Gran Crisis Humanitaria en Venezuela
Acaso hoy nadie niega ni en Venezuela ni fuera de ella que existe una delicada situación en todos los estratos, agravada por innumerables circunstancias que han degenerado en la mayor de las crisis por la que pudiera verse afectada nación alguna: la humanitaria. Ante los ojos del mundo se despliega día tras día el panorama que ofrece nuestro país: represión, heridos, muertes, desapariciones…y es, en éstas circunstancias que se han podido conocer los verdaderos aliados internacionales con los que cuenta la causa que promovemos gran parte de los venezolanos. Al fin y al cabo, es el soberano, quien decide sus propios designios y cuyas decisiones deben ser acatadas. Así lo contempla el artículo 5 de nuestra “por ahora” Constitución vigente.
Así las cosas, hay quienes dicen, y no les faltan razones para aseverarlo, que la actual, es la peor época en la historia de nuestro país, pues sin estar en guerra nos encontramos incluso peor que en una. Quien se ha dignado en revisar nuestra historia al menos convendrá que en ninguno de los períodos del siglo XX se había registrado ni siquiera un contexto similar al actual. Más esto no significa que a alguien se le ocurriese nombrar la palabra crisis en los tiempos pasados.
A este grupo de personas que tuvieron la osadía de mencionar la palabra crisis en tiempos de represión política y del pensamiento, perteneció el ilustre Trujillano Mario Briceño Iragorry (1897-1958). Abogado trujillano doctorado en Ciencias Políticas, presidente del Congreso, individuo de número de la Academia Nacional de la Historia y Venezolana de la Lengua, y por supuesto eminente intelectual del siglo XX, no caviló en exponer sus argumentos para convencer de que efectivamente nuestro país venía arrastrando una crisis bien particular.
Así lo dejó saber en su variada obra, que va desde Tapices de historia patria y Casa León y su Tiempo, hasta El regente Heredia o la piedad heroica y El caballo de Ledesma. Marcada toda ella por abarcar una temática hoy todavía extraña: la historia colonial de Venezuela. Don Mario siempre se preocupó por investigar y divulgar todo lo referente a esta parte importante y olvidada de nuestro pasado.
Pero la obra que lo consagró como ensayista fue sin duda Mensaje sin destino, por plasmar sus apreciaciones históricas y sociológicas de la Venezuela de 1950, año en que fue escrita. En ella Briceño Iragorry parte de una tesis que sigue vigente en nuestros días.
Por esos años Arturo Uslar Pietri había regresado al país de haber dictado clases de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Columbia, y se mostraba preocupado por haberse dado cuenta de que existía una crisis literaria. No faltó por cierto, ni falta hoy, quien se pregunte si existe en realidad una literatura venezolana. Don Mario no asume ésta postura, pues asegura que en efecto hay una crisis literaria. Pero va más allá: añade que en realidad lo que existe es una crisis de pueblo, que se ramifica o subdivide en las otras crisis.
Mensaje sin destino se compone así de 17 capítulos que tratan de enfocar desde distintas perspectivas nuestra crisis de pueblo. Al leerlo pareciera que son una serie de críticas bien elaboradas, pero al analizarlo con detenimiento se concluye que en esas críticas está la solución. Y no una solución como un proyecto político, sino como planteamientos a implementar de manera general cuyos frutos se verá a largo plazo.
En las escasas páginas que conforman el ensayo el autor llama la atención de que nuestros ciudadanos carecen de memoria histórica, recitan hechos y fechas de memoria sin el menor análisis, estudian nuestro pasado fragmentado en presidencias o períodos, sin entender que la historia es ante todo continuidad, una serie de sucesos interrelacionados que no pueden ser analizados de manera independiente.
No pasa por alto el desdén que hacen de la historia colonial, y es por ello que no hemos defendido nuestras fronteras ante el despojo de Guayana. Nos hemos dedicado como pueblo a alabar la gloria militar -dice- desconociendo que la historia la hacen los ciudadanos con sus costumbres y tradiciones. Y atribuye gran parte de la responsabilidad de esto a la pedagogía con la que se enseña la historia desde los colegios: La historia no puede ser elaborada en base a posiciones maniqueas: leyenda negra o leyenda dorada; desprecio por los 40 años de democracia o exaltación de la dictadura de Pérez Jiménez; blanco o negro…
Resalta la poca o inexistente importancia que se le da a los civiles, ya que en ellos es que residen los valores que todo habitante debe defender. Insta a seguir el modelo de otros países que, conociendo las virtudes y escollos de sus personajes insignes, hacen su historia con vocación de permanencia. Es de naciones civilizadas y desarrolladas la aceptación y respeto por el otro, garantía de la convivencia pacífica de los pueblos.
Acaso uno de las críticas que se le pueda hacer al Mensaje es que peca de un nacionalismo excesivo, que raya en lo absurdo, donde se condena la influencia extranjera de costumbres para la época: pone por caso el del nacimiento navideño, que ya empieza a ser sustituido por el pino norteamericano.
Adicionalmente se señala una preocupación por la inmigración que por esos años venía a nuestro país: advertía el autor su temor por el que los europeos no se acoplaran a nuestra cultura y fundaran localidades aisladas del resto del país, como la Colonia Tovar. Afortunadamente el tiempo le quitó la razón al autor, pues la cultura misma se fortalece con elementos externos: el idioma y el mestizaje por ejemplo, que son producto de un proceso donde se fusionan diversos factores condicionados por la cultura de los pueblos. En el caso de la Navidad, han coexistido armoniosamente en nuestra sociedad el pesebre y el arbolito.
No por ello deja de ser importante tener en consideración la crisis de pueblo, hoy más latente que nunca en nuestro país: somos nosotros los que hacemos la historia y los dueños de ella. Y nuestro deber es rechazar las tergiversaciones y manipulaciones que se hagan a nuestro pasado. Debemos, en palabras de Manuel Caballero, tener conciencia popular de la fuerza propia, es decir, ser conscientes de que son nuestras propias acciones, ora en una dimensión individual, ora en un plano colectivo, las que edifican nuestro devenir. Aceptar que la protesta pacífica y el voto son los mecanismos por los que nos expresamos.
A nuestro entender la crisis de pueblo sigue más latente que nunca, al igual que el resto de las crisis. Es uno de los tantos desafíos de la Venezuela del porvenir el resolverla si queremos alcanzar los designios a los que nuestro país está destinado.