiento contemporáneo y fe en Jesucristo”…
Pasaré, entonces, a hacer un Resumen de la obra que he elegido para redactar este ensayo: “Razones para creer”, cuya fecha de publicación se remonta a 1987.
“RAZONES PARA CREER”
El título del libro ya llama de por sí la atención, y es que, en la sociedad actual, muchas personas necesitan eso, razones para poder creer en Dios. Es evidente que, en los últimos decenios, la opinión sobre la religión (aunque más sobre la Iglesia), ha ido cambiando, hasta llegar a niveles en los que algunos la desacreditan por completo. Sin embargo, si afirmamos que Dios no existe, llegaremos a un mar de dudas del que ni siquiera la ciencia nos podrá salvar: ¿Quién ha creado el mundo? ¿Quién me ha hecho así, tal y cómo soy? ¿Cuándo muera, habrá “cielo”? Obviamente Léonard no nos va a resolver estas dudas existenciales, pero quizá, tras esta lectura, podamos, por lo menos, entender mejor la fe cristiana y su concepción de la vida.
Para comenzar, el libro está dividido en cuatro partes. Intentaré explicarlas destacando lo que más relevante me ha parecido de cada una.
En la primera parte, Léonard habla sobre la importancia de justificar racionalmente la fe, de la importancia que tiene la razón para llegar a la fe. La fe ha de ser razonable, en el sentido de que la razón tiene un papel importante en el acto de fe. Además, si uno prescinde totalmente de su racionalidad en algo importante como es plantearse la cuestión de la fe, a parte de caer en el fideísmo, no sería digno de la condición del hombre, esto es, solo siendo la fe razonable es tanto del hombre como de Dios, ya que, si sólo fuera objeto de los sentimientos, estaríamos rechazando nuestra capacidad intelectual de replantearnos las cosas y, además, rechazándonos como personas. El hombre es un ser inteligente que, por naturaleza, rechaza lo que la razón no es capaz de entender, que vive en un mundo que Dios ha creado y lo ha creado inteligible, de modo que sea perceptible para nuestra inteligencia. No basta con quedarse en un mero sentimiento, sino ir más allá e intentar encontrar una explicación lógica de qué es la fe. Además, no se queda únicamente en esto, sino que va más allá y explica que la fe es transracional, explicado de otra manera, que la fe supera a la razón. La fe contiene algo que se nos escapa, que va más allá de lo que podemos alcanzar con la razón humana, de lo que se puede demostrar propiamente. Sin embargo, la fe se le puede comunicar a la razón humana. Entonces, la conclusión es que la razón humana no es capaz de alcanzar ese algo que contiene la fe, pero sí puede recibirlo y entenderlo. También lleva a cabo una similitud entre la fe y la comunicación humana, afirmando que esta última también tiene cierto carácter transracional, pues, consciente o inconscientemente, cuando nos comunicamos con alguien, nos lo creemos. El lenguaje es otro de los temas que abarca y, es que, afirma que los hombres somos esencialmente metafísicos.
En la segunda parte, habla sobre las razones con las que puede llegar nuestra capacidad intelectual a descubrir a Dios y en las razones que hay para creer en Dios. En cierta parte, lo que trata Léonard aquí está muy conectado con lo que habla en la primera parte del libro. Para tener fe, Dios ha de ser cognoscible (como el mundo que ha creado, no puede crear un mundo cognoscible sin serlo él mismo; o sí, pero carecería de sentido). Es decir, el hombre ha de ser capaz de saber que Dios existe, no se puede pretender que alguien crea en algo que ni siquiera sabe si existe. De aquí deriva un importante problema y es que, si no pudiéramos saber que Dios existe, la fe quedaría totalmente reducida a una mera tradición, y es que esto trae graves consecuencias, ya que una tradición no es más verdadera o más falsa que otra. Entonces, afirma que la fe es universal, esto es, si es verdad, es potencialmente compartible por todos. Por otro lado, hay un problema, y es que rápidamente asociamos la razón con las ciencias experimentales. ¿A caso las ciencias experimentales tienen la respuesta de todo? O, es más, ¿es este el único saber válido? La respuesta es no. Sí es cierto que la ciencia experimental es un conocimiento verificable (se puede comprobar mediante experimentos), también es cierto que es fácilmente universalizable (todo el mundo es capaz de aceptarla) y también lo es que es aplicable y útil. Sin embargo, la respuesta a las dos anteriores preguntas es que no. Hay muchas cosas reales que se le escapan a las ciencias experimentales y, da la casualidad, de que son las más importantes respecto a la felicidad interior del ser humano, las más significativas para todos los seres humanos, las que nos hacen sentirnos plenos, como puede ser el amor, la libertad… Se le escapa en el sentido de que la ciencia no puede coger algo y decir: “esto es la libertad”. Pues por aquí van los tiros. El conocimiento de Dios se escapa totalmente a la ciencia y va más allá, entrando en
Respecto a la tercera parte, Léonard se centra en las razones para creer en Jesucristo, sirviéndose de hechos históricos que apoyan dicha creencia. Una de las razones que más fuerza adquieren es que, si no creemos en Jesucristo, no podremos creer en Dios, ya que Jesús fue mandado por Dios para salvarnos del mal (esto se explicará mejor en la cuarta parte). Además, pone mucho empeño en apoyarse en lo histórico y en su unicidad en cuanto a personaje en la historia por tres motivos: Jesucristo afirma ser Dios (tanto explícita (aunque en muy pocas ocasiones) como explícitamente); es condenado a una muerte infamante por lo anterior (no murió como un héroe, sino rechazado por todos); y unos testigos afirman que ha resucitado (como hecho histórico ocurrió, en el sentido de que, sin necesidad de la fe, comunidades como las que escribieron el Evangelio fueron anunciados de esto por testigos directos que lo vivieron). Diría, tras leer a Léonard, y tras vivir en la sociedad en la que vivo, que es mucho más difícil creer en Jesús que en Dios. El orden, según mi propia experiencia, de creer es: Dios, Jesús, Iglesia. Me explico, sé de mucha gente que cree en Dios; que cree que existió Jesús, pero no cree sus milagros; y, por último, que no cree en la Iglesia. Por tanto, intentar razonar la existencia de Jesús es, en mi opinión, uno de los temas más difíciles que Léonard aborda en esta obra. Sin embargo, como ya he dicho anteriormente, lo hace apoyándose en gran parte en lo histórico. De manera muy resumida, la existencia de Jesucristo se remonta a la escritura del Evangelio, la cual fue escrita por comunidades (no por los discípulos, como mucha gente cree) que recibieron el testigo de personas que convivieron con Jesucristo.
La cuarta parte pretende dar respuesta al origen del problema del mal. Este problema es uno de los grandes misterios de la vida y que llega a que uno mismo dude sobre la existencia de Dios. Si Dios existe y es bueno, ¿por qué existe el mal? ¿Es un error de Dios? ¿Dios puede tener errores? Todo esto lo intenta resolver de la siguiente manera: Dios ha creado el mundo, y con él, a nosotros. En un principio, el mundo era bueno, lo hizo así. Sin embargo, la rebelión angélica tuvo una gran repercusión, una repercusión “cósmica” tras la cual, debido al pecado, el mal se hizo un importante hueco en el mundo. Dios hizo a los hombres libres, nos dio esa capacidad que, a la vez que debemos agradecer y gracias a la cual tenemos la capacidad (y necesidad) de amar, es la que ha originado el mal. Sin embargo, Dios no es el culpable de esto, sino los hombres que se han encargado de hacer un mal uso de su libertad, desembocando esto en el mal. Entonces, ¿Dios ante esto no hace nada? ¿Si tan bueno es, por qué no interviene e intenta hacer una solución alternativa a quitarnos la libertad para acabar con el mal? Estas dos preguntas son falsas. Dios nos ama, y por ello, interviene. Además, no lo hace desde fuera, quedándose mirándolo y actuando desde fuera, sino que se adentra en nuestro mundo, interviene tanto que se mete de lleno en nuestra condición pecadora enviándonos a su hijo, Jesucristo, y éste salvándonos tras ser condenado en la Cruz y resucitando.
Como comentario final y, a modo de conclusión, me gustaría destacar la forma de plantear y argumentar todas las cuestiones que aborda a lo largo de esta obra, ya que se nota que Léonard ha llevado a cabo un gran trabajo de reflexión interior a lo largo de toda su vida. Además, toma gran credibilidad y ayuda a que no pierdas el interés el hecho de que no se queda en lo abstracto, en ideas o reflexiones propias, sino que toma ejemplos, viendo que lo que dice no carece de sentido, y llegando a conseguir que saques tus propias reflexiones, como, por ejemplo, cuando menciona las famosas cinco vías de Tomás de Aquino (movimiento, causalidad, contingencia, perfecciones y finalidad) al tratar el asunto de las razones para creer en Dios en la segunda parte del libro, o cuando comenta la carta que envió Einstein a Solovine sobre el “milagro” del orden cósmico y da su propia opinión argumentada. Es un libro que no deja indiferente, y, en mi opinión, creo que podría leerlo cualquiera, en el sentido de tanto un cristiano como alguien que no lo sea, ya que estoy seguro de que el cristiano reflexionará y el que no lo sea conocerá y, sobre todo, será capaz de entender por qué los cristianos creen.